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OPINIÓN

Toxo y las flores del mal

El Gobierno que preside el de Pontevedra sigue en la oposición a todo menos a Angela Merkel

Anoche soñé con Toxo. Y con un señor de barba blanca, parecido a Méndez, parecido a Dios. Todo sucedía muy rápido. Yo caminaba por las aceras de una ciudad imaginaria que estaba infestada de octavillas y cascos rotos y adoquines y un caballo muerto junto a las sacas de arena que hacían una barricada. Una ciudad de tantas, sin fábricas. Yo caminaba a duras penas entre andamios y textos admonitorios Van a acabar con todo mientras la pintura fresca de las paredes todavía conservaba la grafía palpitante de Huelga General— 29- M. La pintura rojo sangre en las paredes. En un momento determinado, me encontraba con Toxo y con Dios o con Méndez y les interpelaba:

—¿Por qué es tan sucia la revolución? Por qué arrojamos papeles? ¿Por qué he escuchado durante toda la noche a un señor con megáfono junto a mi ventana?

Dios parecía pensativo.

Toxo me respondió apartando el casco roto de una litrona de cerveza.

—Son las condiciones históricas, compañero.

Dijo.

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Pero yo había oído al señor del megáfono toda la noche junto a mi ventana entonando como un mantra “A por ellos oé, a por ellos oé” y había olido el humo acre de los primeros contenedores quemados cerca del alba.

—Las huelgas siempre huelen a neumático quemado.

Y luego.

—¿Quienes son Ellos?

Dios siguió pensativo mucho rato.

Toxo dijo apartando otro casco roto de la acera.

—Se para la rueda.

Y fue más allá.

—Las condiciones históricas, compañero.

Cuando me desperté, las condiciones históricas seguían ahí. Cibeles presentaba el aspecto de los grandes conciertos. Sol presumía de kilómetro cero con un monumento a los neumáticos. Los comercios estaban cerrados, salvo las grandes cadenas del comercio que ofrecían su refugio a señoras y señores ya entrados en edad. Los niños se habían quedado sin cole y atestaban los columpios del parque y los comercios chinos del barrio en busca de chucherías transgénicas y muñecos animados japoneses. Los autobuses detenidos en la dársena y los trenes de cercanías ofrecían un aspecto melancólico. De repente recordé La Más Famosa Huelga General de la Historia, aquella que no tuvo lugar, aquella que no salió en los telediarios, aquella que no paró ni una fábrica ni un solo tren, ni un solo andamio. Y pensé en la broma infinita de aquella huelga y la de ahora. “No moveremos un ápice nuestra política”, dice el de Pontevedra, quizás cada vez más envalentonado porque nuestro Gobierno sigue en la oposición a todo menos a Angela Merkel, nuestro Gobierno mantiene que cuanto peor mejor, nuestro Gobierno mantiene que han ganado en Andalucía y no han perdido en Asturias, nuestro Gobierno mantiene que Galicia es un ejemplo de austeridad y que la huelga nos aleja de Bruselas y nos pone en la pista griega: perros callejeros y pancartas rojas en el Olimpo; gases lacrimógenos y escaparates rotos; octavillas y botellas incendiarias en las aceras. No nos moverán. No moveremos un ápice. Ápice.

Anoche soñé con Toxo y le dije que la revolución debe ser limpia, que revolución no debe ser contaminante, que la revolución es luchar contra el cambio climático, no estas aceras llenas de desperdicios que alguien tendrá que limpiar la jornada siguiente para perpetuar la cadena de la esclavitud: vendrá siempre alguien que recogerá nuestros despojos…Aunque también que estamos luchando contra los mercados, que seguimos denigrando de este capitalismo salvaje, que no somos derivados sino personas, que el FMI y Davos y todo ese teatro es enemigo de la especie humana, de los derechos humanos, que la austeridad es enemiga del crecimiento. Aunque es muy probable que todo esto caiga al vacío como tantas lamentaciones de la política. Pero estoy contento pese a todo caminando con Dios en la aceras y fumando mi Lucky Strike.

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