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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salto a la fama

"Ahora, de nuevo, Valencia ha estado en el turbión de la actualidad informativa y política"

Suponemos que muy a su pesar, el PP que mangonea la Generalitat ha sumado un nuevo episodio a la serie de los que viene promoviendo para rescatar de la indigencia histórica a la Comunidad Valenciana y situarla en el mapa, como proclama su pueril discurso. A tal delirio corresponden gravosos fastos como la visita del papa o la Fórmula 1, que alcanzaron sin duda alguna gran proyección mediática, pero que se prolongan en la memoria como exponentes de la corrupción y el despilfarro, una etiqueta que viene siendo el oprobioso marchamo de los sucesivos gobiernos populares y, por extensión, de la misma autonomía.

Ahora, de nuevo, Valencia ha estado en el turbión de la actualidad informativa y política, abriendo diarios, telediarios y alentando debates parlamentarios, en los que, dicho sea de paso, el aparentemente liberal ministro de Educación, José Ignacio Wert, se nos ha revelado como un reaccionario de tomo y lomo. Pero hemos estado en el mapa, si bien en el de la barbarie policial, como ha puntualizado la diputada de Compromís, Mónica Oltra. Las imágenes y noticias divulgadas sobre la represión de los estudiantes son sobradamente expresivas y nos eximen de abundar en su demencial contundencia. Aunque, eso sí, abonan algunas conclusiones acerca de las responsabilidades contraídas.

Responsabilidades: la primera de ellas, obviamente, la de la delegada del Gobierno, Paula Sánchez de León, a quien se le debe atribuir la orden de intervenir, cometido que a todas luces le vino grande. Anduvo falta de reflejos y, sobre todo, de prudencia para evaluar la “peligrosidad” de un “enemigo” estudiantil que ni remotamente podía imaginar el papel de revulsivo que se le empujaba a representar. Le sigue el jefe de la Policía, Antonio Moreno, un émulo cómico del estratega Clausewitz, cuya jerga delata el empacho de cine bélico además de un grave déficit democrático. A él hay que endosarle el desenfreno de los corajudos ceporros entrenados tan solo para repartir estopa sin miramientos y al amparo del anonimato.

Entre todos han propiciado lo que, no sin euforia, se ha descrito como la primavera valenciana o un remedo del 68 parisino en versión periférica, pero que, no obstante su modestia, ha sacudido la postración y el desaliento cívico en el que estamos colectivamente sumidos, proyectando una imagen distinta a la habitual resignación ante la ineficiencia, los delirios, la cleptomanía y la degradación democrática. El mérito principal de esta respuesta le corresponde al IES Lluís Vives de Valencia, como epicentro de la revuelta, y a cuantos se han solidarizado con ella y han establecido un alentador precedente que ahora afronta un problema delicado: la administración de su éxito.

Contra el intento autoritario de neutralizarlo mediante el miedo preventivo, se ha recuperado el derecho a ocupar la calle y gritar las demandas, se ha alertado acerca del desmán policial y se sabe que, aun sin fundamento, los mastines periodísticos carcas denunciarán violencia donde no la hubo. Ante los tiempos convulsos que se avecinan debido a la injusticia y abuso de los recortes convendría no malograr este precedente que ha consistido en combinar la determinación de las reivindicaciones con el respeto posible al orden público o lo que por tal entiende el poder. No les demos pretextos.

Y unas palabras sobre RTVV: quienes han elaborado y amparado la información sobre estos sucesos que glosamos —directores, editores y redactores— son unos embusteros, mera carne de pocilga.

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