La diva no tiene peligro
Lady Gaga ofreció en Barcelona su único concierto en España, que resultó algo irregular, entrecortado y escasamente imaginativo
Pues no, todavía no se habían visto caballos en un escenario pop. Hasta que llegó Lady Gaga y ayer salió a lomos de uno en el inicio del único concierto en España de su actual gira. Bien, se supone que era ella, pues vérsele la cara, lo que se dice vérsele, no se le vio. Escoltada por ocho seres que parecían surgidos de una mezcla entre Juego de Tronos y Warhammer, los acordes de Highway unicorn,sí, el caballo tenía cuerno, comenzó un espectáculo cuyo aspecto central fue una escenografía rematada por una fortaleza que recordaba a un Exin Castillos. Sonido atronador, griterío ensordecedor y cientos de fotos telefónicas, la diva prohíbe las profesionales, fijaron en la memoria de sus fans el momento. Comenzaba el espectáculo.
Tras el paseo ecuestre, de momento parece que no ha sido acusada de maltrato animal por someter al equino a tanto decibelio, la diva —se supone que era ella— apareció vestida como de alien. Más o menos, pues el disfraz resultaba inenarrable. Cantó Government hooker y espatarrada sobre una mesa fue sometida a un cunnilingus simulado con furor. Como sugiriendo las consecuencias de uno incontrolado, en la siguiente canción Lady Gaga, situada en la parte posterior de un muñeco que simulaba una parturienta abierta de piernas, inició Born this way para acabar surgiendo, claro está, por la entrepierna. Un caballo, un cunnilingus y un parto. La cosa prometía. ¿Qué vendría después?
Lamentablemente, el nivel de excentricidad descendió enteros en las siguientes piezas. Resultaron simples coreografías que alimentaron a Black Jesus y Bloody Mary, pieza en la que Lady Gaga lució un casco blanco como si de una contrarrelojista se tratara y se movió cubierta por faldas como si se desplazase sobre un invisible patín. A falta de salidas de tono con intención provocativa, tocaba entonces fijarse en las piezas, algo no particularmente excitante. Igual fue por eso que la siguiente melodía fue un bombazo. Y es que el Bad romance coreografiado de nuevo con vestidos blancos y ya con la banda apareciendo por los huecos del castillo como ocurre en los musicales más ramplones fue una ocurrencia más que aplaudida. Más griterío, apenas audible dado lo atronador del sonido y el concierto ya empezaba a tomar vuelo.
Entonces llegó una alocución, la primera de muchas, en la que Lady Gaga aseguró no ser ni hombre ni mujer, sino cada uno de los allí presentes, a quienes responsabilizó de su existencia. En eso estuvo acertada, para qué engañarse. Con su vestidito blanco con perforaciones y hombreras rígidas cantó Judas desde una almena mientras un par de tipos de aspecto patibulario pretendían hacerle pupa con unas cuerdas con las que intentaron atarla a un poste. Misión frustrada, puesto que la mala se impuso a los peores y acabó la canción mientras el castillo se destripaba abriendo sus alas laterales.
El siguiente tramo del concierto, marcado también por las coreografías, alcanzó su cénit con Just dance y Love game, para desembocar en un Heavy metal lover en el que Lady Gaga irrumpió en escena sobre una moto como si formara parte del chasis. Deambuló por la parte circular del escenario que entraba en la pista y ya en el tema Bad kids enseñó los cuartos traseros, se puso una camiseta del Barça, que, por cierto, debería de haber llevado el nombre de Mourinho —eso sí hubiese sido ir más allá— y Lady Gaga volvió a mostrar el tanga. Tras otra perorata de estrella agradecida, hubo unas cuantas que interrumpieron el ritmo del espectáculo, puesto que la estrella enfiló la parte final del concierto sin aún quitarse la elástica deportiva.
A todo esto, el sonido, marcadamente rockero, con unos notables guitarrazos dictados por la testosterona metálica, caso de You & I, hizo bascular el recital entre el empuje machorro y la carpa veraniega de las piezas más bailables. Tras un tedioso solo de guitarra, Americano subió la tensión, rematada más tarde con uno de sus temas más conocidos, Alejandro —ataviada con un sujetador rematado por pistolas— y el archiconocido Paparazzi. El concierto tocaba a su fin. Sin embargo, todavía faltaban los bises, que recayeron en las coreadas The edge of glory y en la también popular Marry the night. A pesar de todo, el tono ya estaba marcado, un tono que deja a Lady Gaga bastante lejos en intención, elegancia e imaginación de esas divas a las que quiere sustituir.
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