Clamores llega a la treintena
La sala de jazz de la calle de Alburquerque celebra su 30º aniversario Su programación será especial durante todo el mes Incluirán en su celebración un libro-CD-DVD conmemorativo
Para Antonio Vega era “el último bastión de un Madrid callejero”; Tete Montoliu lo consideraba “su segunda casa”... Clamores Jazz vio el debut en nuestro país de una joven y desconocida Esperanza Spalding; entre sus paredes se fraguó Lágrimas negras, el disco de Bebo Valdés y El Cigala que rompió todos los récords de ventas… “La historia de Clamores”, apunta Germán Pérez, dueño y máximo responsable de la sala desde su fundación, en 1981, “es la de la música en nuestro país en los últimos 30 años”. Durante todo noviembre, la mítica sala situada en Chamberí celebra sus 30 años de historia con una programación especial y la edición de un libro-CD-DVD conmemorativo.
Clamores se gestó entre un grupo de amigos hosteleros aficionados a la bohemia y al jazz con el noble propósito de crear “un local divertido”. El primer año no hubo conciertos, solo un trío clásico que, según llegó, fue despedido, una vez comprobado que el personal no estaba por la labor de escuchar la Sonata Op. 5 de Händel. Se imponía un cambio de tercio que no tardó en llegar.
El 24 de marzo de 1982, Clamores inició su andadura como club de jazz. Muy pronto ocuparon su escenario los más grandes del género, Tete Montoliu incluido. Nuestro jazzman más universal se sentía en Clamores Jazz en su salsa, y eso que era muy suyo y que el piano del Clamores, reconozcámoslo, no era un Steinway Imperial precisamente. A Tete eso le daba igual. Hay cosas más importantes en esta vida que un buen piano cuando se es músico de jazz, y Tete lo era, de los mejores. Será por eso que iba a escucharle la intelectualidad y el famoseo, y algún futuro ministro de izquierdas que, a la mínima, terminaba formando tertulias conspirativas de altos vuelos: “Lo que pasa en Clamores, se queda en Clamores”. Normas de la casa.
Desde hace 30 años, Clamores Jazz viene programando una actuación musical diaria todo el año, salvo los 24 de diciembre: “Resulta impresionante pensar que hemos tenido a Joe Henderson y a Johnny Griffin, Roy Haynes o Paul Motian”, apunta Pérez. Muchos de quienes hoy recorren los escenarios más cotizados pisaron el sótano de Alburquerque apenas salidos del cascarón. Fue el caso de Brandford Marsalis, Richard Bona o el sueco Esbjörn Svensson, quien hubo de enfrentarse a una audiencia mínima: “Era una tarde de domingo y no debía de haber más de media docena de espectadores... No estábamos preparados para algo así”.
Pero no todo son rosas y alegría en la historia de un club. Con el nuevo siglo llegó el abismo de los números rojos. Y la prohibición de fumar en los espacios públicos cerrados, clubes de jazz incluidos: “Muchos pensaron que aquello iba a ser la puntilla para los locales con música en esta ciudad”, reconoce Germán. En dos décadas, los dueños de la sala habían comprobado que organizar un concierto de jazz, con o sin humo, es una de las mejores y más eficaces maneras de arruinarse. La solución: compaginar el jazz con otras músicas. Así que, de un día para otro, el local se llenó de flamencos, estrellas del rock, cantautores y viejos troveros como Compay Segundo.
La nómina de artistas que han pasado por Clamores en su nueva etapa como club de jazz y otras hierbas es inagotable. De Concha Buika a Joe Cocker, Miguel Poveda o Antonio Vega, el excomponente de Nacha Pop fallecido a los 51 años, quien llegó a convertirse en una habitual de la sala. Aquí interpretó los éxitos que le aseguraron un lugar en el corazón de una generación.
Hoy, a las 21.00, presentación del libro-CD-DVD con la actuación gratuita de Clamores Dixieland Jazz Band y The Porter’s Jazz Quartet. Alburquerque, 14.
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