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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alemania también mea

Reconozco que tengo un cacao mental considerable. Me enamoré —un poco, muy poco— de Inglaterra por el fútbol, aunque fue una novia que abandoné muy pronto por desacuerdo mutuo. Me enamoré más tarde de Francia, por razones obvias: estaba ahí al lado, su cultura era y es espectacular, su gastronomía impresionante, su naturaleza singular y porque supe enseguida, antes de que lo dijera Humphrey Bogart, que siempre nos quedará París.

Fue después, bastante después, cuando descubrí que Alemania era algo más que una estación donde morían los trenes de inmigrantes españoles que huían del hambre de la España franquista con el rosario de marfil de la Virgen de San Gil, que cantaba Juanito Valderrama.

Alemania no tenía el porte inglés ni el glamour francés; era una novia más ruda, más testaruda, de esas que no te entran a primera vista. Pero con el tiempo me di cuenta de que su tesón era infinito, su capacidad para interiorizar sus propios errores y sus derrumbamientos, inimaginable, e incluso su solidaridad, casi absoluta.

Esa capacidad para suicidarse y resucitar me resulta enternecedora. Por eso tenía curiosidad esta vez en llegar al imperio de Angela Merkel y palpar cómo vive la crisis este país que siempre mira hacia adelante en lo malo y en lo bueno. Y me encuentro con que la cuenca del Rhur tiene aproximadamente un 20% de paro, que aquellas minas florecientes de la gran industrialización son hoy mausoleos, cementerios de desempleo en el país líder de la economía europea. Dicen que los dioses también mean. La Merkel, al parecer, también. Y en el país de la cerveza, lo de mear supongo que será un deporte nacional.

O sea que sí, que el paraíso alemán, también tiene grietas, o algún tipo de aluminosis en su presuntamente compacto edificio económico. Y no sé si eso me tranquiliza o me preocupa. Me tranquiliza, porque nunca he creído en los superpaíses ni en los superhéroes; y me preocupa, porque si el líder tose, los súbditos enferman. Lo que pasa es que Alemania siempre ha tenido una buena política de imagen, poco tendente al masoquismo y a la autoflagelación. Su tendencia al optimismo es manifiesta —tanto que a veces les ha conducido a los errores más grandes de la historia—.

Así, que sí, que Alemania también flaquea, que la Merkel también mea, y que el árbol se menea parecido en todos los sitios cuando el viento da de cara o de costado. Y que la cerveza ya cuesta igual en Alemania que en España. Es decir, que si Alemania mea, nosotros vamos de culo.

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