Proyectamos poca imagen
"Nuestros iconos culturales, económicos y personales han tenido y tienen apenas una contribución entre los que conforman la imagen preferentemente quijotesca y cañí que ha cuajado de España"
Vaya por dios, hemos —en realidad han, ellos, los gobiernos del PP— derrochado más que un nuevo rico descerebrado por situar a Valencia y la Comunidad Valenciana en el mapa universal y apenas si ha servido de nada. A la luz de un estudio del Real Instituto Elcano que acaba de divulgarse y muy probablemente conozca el lector, nuestros iconos culturales, económicos y personales han tenido y tienen apenas una contribución entre los que conforman la imagen preferentemente quijotesca y cañí que ha cuajado de España en el mundo. Una noticia ciertamente desoladora para quienes, ahítos de narcisismo patriótico, han creído por estos pagos y durante estos recientes años ser el ombligo de las Españas, al tiempo que un foco de atracción transnacional. De eso, bien poca cosa. Un baño de humildad quizá ayude a restablecerles la dosis aconsejable de realismo.
En efecto, de los 90 iconos propuestos por el referido instituto únicamente se menciona la desmedida Ciudad de las Artes y de las Ciencias, y tan solo en el séptimo lugar entre las nueve instituciones similares que se sugieren. Una mención que, por los euros gastados, nos ha costado y sigue costando un ojo de la cara, pero de la que en este caso habremos de sentirnos afortunados pues, de otro modo, no se nos consignaría en la panoplia de tópicos y méritos que nutre la marca española. Valencia, como ciudad, no tendría más relieve que Zaragoza o Toledo, a cuyo mismo nivel se la sitúa y con una muy modesta nota. En punto a personalidades descollantes en cualquier orden, cero patatero. A todos los efectos seguimos siendo chatos, periféricos y subalternos.
Resulta obvio que los criterios aplicados en la elaboración de este estudio o informe son perfectamente discutibles, tanto más desde mentalidades chovinistas, para las que —si de las indígenas hablamos— es inconcebible que en el imaginario que se proyecta de lo español no figuren las Fallas o el emporio turístico de Benidorm. Y no figuran, a pesar de la fama con que orbitan en el universo lúdico. Consolémonos pensando que esta suerte de barómetros requiere ser muy selectivos, lo que en ocasiones, como en lo que nos concierne, puede haber sido una ventaja. Ahí es nada si los encuestadores hubieran preguntado acerca de la contaminación acústica o la corrupción, dos capítulos en los que esta Comunidad se ha ganado un justo liderazgo.
De dichos capítulos, de penosa actualidad, merece ser glosado esta semana el referente al ruido nocturno en el barrio del Carmen, del Cap i casal. Resulta que el indignado frente empresarial hostelero —bares, pubs y asimilados— de la zona se ha sublevado contra la concejala del ramo, Lourdes Bernal, por haber recortado el horario de las discotecas, que habrán de echar el cierre a las tres, en vez de a las seis de la madrugada. Pues bien, también a nosotros nos parece una decisión objetable, pero por alicorta, pues, aún con estos recortes, tales focos de estrépito son una molestia para los vecinos, tanto más en unas calles estrechas donde el volumen sónico de la cháchara se multiplica, por no aludir al gamberrismo inducido y a la falta de vigilancia. Y que no se nos venga, como suelen, con el chantaje de los puestos de trabajo en vilo, pues mucho más gravosa es la merma de salud del vecindario. Puestos a elegir, mejor que nos represente la faraónica ciudad que la agresión incívica del estrépito acústico, degenerado ya en idiosincrásico del país.
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