La batalla del banderillero de Parla
El Chano, con una lesión medular tras una cogida, dice adiós al toro y lucha para poder caminar
El banderillero Vicente Yangüez, El Chano, notó que cada pierna se iba para su lado, sueltas, libres, como si ya no fueran parte de su cuerpo. Lo supo enseguida: “Se acabó”. No era un presentimiento funesto sobre la muerte. Era una certeza sobre su carrera taurina. No va a pisar una plaza de toros nunca más. Al Chano (Parla, 1972) lo atropelló una res de más de 600 kilos a mediados de julio en una plaza de un pueblo de Ávila. Ahora trata de recuperarse en el Hospital de Parapléjicos de Toledo.
Dentro de tres meses y mucha rehabilitación mediante sabrá si su cuerpo está paralizado para siempre de cintura para abajo o solo desde las rodillas. “No es poca diferencia”, apostilla el subalterno con la flema de quien se lleva buscando la vida desde los 11 años. No es poca diferencia: “De poder andar a no poder ni ir al baño solo”. Su mujer, a su lado, asiente. Pero no saldrán de dudas hasta dentro de 90 días.
El Chano llegó con tres años a Parla, a 21 kilómetros de la Puerta del Sol. Su padre era vigilante y su madre limpiadora del Banco de España, “sí, del edificio enorme que está en Cibeles”. Vicente iba al colegio cerca de la antigua plaza de toros del pueblo. Muy temprano cambió las aulas por la arena. Abandonó el colegio antes de sacarse la educación primaria y se puso a las órdenes de los maestros parleños de la época, Antonio Romero o Antonio Sánchez (el padre de la matadora Cristina Sánchez, compañera del Chano desde la primera infancia).
A los 17 años intentó el salto como novillero. Pero no funcionó. No tenía dinero ni, quizá, el talento necesario para que alguien lo pusiese por él. Trabajó esporadicamente como pintor o albañil y al poco recibió la ayuda de su vieja amiga y vecina Cristina Sánchez. “Impactaba ver lo bien que andaba con el toro esa chica”, rememora ahora, sentado en su silla de ruedas, frente a un refresco. Ella le dio la oportunidad de reconvertirse en banderillero. Desde entonces ha trabajado con algunas figuras como David Luguillano y ha ganado premios al mejor par de banderillas en plazas como Las Ventas, de Madrid.
Con un escudo del equipo de fútbol de su pueblo tatuado en el fibroso bíceps, el Chano saluda a los vecinos y no puede hacer rodar su silla más de dos metros. “¡Ánimo Chano!”, le gritan desde un coche. Y el Chano dice que la gente ahora es muy solidaria y buena con él. “Les choca verme aquí sentado, porque están acostumbrados a verme entrenar y correr”, comenta. El Chano, como es banderillero, se entrena en el arte de correr con las manos y los pies coordinados hacia delante...y hacia detrás. Bueno, se entrenaba. “Ya sé que esto se ha acabado. Ahora solo quiero caminar para poder dedicarme a ir al campo y al mundo del toro”, explica mientras su hija menor le mira detrás del vidrio de una coca-cola.
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