Un conejo en el búnker
"Fabra no destituye a quien quiere ni a quien debe, solo a quien puede"
¿Por qué Ricardo Costa está sentado en la fila trastera de los juguetes rotos del PP y Rafael Blasco continúa proyectando su sombra de plomo sobre la espalda y el escaño de Alberto Fabra? ¿Cúal es la razón que llevó al PP a destituir y humillar, con saña, a quien no fue más que un disciplinado eslabón en una cadena diseñada por otros, mientras hoy mantiene intacta la posición política de quien, a la luz de lo transcrito, es la cabeza pensante y el principal beneficiario de una trama de vividores y racistas que hicieron de la desgracia de los más pobres el negocio de sus vidas?
La respuesta al enigma de la prodigiosa elasticidad del rasero ético del president Fabra hay que buscarla en el búnker, tanto en sentido estricto como figurado, en el que Blasco esconde la más valiosa de sus colecciones de arte: sus memorias documentadas. Costa solo puede contar lo que hizo y como mucho, el nombre de quienes le ordenaron hacerlo. A Costa, su palabra le incrimina, por eso hace tanto tiempo que guarda un inteligente silencio. Costa es, y fue siempre, un creyente, un hombre de fe que asumió el martirio individual para salvaguardar la continuidad de su iglesia. Pero Blasco no se postra ante más altar que el de su espejo y sobre todo ha sido, y es, un ávido compilador de miserias ajenas que no tendrá reparo alguno en airear llegado el momento.
Aquellos ilusionistas de la abundancia llamados Zaplana, Olivas y Camps acurrucaron en lo más oscuro de su chistera al gran conejo de la corrupción valenciana, sin reparar en la voracidad de este lagomorfo que acabó devorando hasta las palomas que encontró a su paso. Así que nadie se extrañe al ver como enseña hoy sus afilados dientes al timorato mago Fabra cada vez que ve aparecer por el ala de la chistera la varita mágica de la destitución.
Fabra no destituye a quien quiere ni a quien debe, solo a quien puede. Ya lo ha demostrado con el más celebre de sus exconcejales y padrino político, el otro Fabra, don Carlos. Sus grandilocuentes anuncios de nuevos tiempos, transparencia y autocrítica se desvanecen ante la fuerza del chantaje de quienes custodian las pruebas de como el PP valenciano construyó la inmensa red clientelar y de corrupción que le ha procurado hasta hoy su hegemonía política, electoral y mediática.
Con todo, lo peor es comprobar que el PP valenciano es un edificio imposible de rehabilitar. Y es que la estructura sobre la que fue construido no se sostiene sobre los pilares de la democracia interna o de un proyecto ideológico y político sólido y riguroso; sino sobre las inmensas orejas de un conejo carnívoro y unas gafas de sol que solo reflejan aeropuertos sin aviones. Y ya les digo yo, que como derriben esos pilares se les cae el edificio encima.
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