Rescatada una novela que Pardo Bazán escribió con 13 años
La obra, que se edita ahora, fue descubierta en 2004
Emilia Pardo Bazán nunca ocultó su precoz vocación por las letras. Al contrario, sus propios apuntes autobiográficos revelan hasta qué punto alardeaba de sus versos infantiles y las narraciones de su adolescencia. La condesa e impulsora de la Real Academia Galega, eso sí, tuvo mucho cuidado de no dar carta de naturaleza a toda su prehistoria literaria. Quiso, como tantos otros autores antes y después, asegurar el estribo de su propia ilusión biográfica. La Fundación Lázaro Galdiano, la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán y Analecta Editorial rescatan uno de aquellos textos tempranos, hasta ahora parcialmente inédito. Aficiones peligrosas se presenta hoy en Madrid.
Nacida en A Coruña en septiembre de 1851, Pardo Bazán estaba a punto de cumplir los 15 años cuando comenzó a publicar Aficiones peligrosas en el verano de 1866. Lo hizo por entregas, y no era la primera vez, en El Progreso, el periódico de Pontevedra en el que había dado a conocer muy poco antes el cuento Un matrimonio del siglo XIX. Los responsables de esta edición creen, sin embargo, que la había escrito siendo aún más joven, con solo 13. Lo decía la propia escritora en la dedicatoria del manuscrito que entregó en 1898 a su amigo y bibliófilo José Lázaro Galdiano.
Ese original autógrafo se halló disperso en 2004 en la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano. Con diez partes y un epílogo, es mucho más extenso que la versión publicada a finales de los años ochenta por Juan Paredes Núñez, en la que se incluían solamente los dos primeros capítulos y tres fragmentos dispersos. Tras varios años de trabajo, ahora se publica reconstruida, ordenada y por primera vez completa en una versión “fiel” a aquel manuscrito, sin tener en cuenta las correcciones posteriores. “Bien escrita”, concluye Juan Antonio Yeves, director de la biblioteca, “muestra su talento precoz, sus lecturas y sus preocupaciones, infrecuentes en una niña de 13 años”. Las aficiones peligrosas a las que se refería la joven escritora eran, precisamente, las malas lecturas.
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