Antes de terminar el año
Las propias limitaciones de Rajoy marcan el mojón que indica hasta aquí llegó el desastre.
No cabe descartar así como así que lo que no han conseguido los mayas con sus calendarios (terminar con el mundo hace cosa de una semana, cosa que por otra parte jamás se propusieron) lo consigan Mariano Rajoy y sus muchachos el año próximo por estas fechas en lo que respecta al menos a nuestro país, propósito modesto en comparación con la inmensidad del universo pero que tampoco es poca cosa. No carece de empecinamiento para ello antes de que le llegue su hora final (aunque le deseo vida eterna) y postrado ante el Señor tenga que tragarse el reproche divino: “Però, ¿què has fet, noi, quina mena de desfeta en el lloc que et vaig encomanar?”. Y lo pongo en catalán porque si los reyes magos eran de origen andaluz o cosa parecida, según apunta Benedicto XVI, nada autoriza a negar de manera taxativa que Dios sea de origen catalán, y si no que se lo digan a Artur Mas, con el apoyo del gran Felip Puig por si esa sugerencia llegara a provocar disturbios, que bueno es él cuando los hay, aunque a veces parece que los provocara él mismo con la antelación suficiente.
Imagine quien leyere que el año próximo tuviera la catadura del que ahora termina. En esas condiciones, ¿cómo evitar la tentación de rumiar que se trata del signo tan inequívoco como arrebatador de que en su transcurso terminarán nuestros días? ¿Por qué hay que creer que será de otra manera? Si Mariano ha dejado ya constancia indeleble de lo que es capaz de hacer, ¿qué nos impide que sea incapaz de perpetrar (o interpretar) otra sublime colección de siniestras maravillas? Y todo eso en seco, que mejor será no pensar lo que sería capaz de hacer en mojado. Porque ese señor no es ya que carezca de límites, es que sus propias limitaciones marcan el mojón que indica hasta aquí llegó el desastre.
Porque, claro, ¿qué otra barbaridad se propone ahora llevar a cabo cuando proclama que lo peor ya ha pasado pero que serán necesarios algunos ajustes mas, un propósito en el que puede caber de todo. De todo. Desde la ambulancia reconvertida en una especie de camión de recogida de basura que va cargando enfermos según recorrido previamente marcado hasta depositarlos en la entrada de un hospital, si todavía subsisten semejantes centros, pasando porque los niños de la pública hagan su escolarización en su casa como buenamente puedan, y ya pasará un inspector al final de cada trimestre para leerles la cartilla por el modesto estipendio de unos 400 euros (descuentos para familias numerosas, sobretasa para quienes habiten en los cada vez más numerosos extrarradios). Sin olvidar que cada indigente queda obligado a proveerse de una cartilla especial que le permitirá comer una vez a la semana de los productos caducados de supermercados o de las sobras de restaurantes de mediano tamaño. Como en la época del racionamiento, vaya, pero informatizado. Y que fuera solo eso. En todo caso, este escribidor acojonado les desea un buen año a quien crea merecerlo. Así que cuidadito con la justicia divina, ya que se pasa como si nada por encima de la humana, demasiado humana.
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