Y ellas fueron las mejores coristas
Alejandro Sanz sobrevoló el griterío de un Palau desarbolado en su entrega
Estaban. Había que buscarlos con la mirada y así se lograba verlos, un poco encogidos en sus butacas, pero estaban. En ocasiones alzaban la voz y se veía por el movimiento de sus labios que cantaban, pero apenas se les oía. Eran ellos, los varones, completamente empequeñecidos por otro varón que en el escenario parecía que les cantaba directamente a ellas, todo y que, por supuesto, también lo hacía para ellos. Porque una vez más, Alejandro Sanz impuso su figura, personalidad y voz ante un público en el que sólo parecían estar ellas, alegres, desbocadas y dispuestas a ejercer de coristas impagables en el primero de los tres conciertos que el eterno pillín ofreció en la noche de ayer en el Palau de la Música de Barcelona. Era el estreno en Europa de La música no se toca,su último disco. Y ellas fueron las reinas.
Estaban francamente fuera de sí, no en vano desde tiempos no era posible ver a Alejandro tan cerca. Casi se le podía tocar, acariciarle con la mirada. Estaba a mano, pese a que fornidos hombres montaña guardaban los laterales de la platea para evitar que cualquier seguidora fuera de sí decidiese probar suerte y, realmente, tocarlo de una santa vez. Pero aunque intocable Alejandro estaba allí, y su cercanía como persona se unía a su cercanía física. Comenzó el concierto con Llamando a la mujer acción, primer tema de un repertorio que se alargó dos horas en un Palau en el que incluso las musas del escenario, tan hieráticas ellas, parecieron estremecerse ante tanto bureo.
El artista arrancó la gira europea de su nuevo disco en Barcelona
El recital tuvo un primer bloque con canciones de su nuevo trabajo, lanzadas para no caldear de entrada un ambiente ya explosivo incluso antes de iniciarse el espectáculo. Cómo decir sin andar diciendo y Se vende fueron segunda y tercera, y en ésta última, tres seguidoras se levantaron para bailar enfundadas en unos chalecos fluorescentes en los que estaba escrito, en plural, el título del tema. La banda, de matemática paridad, cinco mujeres y cinco hombres, estaba algo apretujada con su instrumental en el escenario, quizás demasiado iluminado para tratarse del Palau. Será herencia de los años en espacios enormes, pero lo cierto es que las luces cegadoras orientadas hacia la platea parecieron innecesarias.
El sonido también destacó por su potencia, aunque las seguidoras se quejaron a las primeras de cambio por considerarlo tenue. Alejandro hubo de recordar que en el Palau hay mucho cristal y que no se trataba de quebrarlo a base de decibelios. A ellas les daba igual, pero en realidad, y que no se ofendan, por favor, eran sus mismas voces, agudas, emocionantes y, por qué no, emocionantes en su entrega incondicional, las que tapaban a la propia banda. Ni que decir tiene que la voz de Alejandro también perecía ante la carga de tanta garganta al galope, pero eso es lo que suele comportar el éxito de un artista de multitudes encajado en un recinto relativamente pequeño. Más tarde logró emerger y ya no se volvió a hundir.
Y la locura colectiva no se detuvo hasta el final. Sólo bastó que el repertorio entrase en caminos más conocidos - Desde cuando, Quisiera ser, Cuando nadie me ve, por cierto dedicado al allí presente Eros Ramazzotti, Yo te traigo o el inevitable Corazón partío con todo el Palau en pie para que hasta el más sensible tímpano se hiciese a la idea del esfuerzo que se le requería. Antes, un popurrí acústico en la boca del escenario le había dado tregua, pero fue un espejismo. La parte final con No es lo mismo, Looking For Paradise y La música no se toca certificaron el éxito de Alejandro, que como siempre usó la mirada, más expresiva que sus palabras, su voz y sus canciones para reducir a la concurrencia. También a ellos, tan discretos anoche, cuando Alejandro estuvo al alcance de la mano.
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