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La policía detecta una escuela ilegal para chinos en un bajo de Valencia

La responsable aduce que no sabe cómo hacer los trámites y que tardan mucho

Vestíbulo de la escuela de chinos denunciada por la policía de Valencia.
Vestíbulo de la escuela de chinos denunciada por la policía de Valencia.TANIA CASTRO

Unos 15 niños miran con atención una serie de dibujos en una pantalla de plasma. Están repartidos por algunas mesas de un bar con tapas y menú del día que se llama 365 y un símbolo chino. Al lado, en un bajo, una pared pintada de amarillo indica que hay una escuela infantil. En su puerta, sin embargo, varios folios explican algo en chino. Se trata de la escuela ilegal que detectó ayer la policía local en una calle de Campanar, en Valencia.

Según explicaron ayer fuentes policiales, una vecina avisó el miércoles por la tarde de que había visto a una veintena de niños de nacionalidad china sentados en un aula. Estaban dando clases junto a una mujer de la misma nacionalidad que parecía ejercer de profesora. Los agentes, según señalaron, se acercaron para comprobarlo y ratificaron el testimonio de la vecina. Una vez allí le pidieron pasar al local y recorrieron las instalaciones. Los policías le pidieron a la persona que les atendía los papeles de la licencia. Ella no los tenía y los agentes interpusieron una denuncia por la falta de documentación y por no tener medidas de seguridad ni de higiene.

Los agentes denunciaron falta de medidas de seguridad e higiene

Según reseñaron más tarde, el local no tenía indicaciones de salida de emergencia, los extintores estaban caducados y apenas había ventilación. Además, apuntaron, las normas bàsicas de higiene eran “muy carentes”. A causa de estos incumplimientos legales, las fuerzas de seguridad notificaron las “oportunas” medidas cautelares, que pueden ir desde cese de la actividad hasta la presentación en regla de toda la información necesaria.

Mientras, Songying Nan, la profesora y directora del centro, explica, en un atragantado español, que alquiló el piso hace dos meses para dar clases a los niños chinos del vecindario. A su lado, su hija —que cuida de un bebé que corretea por el vestíbulo en penumbra de la escuela— asiente con la cabeza todo lo que dice Nan. Esta mujer de la ciudad de Wenzhou —al este del país asiático, por debajo de Shanghái— defiende que su tarea se desarrolla de 10 de la mañana a dos de la tarde y que no realiza trabajos de guardería, “ni tiene cocina”. A sus clases acuden unos 30 alumnos de entre cinco y 12 años. Allí realizan ejercicios adaptados a su nivel y, según indica con el dedo en una tabla manchada por rotuladores de diferentes colores, cada uno obtiene una calificación según su nivel y sus logros. De hecho, en las aulas aún se podía ver el material escolar esparcido por los pupitres y algunos estuches abiertos. En un corcho de la entrada se exponen deberes de los niños. Algunos consisten en templos chinos dibujados a lápiz y otros son plantillas de populares series animadas como Pokémon pintadas con colores. La directora también muestra unas escaleras que dan a una semiplanta con una ventana al exterior y cuenta que la policía ya había ido otra vez. “Era un sábado y los niños estaban jugando con agua”, narra. “Yo pensé que no pasaba nada”. Aquel día los agentes no hicieron nada.

Nan dice que ha hablado con un abogado y que va a presentar lo necesario en el Ayuntamiento, pero que ella apenas entiende cómo hacer los trámites y que estos “tardan mucho”. “Llevo solo dos meses. Lo alquilé porque lo vi cerrado y no sabía cuánta gente vendría ni cuánto iba a durar”, se justifica. De momento, la puerta sigue abierta sin cintas policiales y los niños acusan a la propietaria del local contiguo como protagonista de la llamada que avisó a los agentes.

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