Cuando el ballet repugnó a Shostakovich
Los tres ballets dejan un sabor amargo en una frustrante velada de nuevas creaciones
En algunos momentos de esta frustrante velada de nuevas creaciones daba la amarga sensación de estar viendo la misma obra, o mejor, idéntica ejercitación gratuita en tono bajo y larga pose. Los tres ballets son confusos y vacuos, pura calistenia resistente donde hay una pasión intestina por tirarse al suelo y rotar cuan largo se pueda. Se quiere intelectualizar el producto coréutico, darle importancia libresca, y eso, ya se sabe, en el baile rinde poco.
No hay tampoco un empaque serio de compañía. A saber, fragua la indisciplina escénica: abundan las barbas, algunas bailarinas casi no se peinan, se nota muchísimo que todo está poco ensayado. En el vestuario de la primera y la última pieza hay una deliberada confusión entre la ropa de ensayo y el mercadillo. También hay un miedo cerval a titular en lengua castellana. ¿Por qué? Tiempo, dinero, sudor y energías malgastados. En este programa se carece de dirección y de análisis, y eso es lo que precisa ahora ese puñado de jóvenes intérpretes.
Tras un intermedio pachanguero vino lo peor, el destrozo casi inmoral perpetrado sobre la octava sinfonía de Shostakovich, y de esa época (1943) data la frase epistolar del compositor (“el ballet me repugna”), tal como hoy nos espanta tratar así una partitura mayor, de gran peso estético a la que se ignora en su fondo, se trocea y vapulea.
En la tercera obra una escenografía quiere evocar o los almohadones de helio de Andy Warhol o las ondulantes superficies de titanio de Frank Gehry con un resultado de artefacto gratuito y obtuso. La música de Cobo, sin embargo, convence con una cierta densidad lírica en las cuerdas aunque después deriva hasta rozar lo incidental.
La plantilla está en forma y se mueve con ánimo dentro de la mediocridad de los materiales coreográficos. Hay ejemplos de mérito: Aleix Mañé se esfuerza por terminar las frases según lo aprendido en la mejor escolástica del ballet y Javier Monzón interioriza con fuerza hasta donde puede una acción poco estructurada. Tamako Akiyama aporta su concentración.
ESPAÑA CREA. ‘Unsound’: Juanjo Arqués y Heide Vierthaler/G. Bryars y otros; ‘Babylon’: Arantxa Sagardoy y Alfredo Bravo/D. Shostakovich; ‘Demodé’: Iván Pérez/Luis Miguel Cobo. Compañía Nacional de Danza. Naves del Español, Matadero Madrid. Hasta el 18 de noviembre.
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