Morris o el poder del gesto
La amistad no admite la adulación innecesaria ni la complacencia, pero se fortalece con el reconocimiento de la admiración
Me gusta imaginarlo ante un fondo negro, en un escenario desnudo. Apenas se adivina su silueta mientras, despacio, va aumentando la luz del foco cenital que lo perfila. Y, entonces, un gesto sacraliza el espacio y todo se detiene, puede empezar de nuevo la ceremonia más antigua: el teatro. Un gesto ha bastado para que Antonio Durán Morris se convierta en actor.
No voy a hablar de su carrera, es fácil reconstruirla solo con buscar su nombre en la red. De su trabajo interpretativo me gusta recordar su entusiasmo por los nuevos proyectos, la lenta tarea de asimilar el personaje que le mantiene despierto, palpitante. Y el deseo de ser el hombre de los mil rostros pero no el de las mil máscaras, porque todas las máscaras se caen cuando deja el escenario y, en el día a día, vuelve a ser el de siempre: el niño de Teis que jugaba en la calle bajo la mirada atenta de su madre; el chico inquieto que optó por el teatro antes que por un trabajo estable y cómodo. Aunque –y lo contó alguna vez- se imaginaba la vida de actor menos dura, sin madrugones ni horarios fijos. Ahí se equivocó. Madrugones, horarios fijos, trabajar mil horas en un plató sin ver la luz del sol. Carreteras comarcales, autopistas, aeropuertos. Despertadores e insomnio. Guiones marcados con rotuladores fluorescentes y textos teatrales manoseados, repasados, anotados.
De sus procesos de preparación del personaje yo también aprendí. Recuerdo que, hablando precisamente de este tema, me dijo que para representar a un asesino en serie no es necesario armarse con una sierra mecánica y cortar cabezas. Hay que saber ponerse en la piel del psicópata, cosa que se aprende habitando las luces y las sombras. El vino y las rosas. Es decir, actuando, cuando actuar no es solo interpretar un papel sino poner en acción la vida propia, a riesgo de lastimarnos profundamente en el empeño.
La amistad no admite la adulación innecesaria ni la complacencia, pero se fortalece con el reconocimiento de la admiración. Si hay algo que admiro de él –además de su talento interpretativo, por supuesto- es que no cae ni en la pasividad ni en la apatía. Por eso su vida fuera de los escenarios está también repleta de actuaciones –acciones- en contra del inmovilismo y la regresión. Lo hemos visto dando la cara en protestas y en reivindicaciones. Reconocemos su nombre firmando manifiestos. Hemos oído, en su voz, la voz de mucha gente en estos tiempos miserables en que los poderosos secan, sin pudor, sus tripas al sol. Se niega a dar pasos atrás y a que la sinrazón se ría en nuestras propias narices.
Ante un fondo negro, el escenario. En el escenario, el actor iluminado por una luz cenital se limpia el sudor de la cara y se retira para transformarse en un habitante de la realidad cotidiana. En la calle es un hombre cualquiera, demasiado bajo para que le den un papel de protagonista en una gran película, pero tan grande como para cabrearse y gritar contra la pasividad que narcotiza la derrota. Nos dirá que la crisis -la estafa generalizada, la depresión económica…, o como queramos llamarla- es un espacio creativo, una invitación a la actuación. Yo lo admiro por eso, porque actúa. Y no solo en el escenario.
Peldaños
Antonio Duran, MORRIS
1959, VIGO
Fundador del grupo Artello
Trabajo en el Centro Dramatico Gallego
1985 Premio No I F.I.T. De Rivadabia al Mejor Actor Protagonista por “Woyzeck”
1987 Premio Compostela al Mejor Actor Protagonista por “Falstaff”.
Premio Mestre Mateo 2011 como Mejor Actor Protagonista por Enfermos.
Series en TVG Pratos combinados, Padre Casares, Air Galicia, Zapping Comando
Peliculas cine
1990 Continental
1998 Atilano presidente
2002 Los lunes al sol
2005 Princesas
2007 Mataharis
2011 Doentes
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