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El Villarreal es otro

El equipo de Molina comienza su recuperación a partir de su fútbol de siempre y de una mayor actitud de sus jugadores

Diego López, portero del Villareal, en Sevilla.
Diego López, portero del Villareal, en Sevilla. EFE

El pasado domingo, diez meses después, el Villarreal lograba una victoria lejos de El Madrigal ante el Sevilla, fusionando talento y esfuerzo. “Ahora mismo nos estamos dejando la vida”. Diego López, inconmensurable en las porterías del Sánchez Pizjuán, entiende que el cambio de actitud de los jugadores del Villarreal respecto al pasado reciente está siendo la clave para reflotar a un equipo hasta hace poco alejado de su ideario futbolístico y de los puestos nobles de la clasificación, en los cuales ha transitado en las últimas temporadas.

La rémora de resultados en una primera parte de temporada para olvidar y que costó el despido de Juan Carlos Garrido, ha llevado al equipo castellonense hasta los puestos de descenso, de los cuales ha salido con la victoria ante el Sevilla. “La implicación de todos nos hace más fuertes”, reflexiona Diego López sobre la metamorfosis experimentada por el Villarreal en las últimas jornadas.

Concebido para disfrutar y codearse con la nobleza, al conjunto castellonense le costó asimilar la situación que comenzó a gangrenarse desde el inicio de temporada con las primeras derrotas en la Liga, excusadas con las numerosas lesiones sufridas que menguaron notablemente el vestuario. Especialmente dolorosa resultó la de Giuseppe Rossi, que aún le quedan dos meses para dejar atrás una rotura de ligamento cruzado. “Rossi habría marcado más de 10 goles que nos habría dado muchos más puntos”, asegura Diego López.

Las cosas empeoraron en Europa, sin conseguir ningún punto en los seis partidos de Champions. El potencial de los rivales, Nápoles, Manchester City y Bayern Múnich, también fundamentaba una coartada para Garrido. “No conseguir competir de tú a tú en la Liga de Campeones nos hizo mucho daño”, reconoció Bruno. Minada la moral del vestuario, Garrido no supo reconducir la situación y resultó despedido.

Lo primero que hizo Molina al pasar del banquillo de la ciudad deportiva al de El Madrigal fue empatizar con un vestuario cuya relación con Garrido no era del todo fluida. Después, al exportero del Valencia, Atlético y Deportivo, le tocó convencer a la plantilla de que debía recuperar el estilo de siempre, aumentar el compromiso con el grupo y reconocer la realidad que les tocaba vivir: el objetivo único es el salvar la categoría.

Sustancial resultó el cambio en el juego y en actitud en el primer partido de Molina en la dirección ante el Valencia a pesar del empate final [2-2]. En la siguiente jornada, en el Calderón ante el Atlético de Madrid, el Villarreal volvió a mostrar una imagen anodina que le costó una severa derrota [3-0] que, sin embargo, sirvió de punto de inflexión. La plantilla amarilla se reunió el día después durante 45 minutos en el vestuario sin la presencia del entrenador y se dijeron las cosas a la cara. “Varias personas hablamos y dimos nuestra versión de la situación para que todos tuviésemos las cosas claras”, recordó Bruno.

El cambio ha resultado radical en los tres siguientes partidos. Victoria ante el Sporting [3-0] y Sevilla [1-2] y en medio un trabajado empate frente al Barça [0-0]. “El equipo echaba de menos más intensidad”, entiende Diego López sobre la clave del remonte del Villarreal. En ello también ha tenido que ver las decisiones técnicas tomadas por Molina, quien no ha tenido ningún reparo en dejar fuera del equipo a De Guzmán y Zapata desde la derrota frente al Atlético de Madrid. Ambos jugadores han costado 15 millones de euros al Villarreal, cuatro menos de lo recaudado por la venta de Cazorla al Málaga. “Posiblemente el club también se ha equivocado”, declaró Bruno que con Molina ha vuelto ha recuperar el nivel exhibido en las temporadas pasadas, al igual que Cani, Borja Valero y un renacido Marcos Senna, que ha sus 35 años parece estar viviendo una segunda juventud.

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