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Nuevas formas, nuevos bailes, pocas salidas

El certamen Microcoreografías por Dinero se inicia con un gran éxito El público vota a los artistas dejando una contribución en una hucha

La recoleta y laberíntica sala múltiple Teatro por Dinero anoche se llenó de un público diferente de su fiel y habitual: se trataba de bailarines y espectadores de danza que acudían al certamen Microcoreografías por Dinero, una iniciativa de la Asociación de exalumnos del conservatorio superior de danza María de Ávila de Madrid, que, aun revestido de un ambiente desenfadado y a ratos divertido, no podía ocultar la realidad profesional de gran parte de los artistas de la danza de la región madrileña. En cuatro martes sucesivos se podrán ver en los reducidos espacios de la calle de Loreto y Chicote una serie de trabajos hechos a conciencia y con mucha metralla en la recámara. Hay baile, pero también hay rabia, hay abundante y variado material coréutico pero también hay ironía y hasta algo de desesperado alegato.

A la salida de cada espacio hay una hucha, el público vota dejando su contribución al artista. El local era antes una carnicería y ha sido transformado con mucho ingenio en un pequeño zoco de artes escénicas.

Gema Márquez con su concentrado fandango conculca lo vernáculo y lo trae al terreno de lo conceptual de una manera amarga y directa. Su fondo sonoro es como el de una caja de música, una guitarra rasga el compás, con lejanía. La bailarina con su zapateado y sus castañuelas, con sus flecos desordenados y sus aderezos a la antigua convence.

En otro espacio, tres bailarinas sacan cuentas y las anotan en una pizarra. La luz es un flexo viejo en un rincón. Los números no salen, tienen que volver a empezar.

Y por fin se llega a la pieza más impactante creada por Ainoa Sarmiento: La subasta. Una bailarina rusa, Irina, a la que se le improvisa un apellido inventado. Allí se subastan tres lotes de su repertorio juvenil y esquemáticamente baila La muerte del cisne. La escenografía son sus facturas por pagar pegadas al muro; también venderá sus ropas de trabajo y un ajado tutú de faena. Irina subasta lo único que puede llevar consigo en su viaje a la nada: su baile, lo que sabe hacer bien y ha memorizado. El diálogo es brutal: “Ella está acostumbrada a repetir estos pasos sin que le paguen nada”.

Una vez que se ha aplaudido y se ha metido algo en la hucha, flotan todas las preguntas posibles: ¿qué puede dar de sí el demostrado talento de estos artistas? ¿Llegarán a algún sitio concreto? ¿Alguien hará caso a sus potentes y hasta desgarradas manifestaciones? ¿Se entenderá la última y sumaria metáfora de sus acciones efímeras?

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