_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El pensamiento cómodo

"Votantes de izquierda y derecha saben ahora que en la clase política hay actuaciones enfermizas, que revientan todo aquello que debería ser un buen gobierno"

Me llamo Marc Delcan Albors y nací a mitad de los ochenta. Creo que no se nos está escuchando a los jóvenes, estamos en nuestra década de los 20 y no estamos locos. Pero si quieren quédense a leer. Escuchen esta novedad: muchas agencias de calificación y bancos ganaron más que en 2010. El año pasado aumentó la venta de coches de lujo y todoterrenos. Ahí va algo más oído: Hoy nadie lee, nadie trabaja y nadie es de izquierdas. Así es el discurso que nos cuentan. Pero ¿cuál es la contraparte? Es necesario señalar que el derroche es un modelo. No se tratá de casualidades encadenadas sino de un sistema diseñado -malamente- que nos ha arruinado. El modelo existía, es obvio, era un aquí y ahora que requería de gasto e hipotecas para el futuro. Forma parte de un sistema, una propuesta de carrera sin límites para inclinar la balanza hacia la riqueza y el lujo dejando atrás miles de precariedades. Una carrera que mucha gente compró y aprobó sin problema, carrera hacia el abismo que supuso corrupción sin freno.

Ahora hay que señalarlo bien claro: el Gobierno debe volver a ser moral (¿alguna vez lo fue?). ¡Nada más y nada menos! Un Gobierno basado en ideas y en gente que las defienda más allá del enchufismo corporativista, manipulación o dinastías que a tan pocos nos representan. Votantes de izquierda y derecha saben ahora que en la clase política hay actuaciones enfermizas, que revientan todo aquello que debería ser un buen gobierno negando en la vida privada los principios que publicitan hacia lo social. Y en eso la erupción del año pasado nos ha dado una vuelta a todos. Lo primero, antes de las ideas políticas, es la Ideología simbolizada en valores transversales con contenido: gente comprometida con formas de vivir y de organizarse con los otros. Esa gente es la que debe dar un paso adelante. No solo criticar y señalar, sino proponer y reparar. Ganar la iniciativa. De lo que aquí se trata es de un modelo que ya no nos ofrece perspectivas mejores. Nos inundan los recortes y casi lo único que hacemos es decir “no”. Es un discurso muy pobre, muy superficial y de circunstancias. Como un extintor para un fuego de turbas.. Ya hace tiempo que la rebelde es la que dice “no”. El hombre y la mujerrebeldes –hoy- deben negarse a decir solo “no”.

Pero ¿cómo? ¿Cómo decir cosas? ¿Desde dónde y a quién? ¿Por qué? La idea -el pensamiento cómodo- indica que poder decir libremente no es realmente un poder. No sirve de nada expresarse frente a las tendencias hegemónicas para ser absorbido por todos sus metacomentarios o discursos mayores. Esto presupone, obviamente, que no se puede ser innovador u original en exceso: es decir, que lo que tenemos al alcance es lo que crea, basa y sedimenta nuestras ideas nuevas o creativas. Una forma nueva se basa en miles de pequeños inputs que fructifican en el momento de la idea. No existen las utopía irrealizables sobre nada que no pueda ser representable. Cuando una idea está mil y una veces masticada el concepto de propiedad se difumina quedando solo el de esfuerzo o trabajo aplicado. El pensamiento cómodo va a favor de presentar la propiedad como resultado de un trabajo, y ya sabemos que no siempre es así.

El pensamiento cómodo tiene su máxima expresión en los discursos políticos hegemónicos de hoy en día. Está regido por estereotipos, por las pantallas y la espectacularidad. Es nacido en la incubadora de un mundo rico con alto nivel de bienestar que tiende cada vez más al individualismo y lo conservador frente a lo cínico y superficial de muchas críticas que se agotan en su misma existencia. Lo vemos en la estetización de los centros urbanos, en los centros de compras, en el ocio convertido en motor económico. Modelos (estéticos o de sistema) que son como grandes Fallas pero sin trabajo, sin potencia creativa, basadas en el gasto y el valor de uso inmediato con un imposible retorno de inversión. No hay mejor metáfora que el fuego, y es tiempo de quemar. Nos estamos quemando ya.

España, y la Comunidad Valenciana, están sometidos a una pérdida sociológica considerable de una base joven y emprendedora muy formada en el sistema educativo. Es tendencia la salida de una clase global, capaz de integrar en las acciones un discurso, y acabar así de un plumazo con el miedo a la teoría. Un grupo social que podría ser dirigente (en el buen sentido de la palabra) en medio de una doble tendencia expansiva y en progresivo alejamiento: la MacDonalización (basura de consumo) y la MACquización (consumo de lujo). Esta clase dirigente, llamémosle por ahora generación Ryanair (individualista, precaria, constante, flexible, viajada, conectada), es responsable de ejercer la capacidad autocrítica que se le presupone a la posmodernidad. Es decir, ha de poder ver lo erróneo del programa que nos imponemos cada día, señalar a los ejecutores (muchas veces microdispositivos de la cotidianeidad) y proponer. Oponerse al imperio de la huella de la práctica (dejar lo posible por lo factible y acabar haciendo lo asible con los medios disponibles) que conviene al flujo de pensamiento cómodo, que evita poner puertas a la corriente que nos sobreviene. Lo cómodo son los hábitos normales que aceptan en lo cotidiano el pensamiento conservador y fomentan una viralidad alrededor de núcleos de forma y contenido estetizado que sirve a todos pero obvia la desigualdad.

Mire a su alrededor: estetización total de la vida cotidiana, radicalidad estética sin sentido y ninguna limpieza. Lo cultural no debería ser solo lo estético. El mensaje y los valores tienen que volver a importar tanto o más que la forma. Eso es lo que hemos perdido en el capitalismo avanzado. En la posmodernidad tenemos un canon y múltiples discursos pero añoramos más que nada una cosa: un discurso cultural de identidad perdida que deja a la economía dominar en forma de pensamiento cómodo. Pareciera que más allá de la quiebra no hay imágenes. Esta nostalgia de la identidad es como la de nosaltres els valencians! Es la lucha en España.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Y ahora, ¿hasta dónde vamos con ideas que ya nos suenan? Hacia delante. Con democracia real, directa, incluso representativa. Toda discusión que parta de valores duros. No todo vale, no todos queremos todo. En primer lugar, cooperativismo. Trabajo común, esfuerzo, redes de contacto. En segundo lugar, autogestión; volver a aprender a hacer las cosas, tanto en el trabajo como en el ocio creativo. Relocalizar lo político, acercar la realidad, la exigencia, la responsabilidad y la acción a un número cada vez mayor de ciudadanos conscientes y dispuestos a reducir el entramado de cables y estructuras de la economía superflua y los servicios deslocalizados. Recolocar la vida social en primer lugar, resolver los déficit personales en la cercanía nos evitará acumularlos en la sociedad. Si el trabajo tiene que ser por ahora un elemento clave de seguridad personal e identitaria, basarlo en lo común e impregnarlo como difusor de una lógica distinta a la capitalista pura.

¿Qué debería venir ahora? Más cercanía, más verde, más justicia social, más compromiso, más estudio, más cerca, más esfuerzo, más ética. La contraparte de nuestra invasión cotidiana es que casi todas las iniciativas posibles en las circunstancias actuales las tenemos al alcance. Incluso las utópicas que nos rodean y dejamos fluir por comodidad. Revolvámonos en nuestro sofá de lo local y cotidiano, hagamos pensamiento y acción que tapone la avalancha. “No es de dónde lo sacas, sino hasta dónde llegas con ello” decía Jean-Luc Godard.

Marc Delcan Albors es estudiante de periodismo e historia en la Universitat de València

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_