Dieciséis años después de ‘La noche XII’
Eduardo Vasco pone en escena una versión de la obra de Shakespeare ambientada a principios del siglo XX, con luces de candilejas que dan a la escena un aire de music-hall
¡Qué hermosa comedia! En Twelfth Night (literalmente: La duodécima noche, contadas desde nochebuena; o Noche de reyes, como suele traducirse), Shakespeare utiliza el argumento de una de las Novelle de Mateo Bandello para, mediante una trama donde se entrecruza la farsa con el drama, mostrar la transfiguración que sufren sus protagonistas, emocionalmente desnortados por haber amado a quien no les ama o por haber arrostrado la muerte de sus seres queridos (cierta en el caso de los de Olivia, supuesta en la del hermano gemelo de Viola).
En Madrid, en los últimos años la hemos visto puesta en escena por Adrián Daumas, Consuelo Trujillo, Declan Donnellan… Este montaje de Eduardo Vasco, representado bajo la cúpula de La Abadía y con Beatriz Argüello en el papel de Viola, nos hace pensar a menudo en el que Gerardo Vera dirigió en 1996, en idéntico escenario con la misma actriz. Vasco ha vestido la acción a principios del siglo XX, con luces de candilejas que dan a la escena un aire de music-hall: en lugar de la canción original de Thomas Morley, se interpretan otras más acordes con la nueva ambientación.
NOCHE DE REYES
Autor: Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Vestuario: Lorenzo Caprile. Escenografía: Carolina González. Dirección: Eduardo Vasco. Teatro de La Abadía. Hasta el 4 de noviembre.
Su puesta, que gira en torno a la idea del escenario como universo donde la ficción unas veces es espejo de la vida, y otras, burla y comentario distanciado, está salpicada de golpes de teatro que dan en el clavo en ocasiones y otras en los dedos que lo sujetan. Vasco anda sobrado de imaginación y de teatralidad, pero no siempre está fino en la dirección de actores: en varias escenas cómicas de los dos primeros actos quienes parecen divertirse realmente son sus intérpretes, mientras el público guarda un silencio respetuoso. Ni los juegos de palabras de la versión están afinados con gracejo suficiente ni la interpretación encuentra el tono justo de la burla hasta el cuadro donde Don Tobías y compañía se arrancan con un par de jotas bien traídas, y el subsiguiente del choteo general a costa de Malvolio, donde intérpretes, dirección y versión encuentran por fin su justo centro.
Entre los actores (todos anduvieron con Vasco en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y de allí se los trajo), destacan Maya Reyes, por la vivacidad que imprime a María; el Orsino de Daniel Albaladejo, tan sensible a la belleza de Viola en la preciosa escena donde se acercan alma con alma; los destellos de humanidad del Feste de Arturo Querejeta, y, sobre todo, la encantadora Viola de Argüello, quién, porque los años no pasaron por ella, cuando hace su papel nos recuerda sin pretenderlo cómo lo hacía en el montaje de Vera y a quiénes le daba la réplica entonces. Viéndola, el tiempo hace un bucle. Emocionante, el final de la función, cuando cada personaje encuentra su cauce súbitamente, después de años de torrentera, y se instala una secreta armonía entre todos, señal de que el ciclo que empieza será mejor.
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