Un pueblo en secreto
La aldea medieval de Navalquejigo cumple 15 años ‘okupada’, tras ser abandonada por el éxodo rural en 1989. Sus habitantes se niegan a hablar porque no desean que se de a conocer su refugio
Un hombre camina por una de las calles sin asfaltar de Navalquejigo, el único pueblo okupado de Madrid situado a unos pocos kilómetros del monasterio de El Escorial, localidad a la que pertenece. El silencio sería sepulcral de no ser por dos desconocidos que recorren el pueblo con curiosidad y ganas de saber más. Al verlos, el hombre abandona la carretilla que acarrea llena de cemento y, con calma, vuelve por donde ha venido. No quiere contestar preguntas. Desaparece tras una puerta y no vuelve a asomar la nariz. Parece que todos los habitantes del poblado, que cuenta con apenas 20 casas, se han confabulado para no hablar. No quieren darle publicidad a su pequeño paraíso okupado, que este verano cumple 15 años como tal.
El pueblo medieval de Navalquejigo está tan oculto como visible. Solo depende de la mirada de cada uno. De una de las calles principales de la urbanización de Los Arroyos, donde viven unas 4.000 personas, sale otra que te lleva hasta la aldea en no más de un minuto. Y el salto en el tiempo es instantáneo. El camino está sin asfaltar y un gran recinto redondo vallado con piedras y habitado ahora por autobuses y caravanas que funcionan como viviendas, dan la bienvenida al paseante o al curioso que inmediatamente piensa que ese espacio era un corral para el ganado en tiempos pasados.
Los primeros okupas llegaron en 1997 después de que el pueblo fuera abandonado por completo en 1989 debido al éxodo rural y, en consecuencia, sucedieran una serie de saqueos. Un grupo de jóvenes decidió instalarse allí y terminar con esa oleada de destrucción de la aldea. Comenzaron a realizar labores de mejora en las viviendas y a hacer habitable el lugar, hasta tal punto que en el 2006 la Comunidad declaró la zona como Bien de Interés Cultural. El Gobierno regional tenía razones para hacerlo: hay una iglesia construida en el siglo XIII y en la plaza del pueblo se conserva una picota hecha de piedra y un antiguo abrevadero. Todo permanece como en el medievo.
En la plaza, un perro comienza a ladrar insistentemente a los visitantes y su dueño, un joven oriundo de Guadalajara, sale a comprobar que sucede. “Venid mejor en septiembre. En agosto todos se van del pueblo”, explica al tiempo que sujeta al can. No quiere dar su nombre ni su edad, ni tampoco quiere detallar a qué se dedica. El secretismo es palpable. “No queremos que nadie venga después de haber leído en el periódico la existencia de Navalquejigo y que quiera quedarse sin conocer a nadie. No funciona así”, dice. Él llegó a la aldea hace seis años y se instaló en una de las casas que le cedió otro okupa que la abandonaba. Cuando él se vaya le dejará su casa a otra persona. “No podemos meter a cualquiera en nuestras viviendas. Este pueblo es como cualquier otro, solo que los vecinos tienen que estar conformes con el nuevo inquilino”, asegura y añade que el trabajo de remodelación de las casas fue muy duro. De hecho, sorprende ver a lo largo del pueblo grandes placas solares y hasta un pequeño molino de viento que logra mantenerlos a base de energía eólica y solar.
Los habitantes okupas no interfieren en la vida de la urbanización ni viceversa. Solo recorren el pueblo algunos vecinos como Tina y Yayo Sánchez. Las hermanas caminan por una de las calles, sorprendidas de cómo ha quedado el lugar. “Está precioso”, dicen. “Venimos a ver la Iglesia a la que acudíamos con nuestra madre cuando éramos pequeñas en los años sesenta”, recuerdan al tiempo que aseguran que los habitantes de la aldea no molestan a los vecinos de la urbanización. También los niños que viven en calles aledañas pasean por la zona en busca de uvas y moras silvestres.
—¿Es potable el agua de esta fuente?, preguntan a una mujer que ha salido de una de las caravanas situadas en la plaza.
—Claro, responde.
Es el primer contacto para que los cuatro niños le asalten a preguntas. “¿Por qué vives aquí? ¿Qué haces todo el día? ¿No te aburres?”. La mujer, en un principio callada, les responde con una sonrisa que ella trabaja "como todo el mundo".
Hace años, en 2007, la Guardia Civil desalojó las casas para hacer cumplir una sentencia del juzgado de San Lorenzo de El Escorial, lo que ocasionó un gran revuelo mediático. Los okupas se instalaron en tiendas de campaña a la entrada de su pueblo en protesta por el desalojo. 14 meses después, la Audiencia Provincial de Madrid revocó la decisión de este juez porque el denunciante no era el propietario de los terrenos, sino la constructora Edisan, que no ha querido pronunciarse sobre la situación en el pueblo.
Los habitantes de Navalquejigo no quieren volver a lo mismo ni quieren problemas con las autoridades. Prefieren guardar silencio y ocultar que están ahí. Un italiano afincado en la aldea medieval sentencia sin dejar de caminar y con algo de mal humor: “No vivimos diferente. Esto solo es un pueblo”.
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