Seis diamantes y dos muertos
Un hombre acusado de matar a un joyero en EE UU y se suicida el día después de ser detenido
“Está”. El anhelado mensaje llegó al teléfono móvil del inspector del Cuerpo Nacional de Policía. Decenas de agentes de paisano ocuparon con disimulo las inmediaciones del piso. Varios coches camuflados esperaban en las esquinas del edificio. Todo para atrapar a Andrew Robert Levene, de 41 años y acusado de matar a un marchante de joyas para robarle seis diamantes valorados en 300.000 dólares en Connecticut (EE UU). El martes lo detuvieron en Barcelona. Al día siguiente, se suicidó en la cárcel Modelo.
Las preciadas joyas salieron caras: un muerto y un herido en EE UU y el suicidio de Levene en España. En Connecticut existe la pena de muerte. Levene quizá temía verse en el corredor de la muerte. O quizá estaba deprimido. O quizá desconocía que España solo extradita a los detenidos con el acuerdo de que no se les ejecutará. El caso es que la madrugada del miércoles los funcionarios de la Modelo le encontraron colgado con las sábanas de la cama de su celda.
Antes de eso, Levene vivía a caballo entre Barcelona y EE UU. Desde hacía tres meses, tenía alquilado un lujoso piso en la zona alta de la ciudad por unos 2.200 euros al mes. Era un apartamento de unos 180 metros cuadrados, en el 7º 1ª del número 17 de la avenida de Pau Casals que habitaba junto a su mujer y sus dos hijos. La policía montó guardia delante para atraparle. Llevaba días buscándole, pero el hombre no tenía horarios, viajaba de forma constante, aparecía y desaparecía. Por eso se hicieron con un aliado dentro del inmueble para que les avisase de su llegada. Cuando el informante mandó el mensaje de texto al inspector, este montó el dispositivo conjunto con agentes del FBI, de la US Marshall y policías de la ciudad de Westport (Connecticut), donde se produjo el crimen.
Levene era un objetivo prioritario para la policía estadounidense. En diciembre, viajó presuntamente a Westport para encontrarse con dos marchantes de joyas. Les había pedido diamantes, de calidad, piezas de tres o cuatro quilates para luego venderlas él, según recoge la orden de busca y captura dictada por el juez en Estados Unidos. El presunto asesino y sus víctimas se vieron por primera vez el 7 de diciembre, a las 22.45 horas, en la joyería Y. Z. Jewlers. Levene examinó durante media hora los diamantes, con unas pinzas y unas lupas de joyero. “Tengo que dormirlo”, les dijo, antes de decidir si comprarlos.
Al día siguiente, se citaron de nuevo en la misma joyería, también de noche, a las 21.13 horas. El detenido llevaba guantes, algo que llamó la atención de los joyeros. Levene se enredó otra vez 30 minutos analizando las joyas. “Tengo que dormirlo”, repitió. Pero entonces “empezó a moverse en la silla, metió la mano en el bolsillo, sacó una pistola y empezó a disparar”, declaró el superviviente a la policía cuando aún estaba convaleciente en el hospital. Tras el tiroteo, Levene cogió los seis diamantes y desapareció, con destino a Barcelona.
En la ciudad, su mujer y sus hijos hacían vida normal. Los críos iban al colegio, la familia decoraba el piso poco a poco con muebles de Ikea... Hasta que aparecieron los policías en la vivienda, y se llevaron a Levene.
Dentro encontraron la ropa que supuestamente llevaba el día del crimen: un abrigo verde, unos pantalones marrones y unas botas vaqueras. También le incriminan los numerosos vuelos, y el teléfono, que no volvió a sonar nunca más tras el tiroteo del 8 de diciembre. La policía tardó solo un mes en encontrar al ladrón de diamantes al otro lado del Atlántico. Pero de las joyas, ni rastro.
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