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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los cuarteles de invierno

"Los catalanes son gente honrada, por supuesto, tanto como los madrileños, los murcianos o los andaluces, por no hablar de los valencianos"

Si no he entendido mal, esta semana se decide en Cataluña en consulta electoral si Artur Mas será independiente o no será, una cuestión que parece de mayor envergadura que la decisión de los votantes, aún sin necesidad de entrar de qué modo y maneras se busca o se consigue el voto. El caso es que Artur Mas y los suyos están seguros de que los catalanes de acción o de adopción elegirán por mayoría absoluta una Cataluña independiente de España. Que lo consigan, si tan ardiente es el deseo como factible su posibilidad. Y, sobre todo, si creen que de ese modo van a combatir la crisis con mayor éxito que otros, con lo que tendríamos un país al fin feliz tanto por motivos de identidad como por el envidiable bienestar en un futuro sin duda próximo de sus afortunados habitantes. De momento, ya han instaurado el pago de un euro por receta médica en la sanidad pública, como en la comunidad de Madrid, sin ir más lejos, y el legendario arrojo, valentía y ecuanimidad de sus Mossos d’Esquadra en sus intervenciones callejeras o cuarteleras nada tienen que envidiar a sus homólogos de Madrid cuando se trata de aporrear a unos cuantos manifestantes indefensos.

Así las cosas, más allá de la confrontación ideológica de intelectuales y políticos sobre este arduo asunto, donde tanta relevancia tienen los sentimientos de la identidad, tanto en unos como en otros, lo que habría que saber es qué ventajas concretas ofrece esa clase de solución en el momento que estamos. Los catalanes son gente honrada, por supuesto, tanto como los madrileños, los murcianos o los andaluces, por no hablar de los valencianos. Pero, desgraciadamente, basta con que cualquiera de ellos con posibles tenga relaciones amistosas con un concejal de urbanismo, el que sea, sucede que prima más el negocio que la patria, incluso que la amistad. La corrupción reinante no es cosa de broma ni el papel de la banca tampoco, sean de donde sean y vengan de donde vengan, salvo que se crea que una vez obtenida, si es el caso, la independencia catalana convertirá a los catalanes en unos benditos de cuidados incapaces de hacerle daño al vecino también independiente, así que no parece que esa intrincada situación tenga que ver exactamente con la gestión de lo público sino con la pretensión de que se ocupen de ella exclusivamente, o poco menos, los catalanes y asimilados. Sant Jordi me libre de la desdichada inquina que muchos tienen al pueblo catalán, independiente o no, que yo me libraré de pensar que la codicia y la compraventa de voluntades son características exclusivas de unas pocas nacionalidades y no de un buen puñado de chorizos vengan de donde vengan, cuando es de eso precisamente de lo que se trata.

No es seguro que un gobierno independiente en Cataluña libre del engorro de España (y de tantas otras naciones, bien podría decirse), vaya a abandonar de pronto los habilidosos cuando no tétricos tejemanejes de todos los gobiernos de este mundo y de sus allegados, porque la codicia jamás ha sido ajena a la intención de los salvapatrias, antes al contrario, y porque en ese auténtico eje de la transversalidad se hacen los negocios que se hacen y que siempre pagan los de siempre, al margen de su apego sentimental más que otra cosa a un terruño más o menos extenso. ¿O es que Artur Mas también ha sido víctima de un desahucio?

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