Submarinismo emocional
Daniel Veronese presenta en el Lliure una Gaviota de Chejov normal, deconstruida, reconstruida y condensada en hora y media
Ya se sabe que los clásicos se prestan a lecturas y adaptaciones varias. En los últimos tiempos La gaviota de Chéjov nos ha llegado reducida y renovada por el británico Martin Crimp en el montaje que nos ofreció David Selvas hace un par de años; yuxtapuesta a otros textos del autor ruso, como la del brasileño Enrique Díaz (Gaivota. Tema para un cuento breve) de hace cinco o seis (Festival Grec); o depurada y a pelo como la del húngaro Árpád Schilling de hace seis o siete (Siráj, Temporada Alta). Será por ser de todas sus piezas importantes la única dedicada al tema del arte, el caso es que hace mucho que no vemos “una gaviota normal”, como decía una espectadora a la salida de Los hijos se han dormido, título con el que Daniel Veronese bautiza su personal versión de la obra. Deconstruida, reconstruida y condensada en hora y media, esta gaviota es otra y es la misma, como ocurría con sus anteriores versiones de las obras de Chéjov y de Ibsen. Y espléndida, como los montajes de todas esas versiones que le hemos visto con su troupe de intérpretes argentinos.
Los hijos se han dormido
A partir de La gaviota de Anton Chéjov.
Versión y dirección: Daniel Veronese.
Intérpretes: Malena Alterio, Ginés García Millán, Malena Gutiérrez, Alfonso Lara, Diego Martín, Miguel Rellán, Pablo Rivero, Marina Salas, Susi Sánchez, Aníbal Soto.
Escenografía: Alberto Negrín.
Vestuario: Ana Garay.
Iluminación: Sebastián Blutrach.
Teatre Lliure, sala Fabià Puigserver. Barcelona, 9 de enero.
La literatura y el teatro, las exigencias de los artistas, la espiritualidad que les envuelve o su constante divagar para quienes no lo son, siguen enfrentando a los personajes por parejas, mientras unas y otros sufren por amor: la joven actriz Nina y la gran actriz Arkádina; Treplev, el hijo de ésta, de vocación literaria fallida, y Trigorin, el amante de su madre y escritor de cierta fama; Masha, la joven enamorada de Treplev, y Polina, enamorada del doctor Dorn; éste y Sorin, el hermano de Arkádina, cada uno afrontando la vejez a su manera; Medvédenko, el maestro, y Shamráev, el administrador de la finca, ambos rechazados y marginados por el resto. Una decena de personajes que se contradicen y se complementan en una propiedad rural cercana a un lago. El transcurrir de la vida, compleja y sencilla a la vez. Pura corriente submarina de sentimientos e ilusiones, de amargura, insatisfacción, impotencia, melancolía. Todo esto está en este poderoso veronese non-stop con elenco español. Qué gran trabajo el de todos ellos. Qué logradas las escenas de grupo, todos hablando y pisándose las frases, mientras hacen otras cosas o tienen la cabeza en otras cosas, como en la del juego de la lotería en lo que sería el cuarto acto. Qué intensidad en las escenas de pareja. Qué naturales resultan las entradas, las salidas, los conflictos, los silencios. Qué conjunto tan compacto y cuántos detalles. Con decir que no he echado de menos a los argentinos creo resumirlo todo. En el Lliure de Montjuïc hasta el domingo.
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