Gayoso dimite acosado por la presión
El presidente de Novacaixagalicia tira la toalla tras 64 años en la entidad
El veterano ejecutivo Julio Fernández Gayoso, de 80 años, prefirió ayer tirar la toalla a caminar descalzo sobre un campo de cactus. Lo hizo nada más comenzar el consejo de administración de Novacaixagalicia y antes de que ningún vocal tomara la palabra para pedir su dimisión. Hacía cuatro días que la Fiscalía Anticorrupción había presentado la querella que tramita contra él y otros cuatro exdirectivos la Audiencia Nacional.
Las horas previas al consejo de ayer fueron determinantes. Incluso las personas más cercanas le recomendaron que se apartase de los focos, como había hecho su propia familia —sin éxito—, antes de la fusión. “Lo iban a utilizar como un saco de boxeo”, reflexiona un consejero. “Seguro que hasta el último minuto en su fueron interno se resistía a dimitir, pero cuando vio el ambiente de la sala se dio cuenta de que se le había acabado el tiempo”, mencionó otro vocal a la salida. Varios integrantes del órgano de gobierno tenían preparada la munición en una reunión que se aventuraba crispada y no pasó del puro trámite, como tantas otras.
Lejos quedaba la manifestación ciudadana de febrero de 2010 que el alcalde de Vigo, Abel Caballero, montó contra la operación entre Caixa Galicia y Caixanova. Su popularidad en esos días alcanzaba cotas históricas. Don Julio, como lo llamaban en la caja, representaba la irreductible aldea de Astérix en el Imperio Romano. Pero la integración —que terminó aceptando por la alfombra que le desplegó el Banco de España— y su empecinamiento en aferrarse al poder por encima de cualquier otra consideración le han brindado un final de carrera oscuro.
Al comenzar el consejo, que se celebró en la sede del banco, Gayoso leyó la carta de dimisión de Mauro Varela, que el lunes renunció al puesto tras unas polémicas declaraciones que irritaron a los afectados por las preferentes. Después expresó a los vocales —el consejo estaba casi completo excepto por la ausencia de algún peso pesado, como Alfonso Paz Andrade—, su intención de abandonar. En un breve discurso aludió a su larga trayectoria, primero en la Caja de Ahorros de Vigo, después en Caixanova (tras la fusión con Caixa Ourense y Pontevedra) y ahora en Novacaixa. Fueron, dijo, 64 años “dedicados a la institución”. En ningún momento se refirió al proceso judicial contra él ni a las polémicas indemnizaciones multimillonarias. Terminó con agradecimientos a sus colaboradores, presentes y pasados, y deseando “los mejores éxitos a la entidad en su futura etapa como fundación, para que sepa encontrar el camino adecuado para desarrollar una nueva inversión sociocultural adaptada a la nueva era”.
Sabía que si no dimitía tendría los días contados. Porque al escándalo del proceso judicial se unió la decisión de Alberto Núñez Feijóo de impulsar una modificación de la ley de fundaciones para obligar a Novacaixa a extinguirse en pocos meses. Con 320 vocales en la asamblea frente a 257 empleados, es la única salida para dar operatividad a la obra social, y así lo exigían los propios trabajadores.
Sin embargo, la caja había estado aferrada a su ficha bancaria aún sin negocio financiero que gestionar. Los últimos meses de Julio Fernández Gayoso han pasado sin pena ni gloria, situado en un cargo puramente simbólico, ya que la gestión del día a día está en manos del director, Guillermo Brea. Además, la caja ha perdido todo el control sobre el banco que fundó y se limita a gestionar el patrimonio de la obra social. Aún así, hasta ayer Gayoso seguía trabajando como todos los días de su dilatada carrera, que comenzó a los 16 años como auxiliar de contabilidad en lo que antes era la Caja de Ahorros de Vigo. Una persona que algunos trabajadores describen como “paternalista”, y “entrañable”, y que deja como balance una caja fusionada que ha caído en manos del Estado. Ayer no hizo declaraciones a los medios que lo esperaban. Su coche salió por una puerta lateral.
El vicepresidente asume el mando
No estaba en el orden del día, pero los acontecimientos de la última semana forzaron a que el consejo votara por unanimidad una propuesta que tuvo que presentar uno de los vocales del órgano de gobierno —Javier Caínzos, alcalde de Curtis—, para convertir la caja en fundación. De este modo se adelantará a la amenaza de la Xunta de Galicia, que impulsa una modificación legal para obligar a la caja a derribar sus pesadas estructuras.
La pregunta del millón es quién formará parte del patronato, si será una continuidad de los actuales órganos de gobierno o habrá renovación. “Creo que todos los que estábamos allí teníamos claro que el cambio debe ser radical”, aseguró un vocal. Pero la guerra puede volver a comenzar. Caixa Galicia y Caixanova tenían una serie de entidades fundadoras —Ayuntamientos, Diputaciones—, que, por lógica, deberían ser depositarias de su patrimonio. También eran “propiedad” de los impositores (Gayoso era representante de ese grupo) pero la desaparición de las competencias financieras eliminan, a priori, ese vínculo. Otro dato a tener en cuenta es que la reciente Ley de Caixas, de enero de 2010, introduce como contrapoder en los órganos de gobierno a representantes elegidos por el Parlamento.
A la espera de su desarrollo, ayer no era el momento de preocuparse en buscar un sustituto del presidente, así que el vicepresidente, Guillermo Alonso Jáudenes, ejercerá hasta que la caja se autodisuelva.
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