Ritmos y plazos
Voy a acudir a la imagen de las repoblaciones forestales tras un incendio. Para ahora ya sabemos que es un error sembrar árboles de crecimiento rápido, como el pino o el eucalipto, en lugar de recuperar las superficies quemadas con especies “lentas” como el roble o el castaño. Que las especies que crecen rápido son un espejismo de solución, un falso remedio, porque tapan enseguida el vacío que han dejado las llamas, pero a la larga perjudican, empobreciendo el terreno o favoreciendo nuevos incendios. Lo que nos aporta dos enseñanzas valiosas. La primera, que hay cosas que no pueden imponerse, que tienen que crecer. La segunda, que un plazo humano no es necesariamente un ritmo natural.
Creo que la imagen y la enseñanza que contiene convendría aplicarlas a la vida política, donde los ritmos se sacrifican tanto a los (cortos) plazos; donde tan a menudo se apuesta por las “reforestaciones” aceleradas, por cubrir los expedientes con medidas de crecimiento rápido, que den frutos enseguida, antes del siguiente vencimiento electoral, aunque a la larga esas medidas produzcan indeseables efectos secundarios. Ahora mismo, para contentar a los mercados —que son auténticas dictaduras más que del corto del nanoplazo o del plazo exprés— se nos anuncian, en todas las Administraciones, recortes de inversión en Cultura, desde luego; pero también, desde el Gobierno central, en Educación, Investigación y Desarrollo.
Qué futuro le espera a nuestro país si, en el momento en que más se necesita invertir en nuevos árboles, en nuevas maderas que vayan consolidando y diversificando, a su ritmo, un sistema productivo, creativo y científico a todas luces insuficiente o frágil; qué futuro puede esperarnos si esa siembra esencial se deja de hacer, y en su lugar sólo se cultiva el pasto rápido, instantáneo, que contente o al menos contenga por un tiempo, hasta nueva orden, a los mercados. Ese recorte de inversión sólo puede augurar un futuro negro. Pero como se trata de una negrura a medio o largo plazo, como el alcance del desastre de esa desertificación no va a verse enseguida, como no va a notarse mañana mismo, la política prefiere recortar por ahí. La política prefiere sacrificar a sus estrechos plazos, los ritmos anchos y exigentes de la Cultura, la Investigación, la Educación.
No creo que ninguna sociedad pueda permitírselo, y menos la nuestra que no anda sobrada en ninguna de esas áreas. No creo que ninguna sociedad deba aceptarlo. Sino exigir un pacto de Estado que coloque a esas materias fundamentales en la posición que debe corresponderles: en el centro de un compromiso colectivo, unánime, de trascender las diferencias partidistas en beneficio del interés general. Y que además las libere de la tiranía de los plazos políticos para devolverlas a la lógica de los ritmos largos, necesarios, suficientes. Porque hay cosas que no pueden forzarse, que tienen que crecer a su propio paso, apoyado, sostenido por todos.
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