El ensanche del fin del mundo
Un barrio de esqueletos urbanos. Miles de casas vacías y en venta. Atraído por la desolación del PAU de Vallecas, el artista Hans Haacke pincha la herida de la burbuja inmobiliaria con una obra de arte
En el mundo hay muchos fines del mundo y uno está en Vallecas. Curiosamente le han puesto el nombre de “ensanche”: el Ensanche de Vallecas. Y después de ahí, la nada. Está al final de la Avenida de las Suertes y marcado con una señal de stop, acompañada de otra de "gire a la derecha". En metro, es la última parada de la línea 1: Valdecarros.
Siempre se ha imaginado el fin del mundo como algo sublime, algo capaz de provocar esa extraña sensación de vaivén entre el vértigo y el estremecimiento ante lo que se presenta como una contradicción abismal, como algo raro, inasible, capaz de escapar a los gruesos límites de la razón y de la lógica pero que, sin embargo, se impone, existe, está ahí, se puede tocar, ver... Y sí, en Vallecas hay un sitio así, un fin del mundo cualquiera.
Atraído por esa imagen desoladora llegó Hans Haacke, una artista nacido en Colonia (Alemania) en 1936 y afincado en Nueva York desde hace más de 40 años. Había llegado a Madrid en avión para ver a su amigo Manuel Borja Villel, director del Museo de Arte Reina Sofía. Hacía tiempo que querían trabajar juntos y estaban empezando a perfilar una idea. Corría el año 2010.
Mientras llegaba al centro de la ciudad en el taxi pudo ver, a su paso, enormes extensiones de terreno, con calles pavimentadas y farolas a lado y lado en medio de un espacio completamente vacío: “In the middle of nowhere” (en medio de ninguna parte), dice. “Al llegar pregunté qué era aquello y me respondieron que había muchos sitios así en la periferia de Madrid, tierras prometidas, donde estaban previstos grandes planes urbanísticos que, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, se habían abandonado”, cuenta.
Pidió hacer un tour por la periferia. Y fue en ese recorrido cuando descubrió la calle del Arte Conceptual, la del Arte Abstracto, la del Arte Figurativo, la de Eduardo Chillida… Y tantas otras vías del Ensanche: unas con edificios a medio terminar, otras delimitadas por esqueletos urbanos, otras con sólo los cimientos de las construcciones, otras con solares yermos, otras con edificaciones de cinco y seis plantas terminadas y plagadas de carteles de “se vende”, “se alquila”, “rebajas”, o “última oportunidad”… Alegorías de un sistema roto a ladrillazos y que ahora encuentran su representación artística en la tercera planta del Edificio Sabatini del museo madrileño, en una gran muestra con el nombre de Castillos en Aire.
Era abril de 2008 cuando se anunciaba el Ensanche a bombo y platillo como “una ciudad que albergará más de 28.000 viviendas (la mitad de protección pública) con sus correspondientes equipamientos, ocupando más de siete millones de metros cuadrados, una extensión similar a la de la ciudad de Cáceres”.
La ejecución del proyecto, que tenía que haberse finalizado en el año 2006, sufrió grandes retrasos, por lo que los vecinos afectados se organizaron en torno a la Asociación PAU Ensanche de Vallecas.
“El barrio se ha quedado, al menos de momento, en una acumulación de viviendas con pocos servicios públicos y altos impuestos. Se ha construido algo más del 70 % de las viviendas previstas pero menos del 25% de los recursos dotacionales planeados. De los grandes proyectos previstos, tan solo el centro comercial se ha llevado a cabo”, cuenta Rosa María Pérez Mateo, presidenta de la Asociación de Vecino del Ensanche de Vallecas, que se creó en 2006, año en que debía haber estado finalizado el proyecto.
“El Ayuntamiento firmó con nosotros un plan especial, que debía desarrollarse entre 2008 y 2012, en el que se comprometía a dotar al barrio con distintos recursos de los que tan sólo una pequeña parte se construyeron. Quedan pendientes aún un equipamiento cultural, un polideportivo cubierto, dos pistas polideportivas, un centro de día para mayores, el desarrollo del Parque de la Gavia, aparte de la urgente necesidad de terminar con los malos olores de Valdemingómez y la construcción de un instituto público, un centro médico de especialidades, otro centro de salud y la terminación de las zonas verdes del barrio”, enumera de memoria Pérez Mateo.
La ciudad de la utopía ha fracasado. El Ensanche es la gran metáfora de un modelo de crecimiento basado en el ladrillo que ha muerto dejando toda una estela de desolación a su paso.
Las instituciones, contra las que Haacke tiene la costumbre de arremeter artísticamente y sin paliativos, están diluidas en la llamada Junta de Compensación, que ejerce de promotora del proyecto y que congrega a los organismos públicos (Comunidad y Ayuntamiento) y a las empresas privadas.
Pese a que el Ayuntamiento calculó en su día su inversión en 17 millones de euros, la amalgama burocrática que delimita las competencias de las partes (terreno vendidos a la empresa privada, dotaciones correspondientes a la Comunidad —de sanidad y educación— y las que se corresponden con distintas concejalías del consistorio —centros culturales, deportivos, sociales —) hace de cristal opaco que impide ver con claridad qué se ha hecho, qué queda por hacer y qué cabe esperar: “Habría que ir área por área”, dicen desde Urbanismo, donde se limitan a aprobar los planeamientos que la Junta va presentando.
El Parque de la Gavia fue presentado como uno de los puntos fuertes en la candidatura a las Juegos Olímpicos de Madrid 2012. Se asentará sobre el Arroyo de la Gavia y ha sido diseñado por el arquitecto japonés Toyo Ito. Pero está aún en construcción, así que, el resultado de este gran proyecto urbanístico es un lugar desangelado, con grandes avenidas solitarias, 21.000 casas construidas, más de una veintena de proyectos inacabados, miles de viviendas deshabitadas (se calcula que viven unas 35.000 personas en total, la mitad de las que preveía el Ayuntamiento) y una clamorosa falta de equipamientos urbanos. Allá, en los confines de Madrid.
“Ambas administraciones han visto en los nuevos desarrollos la manera de recaudar dinero por la vía de la venta de suelo, para luego olvidarse de que las personas que viven en esos barrios”, comenta Pérez Mateo.
En nuestra ruta artística por el Ensanche, Haacke señala: “Este es el único bar en estas tres manzanas”. Conoce ya estas tierras como la palma de su mano. “Y un poco más adelante, a mano derecha, está Ibercaja, el único banco”, apunta. “Está casi igual que hace dos años”, asegura, mientras sigue haciendo fotos compulsivamente.
Después de más de una hora y media hemos vislumbrado a lo lejos varias figuras humanas: un trabajador del servicio de la limpieza municipal que dormita en su coche aparcado bajo ese silencio sepulcral que sólo reina en esta clase de confines del mundo; un corredor y un ciclista, que pasan como una exhalación; una señora paseando a su perro, un adolescente con mochila y dos vecinos (de unos cuarenta años cada uno) que se cruzan a la entrada del portal de su edificio:
— ¡Hola!, cuánto tiempo.
— Si, nos vemos poco.
— Bueno pues Feliz Año Nuevo, me alegro de volver a verte.
— Lo mismo te digo.
Una conversación perfectamente normal si no fuera porque es 15 de febrero y hace mes y medio que comenzó el nuevo año y ambos vecinos comparten portal.
La gran idea del PAU de Vallecas, con siete millones de metros cuadrados, era “completar la trama urbana en el Suroeste para favorecer a los casi 70.000 vecinos que acogerá y a los 65.000 que residen en Villa de Vallecas”. De momento, son menos de la mitad porque son pocos los que quieren vivir allí y, y de lo único que parecen beneficiarse es del centro comercial de la Gavia, de la sucursal de Ikea ubicada al lado y de una estación de servicio que se anuncia con el cartel de “gasolina más barata”. Poco más.
La ciudad de la utopía ha fracasado. El Ensanche es la gran metáfora de un modelo de crecimiento basado en el ladrillo que ha muerto dejando toda una estela de desolación a su paso.
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