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El desalojo amenaza La Carboneria

Los vecinos defienden la permanencia de los ‘okupas’ en el inmueble de Sant Antoni, Una orden de desahucio ha sido suspendida temporalmente por la quiebra de la propietaria

Fachada de La Carboneria, en Sant Antoni.
Fachada de La Carboneria, en Sant Antoni.Gianluca Battista

Cuando una ley es injusta lo correcto es desobedecer, reza una pancarta colgada en la fachada del edificio que aloja La Carboneria, en la esquina de la calle Urgell con Floridablanca. La máxima de Gandhi resume el sentir de quienes en 2008 okuparon este espacio del barrio barcelonés de Sant Antoni. Desde hace cuatro años, el llamativo mural que decora su fachada, de unas raíces retorcidas, ha pasado a formar parte del paisaje del barrio. Pero su arraigo ha ido más allá. Tras la última orden de desalojo, temporalmente suspendida tras quebrar la inmobiliaria propietaria del edificio, los propios vecinos se pronunciaron a favor de que permaneciera el llamado centro social okupado (CSO).

La integración de los okupas en la comunidad vecinal fue un proceso lento y con algunos recelos. “Uno tiene los referentes de los medios de comunicación, que siempre hablan de casas conflictivas, que generan problemas”, explica Toni Sánchez, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Sant Antoni, que confiesa que al comienzo tuvo sus reticencias. “Pero es difícil encontrar argumentos en contra de una gente que hace talleres, no monta fiestas hasta tarde y cumple en general las mismas instancias que el resto de entidades del barrio”, añade.

Lo que ahora alberga La Carboneria fue en su día un edificio funcional, pensado para alojar las familias de los obreros empleados que construyeron el barrio de Sant Antoni. Cuando entraron los okupas, el lugar estaba desaliñado y llevaba años deshabitado. “Los primeros en entrar fueron un grupo de personas bastante precarias con necesidad de vivienda, en plena decadencia del sector inmobiliario”, resume Marta López, que participa de la asamblea de La Carboneria. En ese acto de “desobediencia civil” se vio un “una capacidad de transformación social”.

Una de las actividades de La Carboneria.
Una de las actividades de La Carboneria.

El edificio, que alojó también una carbonería —de ahí su nombre— se ha convertido de hecho en un lugar de reunión, con espacios abiertos al vecindario donde se realizan talleres, cenadores populares, clases de danza y artes marciales, y donde uno puede encontrar desde una biblioteca hasta una “tienda gratis”. “Al principio se generó un conflicto de intereses e ideológico: nosotros cuestionamos el modelo actual de propiedad y eso choca con los principios básicos de algunas personas”, interpreta López. “Pero tras cuatro años es ha habido entendimientos”, admite. Un hecho que confirma la integración de La Carboneria en el barrio es su participación en la organización de la fiesta mayor, codo a codo con las asociaciones de vecinos. Este año los okupas montaron un concurso de paellas, otro de tortillas de patatas y un correbars, actividades incluidas en el programa oficial de las festividades.

Un motivo de incertidumbre, según la Asociación de Vecinos, es qué pasaría con el edificio si se ejecutara el desalojo. “No estamos a favor de la okupación, pero tampoco de la especulación”, matiza el vicepresidente, “y ya suponemos como irían las cosas si se desalojara: el derribo del edificio y la construcción de viviendas caras para gente adinerada. Ahora, al menos allí viven jóvenes”. El Centro Social, además, cubre algunas deficiencias de la zona, como la falta de locales públicos para alojar asociaciones y entidades. En uno de sus bajos se reúne la Asamblea de Jóvenes de Sant Antoni, y en otro espacio tiene lugar un taller de costura donde personas del barrio se juntan para enmendar ropa.

Ideas como la tienda gratis también atraen vecinos que dejan ropa en desuso o recogen objetos que les hacen falta. “La gente está cambiando de percepción con respecto al movimiento okupa, porque se dan cuenta de que ellos mismos podrían verse abocados a esta opción, por pura necesidad”, concluye Alba Garrido, una de las personas que vive en la casa.

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