Un jardín clandestino
La escritora, que ha publicado este año el poemario ‘Nostalgia de Odiseo’, nos conduce por un lugar donde han pasado desde Napoleón a Ava Gardner y celebra el ‘hanami’ en una quinta
1. Casa de Campo. En su lago arranca el primer libro que publiqué, Amores patológicos. Adoro sus pinos, sus vistas, su olor... La he recorrido andando, en piragua, en bicicleta, en teleférico y empujando un cochecito de bebé. Son impresionantes las vistas nocturnas desde el lago y los sonidos de los animales del zoo cuando el recinto cierra sus puertas al anochecer.
2. Quinta de los Molinos. Es tradición en Japón hacer un picnic para celebrar la belleza de los cerezos en flor. Lo llaman hanami, que significa “ver flores”. Cada primavera, cuando los almendros florecen aquí, celebro con mis amigos nuestro hanami particular en torno a un mantel de cuadros con vino y tortilla.
3. El Capricho. Siempre recuerdo un relato de Cortázar, Continuidad de los parques, cuando veo sobrevolar los patos desde el lago de este parque, tan bonito que parece irreal, a la ría del parque Juan Carlos I, situado justo enfrente. (Alameda de Osuna).
4. Casa del Libro de Gran Vía. Me gustan su color verde, su aire antiguo a almacén de libros, sus escaleras de edificio de vecinos, sus estanterías móviles, su sólida presencia. Se halla tan unida a mi memoria de Madrid como el anuncio de Tío Pepe a la Puerta del Sol. (Gran Vía, 29).
Novelas, poemas y viajes
La primera novela de Nuria Barrios (Madrid, 1962) fue ‘Amores patológicos’ y la más reciente, ‘El alfabeto de los pájaros’. Ha publicado los poemarios ‘El hilo del agua’ (Premio Ateneo) y ‘Nostalgia de Odiseo’, y el libro de viajes ‘Balearia’.
5. Musigrama. Hay algo mágico dentro de este mítico estudio de grabación por donde han pasado los más grandes del flamenco, una sensación de aislamiento creativo, de placer escénico. Su propietario, el vital y generoso Paco Ortega, organizó allí una fiesta con música y lectura por mi novela El alfabeto de los pájaros. (Vicenta Villegas, 15).
6. Teatro Pavón. Hay pocas cosas tan placenteras como salir del metro de Latina entre semana, adentrarse en las calles vacías del Rastro y llegar a este teatro, aún de día, a disfrutar de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y salir, ya de noche, feliz por el espectáculo. (Embajadores, 9).
7. Del Diego. He pasado momentos muy buenos, bebido bastantes julepes de menta y tomado decisiones importantes en esta coctelería, donde el placer te espera literalmente arriba y la realidad, abajo. Sin olvidar que nadie besa tan bien la mano como su dueño, el encantador Fernando. (Reina, 12).
8. Circo Price. Que este edificio se levante sobre una antigua fábrica de galletas parece lógico: circo y galletas tienen el poder de rescatar el placer absoluto de la infancia. Voy ahí con alegría anticipada. Me encanta el edificio por dentro y por fuera, con su curioso tejado plateado, y siempre miro con envidia las ventanas de las casas vecinas que comparten su patio. (Ronda de Atocha, 35).
9. Fundación Olivar del Castillejo. Por este clandestino jardín centenario han paseado Napoleón y Dámaso Alonso, Ava Gardner y Sinatra. Una noche de este invierno, el gran Juan Luis Galiardo leyó los poemas de mi último libro, Nostalgia de Odiseo, y entre los olivos su voz resonaba poderosa invocando a Penélope. (Menéndez Pidal, 3 Bis).
10. Silla de Felipe II. Hay en este mirador de El Escorial muy buenas vistas, muy buen aire y un quiosco con muy buena comida donde practicar la felicidad tal como la entendía Epicuro: jardín y amigos. Por el día, una zorra acude con sus crías al quiosco a por los restos de comida que le guarda la dueña. Por la noche, hileras de bombillas iluminan las mesas entre los árboles y los peñascos de granito.
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