_
_
_
_
OPINIÓN

Fuegos de artificio

En fin, que no da la pasta para echar cohetes y estamos en la primera parte de lo que asoma

Unos apagan fuegos y otros los encienden. El monte es de todos. Una avioneta cae en el bosque después de entregar un corazón. Fallecen dos personas que acaban de salvar una vida. Es semana de medallas y hay poco más que contar en las aguas bravas de agosto. Sigue el miserere monocorde de este Gobierno que de tener un tono muy elevado en la oposición —un gatuperio permanente, una zarzuela— ha pasado a ser una misa triste, esperando a que el BCE haga la señal para darse fraternalmente la paz. Increíble pero cierto. De perro de presa ha pasado a ser uno de esos canes de palleiro que se confunden con el humo de las cocinas en invierno. Y cuando le salen gallos al gallo empieza la defección en el gallinero. Aquellas filas tan prietas ya no rompen sus lanzas jurando redimir a la España cristiana de la bancarrota socialista. Y el recuento empieza por la primera piedra de toque: Rato, siempre Rato, y la segunda, la Valencia de mayorías absolutas populares, que en esto insiste el auto sacramental: mejor ricos y prepotentes que pobres pero honrados, y a sí nos va de refriega en batalla naval que parece un remake de Botón de Ancla con el almirante cayéndose por los suelos.

En fin, que no da la pasta para echar cohetes y estamos en la primera parte de lo que asoma, así a vista de campanario. Lo que se dice empleo o bienestar es cuestión ajena a los intereses de los gobernantes. Hay que decir ahorro. Y nadie dice nada acerca de las fabulosas prebendas que se han embolsado aquellos que sabían ya hace años que la confederación encallaba en los bajíos y la hucha tenía una grieta tan grande como la Autopista del Atlántico. Será por monsergas, oigan. Hasta el Códice Calixtino vino a confirmar una tesis: a veces la rabia, que no la fe, mueve montañas.

Aunque andan más callados los que fueron gallardos caballeros de la oposición, y ya no resuenan los clarines que culpaban al oro de Moscú y a la Alianza de Civilizaciones, no es extraño que cualquier diputado del mismo Lugo siga echando la culpa de los males sempiternos a los que buscaron la ruina del reino confabulándose con árabes y repúblicas bananeras, que ya está preparada otra movida en Cuba. Total, que anda el juego embarullado con Catalunya a punto de caramelo para la secesión (algunos comentarios me dicen amodo Reboiras, amodo, por conjeturas como estas y yo lo entiendo) y Andalucía bajándose al moro, mientras Galicia permanece fiel a los nacionales (¡no me dirán que no!) gracias a ese increíble hombre que resulta ser Feijóo, para mí un misterio de la ciencia política y un desafío a la razón pura: la democracia tontuna de los estómagos agradecidos, la alternancia de los reservistas de la diócesis de Mondoñedo que se van de nuevo al monte. Sin piedad alguna: hasta una malformación es considerada por el nuevo prodigio de la Gracia y Justicia una bendición de Dios.

Hay tela que cortar en todas las partes con el nacionalismo que una vez aspiró a ser abierto y tolerante perdido en trifulcas tan gallegas como bizantinas y un socialismo que hace sentir, también a la gallega, nostalgia de Touriño. A lo mejor hasta Pepe Blanco llega a presidente cuando cuadre que es la mejor predicción meteorológica que podemos hacer, cuando le cuadre o cuando le pete (cando lle pete).

La parálisis empieza a ser tan preocupante que Mariano se refugia en los brazos de Monti y de Draghi, dos consumados estrategas en jugarse a los puntos una final contra cualquiera, después de que su defensa de España hubiera encallado una y otra vez ante la portería alemana. Y, claro, es normal que en agosto crezca el número de camareros que ponen veladores en Compostela, Baiona, O Caramiñal o en A Toxa, que el turismo de fresco y callos con garbanzos está a la orden del día, tanto como el camino que sigue alimentando la fe del peregrino: aquellas verdades antiguas siguen haciendo ridículas las marcas actuales, aquellas devociones de antaño siguen moviendo las masas y llevando su paso camino del Finisterre. Ahí, en la tierra del crepúsculo, es probable que florezca de nuevo la convicción de que, como tantas veces, es posible salir del agujero o comprobar cómo, en el fondo del túnel, el espíritu se confunde con la materia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_