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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aznar ilustrado

"Los memorialistas tienden a adaptar lo pasado a lo actual, lo hecho a lo deseable"

He de leer el último libro de José María Aznar, ese que lleva por título Memorias I. Me gusta el género autobiográfico, aquel en el que alguien rememora. Siempre hay un contraste entre el que uno fue y el que ahora es. Esa distancia es un abismo del que algunos salieron indemnes.

Los memorialistas tienden a adaptar lo pasado a lo actual, lo hecho a lo deseable. Si, además, han sido políticos en ejercicio, entonces esa tensión es aún mayor: lo grande que fui y lo irrelevante que soy ahora; el poder que tuve y del que dispuse con inteligencia y la vida tan poco excitante que ahora llevo. En fin.

En estos volúmenes, antes de entregarme a la literatura, me deleito con las imágenes, con los santos. Por ejemplo, la ilustración de la cubierta o sobre cubierta. En el caso de Aznar, la impresión es clara: su rostro es más grande que la instantánea, que debemos a David Mudarra. El Aznar ilustrado no cabe en la foto y una parte de su busto está fuera de campo. El efecto que se persigue es obvio: el personaje es magno, incluso tiene algo de regio.

Aznar va bien rasurado. Sin duda se ha sometido a una limpieza de cutis. No se ven poros negros y el moreno estival ya no mancha la superficie. El bigote cano pierde espesor y tiende a confundirse con la epidermis, de modo que de lejos no se sabe si lleva o no lleva su célebre mostacho. La nariz es ancha, gruesa y con una peca que el dermatólogo debería vigilar.

Apoya su mano derecha sobre la cara en una actitud descansada, tranquila. Afecta eso, paciencia y sabiduría. Esos ojos lo han visto todo y ya no se les aprecia rencor. Quizá porque José María Aznar está por encima de todo. La camisa azul celeste sin corbata demuestra campechanía, un casual wear de hombre limpio y bien planchado. Se nota que es de clase media. Nos espera. Esa es también la pose de Aznar: al mirar así al posible destinatario, apoyando levemente su rostro en el dorso de la mano parece aguardar una respuesta. Lee y dime. Aprende y verás. Durante un tiempo le estuve dando vueltas, preguntándome una y otra vez dónde había visto yo algo parecido.

De repente caí. Francisco de Goya pinta a don Gaspar Melchor de Jovellanos hacia 1798. Es un hombre abrumado. Dice Antonio Muñoz Molina en El atrevimiento de mirar (2012): “Jovellanos mira la tarea colosal que tiene por delante, mide sus propias fuerzas y tal vez comprende que son muy inferiores a su entusiasmo (…). En la mirada de Jovellanos hay melancolía, pero también hay limpieza”.

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Yo no puedo juzgar la limpieza de los ojos de Aznar. No sé si hay un resto de melancolía. Ignoro si es un hombre ilustrado o abrumado como Jovellanos. Pero sé que la mirada del antiguo presidente español expresa otra cosa. José María Aznar nos mira directamente, con una pose resultona, incluso mundana, de quien anda sobrado. En los ojos se le aprecia algo de resignación. Como ese maestro que debe repetir las cosas, que ha de remachar lo evidente para unos discípulos algo torpones. Siento frío ante su mirada y siento aprecio por aquel Jovellanos taciturno, tan desalentado, tan noble.

Qué cosas. Ahora cuando lea a Aznar lo juzgaré con los ojos de Jovellanos, con ese temple sencillo nada arrogante, de quien fuera ministro y sabio.

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