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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Que vienen, que vienen!

"Han sido necesarios dos suicidios y medio, hasta ahora, por desalojos llevados a cabo sin misericordia ni dignidad alguna"

O mejor decir que ya están aquí, haciendo atrocidades absolutas con sus mayorías absolutas. Al paso que vamos, en cuanto empiecen a asomar los brotes primaverales, facilitando así el paso del Estrecho, no me extrañaría que algunos miles de los seis millones de parados españoles emprendan la aventura de las pateras en dirección a Marruecos para tomar la isla de Perejil como observatorio inicial de sus posibles desembarcos. Si se cruzan en la travesía con los igualmente infelices que tratan de colarse en nuestro país, lo que corresponde es el saludo afectuoso, la observación acerca de que donde las dan las toman, y acaso el aviso de unos a otros, a voz en grito desde las endebles embarcaciones, de que no tienen ni puta idea de lo que están haciendo. Una solución, transitoria, que podrían adoptar en esa tesitura ambos gobiernos de ambas orillas sería hacer pasar el evento por una extensión marítima del carnaval que para entonces estaría ya cercano, de modo que los navíos de las respectivas flotas abandonarían por un día y una noche sus funciones de vigilancia para adornar con guirnaldas y otras alegres chucherías de ocasión a los respectivos flotadores neumáticos, mientras que con exactitud de reloj suizo (por ejemplo, ese que se anuncia bajo el lema de que la elegancia es una actitud) a las doce de la noche mágica los helicópteros ensombrecerían la pálida luz lunática con sus reflectores no para ametrallar a los esforzados navegantes, sino para disparar una prolija sucesión de fuegos de artificio con la traca final donde resplandecen sobre el cielo también invertebrado los colores de las banderas nacionales rematadas con una imagen muy ventosa en la que acaso puede percibirse, por su rotundidad, los trazos borrosos de Rita Barberá, que lejos de huir en patera de su atroz destino lo sobrevuela en imagen despendolada por los cielos, algo mareada por el mal de altura.

Tampoco estaría mal que unos cuantos miles de desahuciados convenientemente seleccionados, o aleccionados, formaran parte de esa expedición, la de los de aquí hacia allá, entre los que tendrían preferencia aquellos desdichados que jamás en su vida han tenido ocasión de contemplar de cerca el mar y mucho menos de navegar cómodamente sobre el oleaje, si bien, eso sí, este amplio grupo quedaría obligado a regresar de inmediato en cuanto se otearan las costas marroquíes, no vaya a ser que les ofrecieran mientras tanto una casita de papel y se encontraran de viaje por el extranjero, ya que así como los trámites judiciales y policiales para desalojar de sus casas a los infelices que no se vieron venir la trampa son rápidos y contundentes, como debe ser en un país democrático, nada asegura su diligencia en caso contrario, de manera que a casita, que es donde mejor se está, sobre todo en invierno, no vaya a ser que tengamos más fallecidos, ahora ahogados, a causa de los tejemanejes en la vivienda.

En fin, si han sido necesarios dos suicidios y medio, hasta ahora, por desalojos llevados a cabo sin misericordia ni dignidad alguna (otra cosa y la misma es la cuantificación de tan triste suceso entre los parados que, no se sabe por qué misterio, conservan todavía su vivienda o sobreviven realquilados, como Rajoy en La Moncloa), ya era hora de que las autoridades decidan que hay que tomar medidas urgentes para atenuar el problema, que ya veremos.

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