Romances a media noche
Algunos se reconocen, otros no, ese no parece ser el objetivo. Ella los interpreta con voz leve, un poco para sí, un poco para el aire
Dentro de la Bienal, una función en el Central, ya cercana la medianoche, solo puede sugerir "experimentalismo", como definiría el maestro Ríos Ruiz, o una sesión de arte y ensayo, para quien recuerde el significado de la fórmula. Bromas aparte, la obra que se presentaba era un estreno absoluto, encargo de la propia Bienal en colaboración con Mercat de les Flors, y perteneciente al ciclo Literatura bailada, uno de los que más revela el sello personal de la dirección del evento. La presencia de Valeriano Paños y Rafael Estévez sumaba interés a la propuesta, en tanto ambos artistas han protagonizado en los últimos años un interesante movimiento de rescate —y a la vez de renovación formal— de la danza clásica española con una serie de interesantes trabajos y colaboraciones. Mas no era la línea con la que nos íbamos a encontrar. Dirigidos por Juan Kruz, los bailarines, aún dejando aportaciones personales, fueron intérpretes de un proyecto de autor, que se adentra en los terrenos de la danza teatro, y en el que priman conceptos contemporáneos, por más que ellos pongan su poco de flamenco. La mano del director —que para mayor detalle, y como se puede leer en el programa de mano, es parte de la prestigiosa compañía berlinesa Sasha Walt— determina el tono de la obra y su carácter experimental.
La obra se vertebra en torno al romancero popular español, que se remonta al siglo XV y que goza de un corpus inmenso. De él se ha hecho una selección de la que se encarga principalmente, como cantora y cantaora, Sandra Carrasco. Pero no solo ella, porque estamos ante una obra donde los roles están muy repartidos. Ella puede formar parte de la danza y sus compañeros ayudarla a contar las romancescas historias. Es parte de un planteamiento que aprovecha los pocos recursos, humanos y escénicos, de manera tan imaginativa como exhaustiva, y que tienen en la iluminación y en el cuidado del sonido una ayuda esencial. En un espectáculo que se presenta desnudo ante la caja negra, apenas un par de sillas, un tablero y un lienzo como tramoya. También unas cuerdas con sus poleas y cubos de estaño con su agua. El juego que le dan los protagonistas es incontable y sorprendente. Pongamos un solo y sencillo ejemplo: la forma en que las gotas de agua que se escapan de las manos de Sandra marcan un ritmo monótono sobre el metal del cubo.
Los romances. Algunos se reconocen, otros no, ese no parece ser el objetivo. Ella los interpreta con voz leve, un poco para sí, un poco para el aire. Como una salmodia —y a veces un sonsonete— forman parte de una atmósfera cambiante en la que se añade puntualmente el cante flamenco. Para cada romance hay un movimiento, una coreografía. Diversidad dentro de un desarrollo que incorpora la interpretación teatral que, en un momento determinado, aporta unas gotas de distensión a la obra. Pareciera que el director hubiera decidido llevar a escena parte del making off del montaje, dado lo real que parecen los roces y peleas de los protagonistas. En otros momentos, los finales, la teatralidad traslada angustia: las tensiones entre los personajes concluyen de manera trágica y solidaria a la vez.
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