El bosque de las 600 esculturas
Climent Olm abre al público las piezas que ha cincelado durante 26 años en su montaña
El escultor Climent Olm, de 62 años, ha decidido dar a conocer la obra escultórica que ha mantenido oculta en un bosque de su propiedad del pequeño pueblo de Mussa, entre la Cerdanya y el Alt Urgell. El artista ha construido en medio de la naturaleza un auténtico museo de más de 600 esculturas de granito, algunas de gran formato, que conforman un laberinto mágico al aire libre.
Olm cree que ha llegado el momento de mostrar al público las obras que en los últimos 26 años ha esculpido en las rocas graníticas. El resultado del trabajo, realizado de forma callada y paciente, es un espacio escultórico de gran valor artístico que denomina Rocaviva, un laberint màgic.
El artista de Mussa, casi un ermitaño (vive en plena montaña junto a sus esculturas), ha cultivado la pintura, la cerámica y la madera. Ahora se descubre como escultor arrancando de las piedras las formas ocultas con la intención de transmitir un mensaje humanista y espiritual. “Una espiritualidad libre, pacífica, ecológica y mágica, desvinculada de sectas y religiones desfasadas”.
Olm explica que Rocaviva, un laberint màgic es un museo sin puertas en un paisaje exuberante de roble, enebro, pino, boj y plantas aromáticas. Y también “un espacio lúdico, de reflexión, de silencio, de paz y facilitador de vivencias positivas y relajantes, esenciales para poder vivir con más salud, armonía y plenitud”.
Las visitas serán concertadas y tendrán una duración mínima de dos horas. Los sábados habrá una visita para grupos; el artista hará de guía, si bien los visitantes podrán realizar el recorrido solos con un catálogo de 40 páginas.
Para llegar al parque escultórico de Olm hay que caminar 10 minutos desde Mussa. Las obras están esparcidas por todos los rincones del bosque y lo interesante es ir descubriéndolas recorriendo los senderos, un verdadero laberinto. “La idea es que la gente se pierda, reflexione y se reencuentre a sí mima”, afirma el autor, que pide que lo visiten con calma porque si no “no podrán entender lo que las piedras dicen”.
Si alguien tiene capacidad para hacer que las piedras hablen es Olm. Antes de intervenirlas con el martillo, el cincel o la mola eléctrica, las ha mirado mil veces para descubrir sus formas. “La figura ya está ahí, la ves solo con mirar la roca. Lo que hay que hacer es quitarle lo que le sobra”. “¡Claro que las rocas tienen vida y conciencia!”, añade. “A mí me hablan”.
Lo que más ha esculpido Olm son caras, figuras abstractas, símbolos, manos, alguna frase corta y, sobre todo, muchos ojos. “Lo más importante de la cara”, explica, “son los ojos y la mirada. Los ojos son los órganos más importantes. Son la conciencia, el estar despiertos y atentos ante lo que nos rodea”. Las caras de sus esculturas son como personificaciones de espíritus naturales. No son reproducciones de rostros, sino figuras antropomórficas que reflejan el sufrimiento humano. Muchas ofrecen más de un perfil según la posición del visitante.
A Olm le cuesta definirse como artista y encasillarse en alguna de las corrientes escultóricas contemporáneas, como el Earth Art y el Land Art. “No sé qué decir. Los críticos ven en mis obras influencias del románico, de los cubistas y hasta de los fobistas, pero yo no he pretendido nunca copiar a nadie. Voy haciendo lo que me sale según la piedra que tengo delante”. Él cree que es posible la armonía entre el hombre y el paisaje. “Yo, con mis esculturas, no lo transformo, sino que lo humanizo”. ¿Le gustaría que esculturas de su laberinto fueran exhibidas en espacios urbanos? “No. Estas están hechas para quedarse aquí, son de este lugar”.
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