Paradojas burguesas
"El objetivo de la actual dirección es evitar que el Banco de Valencia se pare porque, si lo hace, corre el riesgo de caerse del todo y ya no habrá quien lo levante"
Santo y seña de la burguesía regional, al Banco de Valencia solo le queda el nombre, una marca que evoca la banca de proximidad y que aún puede ser interesante para alguna entidad financiera cuya red de sucursales no se duplique en demasía con la que posee la entidad de Pintor Sorolla. No va a ser fácil encontrar semejante mirlo blanco, pero nada es imposible en el mundo financiero. Los actuales responsables del Valencia se están esforzando en adecentar el banco, limpiarlo de sus inmensas excrecencias inmobiliarias que irán a parar al banco malo que diseña el Gobierno, liquidar sus deudas hasta donde se pueda y modernizar su anticuada imagen que se refleja hasta en las carpetas internas de trabajo. El objetivo de la actual dirección es evitar que el banco se pare porque, si lo hace, corre el riesgo de caerse del todo y ya no habrá quien lo levante. Como dicen en la planta noble del Valencia, “que nos pillen andando”. Ojalá lo consigan. La historia del banco —la sociedad valenciana y valencianista debería saber cuánto le debe— no merece que acabe en el desguace, aunque solo sea para salvar su marca.
Apellidos como Villalonga, Noguera, Reig, Girona y tantos otros hicieron posible la existencia del Banco de Valencia. Una burguesía ilustre y, en algunos casos, ilustrada se adelantó en más de un siglo a las bancas regionales de otros sitios. Pero hoy, aquí y ahora, nada queda de aquellos próceres. La última batalla de sus descendientes por mantener siquiera una presencia accionarial testimonial se saldó con un acuerdo que no satisfizo a nadie. De hecho, a la primera ampliación de capital que el banco, ya nacionalizado, hizo apenas acudió nadie. Ni los empresarios que hicieron del valencianismo una bandera.
Los gestores del Valencia preparan otra ampliación de capital; pero dan por hecho el desinterés del empresariado local en invertir en la entidad. Esta apatía, con ser grande, tiene sus límites. La entidad de Pintor Sorolla atesora una importante colección pictórica, acrecentada con las obras que el promotor Juan Bautista Soler tuvo que dejar en depósito para hacer frente a sus deudas. Ahora en el banco andan de tasación porque sí hay un empresario tan interesado en adquirir algunos de esos cuadros, como desinteresado en comprar acciones del Valencia. Debe confiar más en la revalorización del arte que en futuro de la entidad.
Pero no solo el arte interesa. No son pocos los ojos que están puestos en el futuro de Aguas de Valencia, de cuyo accionariado participa notablemente el banco que mantiene un litigio legal con sus actuales administradores. Si el Valencia recupera el control de la empresa de aguas pondrá a la venta sus acciones que, salvo sorpresa, irán a parar a las manos de quienes no tienen el menor interés en el banco, pero sí en su patrimonio. Paradojas burguesas valencianas.
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