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TEATRO / CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una historia histórica

Casanovas amplia y mejora la obra, añade una tercera trama, matiza personajes y afina escenas

Un momento de la representación de 'Una historia catalana'.
Un momento de la representación de 'Una historia catalana'.DAVID RUANO / TNC

Pues sí, la nueva versión de Una historia catalana amplia y mejora la primera. A las dos tramas que ya conocemos se añade una tercera, se matizan personajes y se afinan escenas. El puzzle de la identidad catalana gana en piezas y en complejidad, y todas ellas acaban encajando para ofrecernos una imagen mucho más abigarrada. ¡Cuánta chicha en esta nueva historia! Si antes teníamos, por un lado, a los autóctonos — la abuela, la madre y la hija que viven en un pueblo de los Pirineos y que se niegan a vender sus terrenos para montar una estación de esquí— y, por otro, a los inmigrantes —encabezados por un charnego que pasa de los robos y trapicheos a convertirse en un empresario durante la especulación inmobiliaria previa a los Juegos Olímpicos del 92—, ahora además tenemos, la figura del emigrante, ese catalán que dejó su tierra para empezar una nueva vida en otro país y que resulta ser el marido de la abuela de la montaña, personaje que antes aparecía en la segunda parte.

Nicaragua es el centro de esta tercera trama que se desarrolla durante la revolución sandinista y que pasa de la utopía, tras derribar al dictador Somoza, a la corrupción; y su protagonista es nada menos que Josep Farràs, el abuelo, cuya historia ahora permite entender la de sus descendientes. Tres actos y tres tramas que coinciden en el tiempo y que acaban por converger en el espacio, la simbólica montaña

Una historia catalana

Texto y dirección: Jordi Casanovas. Intérpretes: Lurdes Barba, David Bagés, Lluïsa Castell, Pep Cruz, Borja Espinosa, Andrés Herrera, Vicky Luengo, David Marcé, Alícia Pérez, Mariona Ribas.
Escenografía: Sebastià Brosa, Elisenda Pérez.
Vestuario: Albert Pascual.
Iluminación: David Bofarull.
Sonido: Damien Bazin, Roc Mateu.
Vídeo: Joan Rodón.

Teatre Nacional de Catalunya, Sala Gran. Barcelona, 28 de febrero.

En escena, el catalán cerrado del Pallars convive con el castellano de los inmigrantes y con el de Nicaragua en unos intérpretes que a menudo se desdoblan para dar vida a tantos personajes y credibilidad a tantas ramificaciones. La superstición, el miedo, la fe, la venganza, el poder y la acción estructuran este ambicioso relato que ahora gana en coherencia; el juego escénico sigue siendo el mismo -los intérpretes nos presentan a sus personajes y nos dan las acotaciones en catalán estándar- y se mantiene la sorpresa del traslado de escenario en la tercera parte; la confluencia de las tres intrigas otorgan un carácter épico a lo que acaba por ser un western lleno de tensión, con sus tiros y sus desafíos.

En cuanto a los intérpretes, Andrés Herrera, en el papel del charnego Calanda, sigue siendo el puto amo de la función; David Bagés es la otra gran baza en todos los tipos que hace, así como Lluïsa Castell, Alícia Pérez y Lurdes Barba. Qué personajes y qué historia tan potente.

 

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