Una sorpresa desde Galicia
El XXI Certamen de Coreografía de Danza Española y Flamenco terminó anoche con una gala de premiados en Matadero
El XXI Certamen de Coreografía de Danza Española y Flamenco terminó anoche con una gala de premiados en Matadero, concurso, ya arraigado en la capital y probablemente el de más solera y prestigio en toda la Península. El palmarés de este año ha sido discutido por algún sector del público. Entre otros galardones, el primer premio de coreografía fue para Eduardo Martínez, primer bailarín del Ballet Nacional de España por la obra Camino de vuelta; desde A Coruña llegó el segundo premio (sin remuneración por los recortes y la crisis) otorgado a Quique Peón por Amizade, cuarta parte de una obra más larga donde se atiende a una particular estilización del folclore gallego.
Ante la abundancia de propuestas de solos, la organización decidió separar las presentaciones individuales de las grupales. Así el premio principal a un solo fue para Kaari Martin por El cuervo y el reloj, y también sin recompensa económica, un segundo premio al solo de Vanesa Aibar titulado Era Silencio. Las dos carecían de interés y nivel artístico.
Del papel de este concurso da cuenta su historial y el sinfín de nombres, hoy ya maduros, que han pasado por sus anteriores ediciones, pero la final de 2012 ha sido desconsoladora en cuanto a creatividad y calidad de baile; es como si estuvieran los artistas perdidos en un mar de dudas y de experimentos fallidos, mirando al pasado y a veces a la estética, otras con ironía, pero sin ningún peso en la materia de creación. El nivel de la indumentaria iba del mal gusto a la orfandad, pasando por efectos de aparente lujo que simplemente evidencian falta de cultura escénica.
Hubo un desequilibrio palpable en el caso de Martínez, que jugaba con ventaja: sus artistas eran la mayoría solistas destacados de la compañía titular española, y hasta el vestuario masculino ha salido de esos almacenes estatales; el resultado de su pieza, frívolo, efectista y lleno de lugares comunes tanto en la evolución de grupo como en los detalles solistas, mezclando sin venir a cuento Escuela Bolera con clásico español en cuadros poco felices.
El único hallazgo de la noche de concurso que dejó un buen sabor de boca de frescura y autenticidad era el trabajo de Quique Peón, el que se puede calificar simplemente de exquisito en su candor ciertamente naif, pero estructurado con inteligencia, dinámica espacial y una gran capacidad comunicativa.
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