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La rocambolesca historia de dos estaciones de autobuses

Aguantando bajo una marquesina

San Sebastián ha tardado más de 20 años solo en aprobar un proyecto A la solución temporal en Pío XII le han sucedido hasta cinco ubicaciones

Zona junto a la estación de tren de Atotxa donde se quiere levantar la estación de autobuses donostiarra.
Zona junto a la estación de tren de Atotxa donde se quiere levantar la estación de autobuses donostiarra.JAVIER HERNÁNDEZ

“La estación de autobuses de San Sebastián lleva en Pío XII toda la vida, desde luego más de 20 años”, asevera Jorge Letamendía, exconcejal de urbanismo y exdiputado foral del mismo ramo. La afirmación puede parecer baladí, pero encierra la realidad de una infraestructura —por llamarlo de alguna manera, no deja de ser una especie de marquesina grande, un apeadero—, que se ideó como algo temporal, hasta encontrar una ubicación definitiva para una estación con todas las letras y que a día de hoy ahí sigue.

Se supone que el futuro de la estación donostiarra se esclareció cuando el equipo de gobierno de Bildu se dio de bruces contra la respuesta taxativa de los tres grupos de la oposición (PSE, PP y PNV): no al emplazamiento de Riberas de Loiola, sí al de Atotxa, junto a la estación de tren de la ciudad. Eso sucedió en el último pleno, celebrado a finales del pasado mes de mayo, pero antes hasta en tres ocasiones —tres mociones mediante en poco más del primer año de legislatura de Bildu— la oposición había mostrado su frontal rechazo a los planteamientos del alcalde, Juan Karlos Izagirre.

La infraestructura es el gran problema no resuelto de la ciudad

Han sido tan recurrentes las ruedas de prensa, declaraciones y contra alegaciones de todos los grupos con representación en el Ayuntamiento donostiarra sobre la infraestructura, su ubicación, su intermodalidad o no, virtudes y defectos de cada opción, que más de un ciudadano se habrá preguntado y hasta ahora qué ha pasado. Porque sólo eso es el resumen de un año, y ¿los 20 anteriores? Por qué una infraestructura capital para una ciudad cualquiera, y especialmente San Sebastián, por su carácter turístico, no se ha construido hasta ahora.

San Sebastián ha barajado en los últimos 40 años seis posibles ubicaciones para la infraestructura. Primero fueron los bajos de la Torre Atotxa, recuerda Letamendía, “cuando se construyó se pensó que tal vez, por el espacio disponible, se podría ubicar allí”. ¿Por qué se desechó? “Nunca se dio mucha importancia a la cuestión”, reconoce el exresponsable de Urbanismo de San Sebastián, y entonces llegó la solución temporal de Pío XII.

Letamendía reconoce que el gran problema no resuelto de la capital guipuzcoana es la estación de autobuses. Cuando en los noventa la ciudad aprobó su plan general, la Diputación —Letamendía era entonces responsable de Urbanismo—, apuntó una nota negativa al informe final. “Se criticó que San Sebastián no hubiera dispuesto una ubicación para la estación de autobuses”, rememora.

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Llegar a San Sebastián en autobús no resulta en exceso problemático para cualquier turista, vecino de alrededores o para los ciudadanos que cada día se trasladan hasta la capital guipuzcoana para trabajar. La marquesina gigante, mal llamada estación, se halla relativamente cerca del centro. A escasos metros, otra parada garantiza el paso de autobuses urbanos que llevan en 15 minutos hasta el Boulevard, pero salir es otra historia.

“¿Y los billetes, dónde se compran?” es la pregunta recurrente del que viene de fuera y fundamental si la intención es coger un autobús a alguna parte. Cada compañía tiene un bajo en el que dispensar billetes en una avenida aledaña a la marquesina gigante. “Un billete para Madrid”, pide un usuario. “Aquí no es, en la puerta de al lado”, contesta el taquillero.

“¿Sabes cuál es el que va a Bilbao? ¿Ha salido ya?” resultan cuestiones acuciantes para cualquier usuario, porque un retraso mínimo hace hasta dudar al que se sabe los horarios de carrerilla, los de verano e invierno, los de los días festivos o laborales.

Sin información y sin nadie a quien preguntar, con la única opción de recorrer una y otra vez la marquesina, comprobando los números, compañía y destinos de cada autobús, la única recomendación que cabe es pegarse a alguien que vaya a coger el mismo autocar y nunca perderle de vista.

Que la infraestructura no estuviera reflejada en lo que se supone debía ser la hoja de ruta de la ciudad para los próximos años no impidió que desde el Ayuntamiento se barajaran y proyectaran algunas soluciones. Todas, eso sí, infructuosas.

Tras la posible solución en la Torre de Atotxa se apostó por Riberas de Loiola, por la parcela en que ahora se asienta el Jardín de la Memoria, el mismo punto que ha propuesto Bildu. El problema: su lejanía del centro y vuelta a empezar. “Lo que debe primar en la construcción de una estación de autobuses es su centralidad, permitir al ciudadano que al llegar esté en el centro de la ciudad”, apunta Letamendía.

Después se habló de fusionar la infraestructura con la estación que Euskotren tiene en Amara. Soterrar las vías era muy caro, colocar la estación de autobuses en un piso superior a la de tren, “forzado”. También se pensó en construirla bajo tierra en la plaza de Pío XII, donde está la actual marquesina, y en la plaza Centenario, entre la plaza Easo y la Avenida Sancho el Sabio, tampoco. “Nos asustó los problemas de tráfico que se podían derivar de las obras”, apunta Letamendía, ya entonces, a finales de los años noventa, concejal de Urbanismo.

Tras cinco intentos fallidos, volvió un viejo conocido, el barrio de Riberas, pero en otra parcela diferente. “Estudiamos la intermodalidad, crear una infraestructura con conexión a Cercanías y alta velocidad, pero el Ministerio de Fomento nos dijo que era imposible”, puntualiza Letamendía, y otros problemas, tampoco nuevos, la lejanía del centro y el coste.

La luz se hizo cuando Adif comunicó al Ayuntamiento que con la llegada del AVE a la estación del Norte, en Atotxa, haría falta un aparcamiento. Entonces cuajó el proyecto de construir la estación de autobuses y bajo ella reservar espacio para los coches. El proyecto al que, tras cuatro negativas de la oposición —ya fue aprobado en la pasada legislatura—, Bildu se ha visto obligado a aceptar.

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