Una casa hecha de luz
El chalé de Alberto Campo Baeza para el diseñador Roberto Turégano sigue siendo, 25 años después, un icono de modernidad
El cliente recuerda al arquitecto sentado en un rincón del salón, comprobando cómo la diagonal de luz atravesaba la casa aún en obras. Entraba por las ventanas del segundo piso y salía por la puerta al jardín del lado opuesto. “¡Había construido una casa de la que salía sol!”, dice el diseñador Roberto Turégano, el cliente. Alberto Campo Baeza, el arquitecto, construyó esta casa para su amigo hace 25 años.
La Casa Turégano, que ha sido portada de libros y revistas, objeto de monográficos y exposiciones, vuelve a estar en obras. Campo Baeza está ampliándola para que Turégano (autor de logos para el Círculo de Bellas Artes o la Expo 92) mude su estudio y trabaje en casa. “Ya no queremos ni salir de veraneo”, dice el diseñador, “donde vamos a tener esta tranquilidad”. En su diáfano salon blanco todo es luz y aire y un silencio compacto que a veces angustia. “Igual para algunos sería incómodo vivir aquí, pero yo soy militante”, dice Turégano que estudió arquitectura hasta cuarto. “Pero no intervine en nada”, aclará, “no se podía, estaba todo tan colocado, tan en su lugar, que era imposible”.
Todo empezó con un concurso entre amigos. Turégano convocó a unos pocos (Campo Baeza, Hernández León, Antonio Miranda y Paco de Gracia), y al resto les puso de jurado (Alberto Corazón, Tanis Pérez-Pita y Jerónimo Junquera). “Era una excusa para charlar y vernos... les pagaba en cenas”, recuerda el diseñador. Solo pidió algo “barato y avanzado”.
Un año después, en la inauguración Manolo Blanco (hoy catedrático) horneó una tarta con la forma de la casa. Cubierta de azucar glass, lisas láminas de chocolate hacían las veces de ventanas. Era 1987 y Campo Baeza empezaba a ser “conocidillo”. ¿Era consciente de que hacía una obra tan emblemática? “Es un poco pedante, pero sí”, dice el arquitecto. “Traje a mi padre en mi Seat Panda rojo, nada de esto estaba construido”, dice señalando los chalés adosados. “Esta casa me va a dar mucho prestigio’, le decía; y él me contestaba: ‘Hijo, si tú lo dices...”.
Casa Turégano
Autor. Alberto Campo Baeza.
Obra. 1986 - 1987.Ubicación. Pozuelo de Alarcón.
Estilo. Minimalista.Función. Vivienda unifamiliar.
Un cuarto de siglo después, Campo Baeza da clase y tiene obras por todo el mundo y esta casa es un clásico. “Un precioso cubo blanco y un ejercicio sublime de minimalismo”, ha dicho de ella el premio Pritzker Richard Meier. “La luz en la obra de Alberto por turnos, baña, atraviesa, salpica y es siempre brillante”. “La luz es la que construye aquí el espacio”, dice Turégano en su siempre brillante salón.
“Hoy haría la casa Turégano igual que entonces”, dice orgulloso el arquitecto. La obra es un cubo de 10 x 10 x 10 que contiene en su apretado diseño todas las claves de Campo Baeza. Luz, que la hace parecer mucho más grande; sencillez, que le da un elegante minimalismo de materiales humildes; y blancura. “¿No es el blanco silencio ante tanto ruido atronador?”, ha escrito el arquitecto, “ausencia presente ante tanta presencia vacía”.
Blanca, sencilla, humilde y hermosa, la Casa Turégano es un marciano entre los chalés con tejados a dos aguas, porche y pintorescas vallas con pérgola que lo redean. “Mis casas siempre ponen nerviosos a los de alrededor”, dice Campo Baeza. “Son como islas”.
Entre sus casas, la de Blas, la Gaspar, la Moliner... hay una que le persigue aunque nunca llegó a ser construida: la que proyectó en Santa Fe para Tom Ford, el diseñador de Gucci. “Fue hace 15 años, pero la gente me sigue preguntando si la hice o no”, suspira Campo Baeza. La casa nunca se construyó porque a las autoridades de Nuevo México su propuesta les pareció “poco española”. “Querían algo más typical”, dice el arquitecto. Más acorde a la imagen de adobe y adornitos de pueblo mexicano soñado. Más de postal. Ni Campo Baeza ni Tom Ford quisieron cambiar el proyecto y ahí se quedó. Cuando el diseñador retomó la idea de un rancho en Santa Fé, se lo encargó al japonés Tadao Ando.
Alberto Campo Baeza tiene 65 años pero nadie lo diría. Ni por las pocas arrugas alrededor de los ojos, ni por los ojos mismos, cargados de curiosidad. Es catedrático de proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid y viene de pasar un año sabático en Columbia (Nueva York). “Investigando, no paras para rascarte el ombligo, sino para volver cargado”, dice. El resultado de su sabático es un libro apunto de publicarse, escrito para que lo puedan leer “no arquitectos”. Son textos de arquitectura que hablan del paso del tiempo y de Platón y de Rembrandt y de Zubiri. También aprovechó el año para aprender inglés. Le gustaría hablar como Jeremy Irons o Richard Burton, sobre todo para recitar a William Blake y a su amado T.S. Eliot. “Time present and time past / Are both perhaps present in time future”, declama desde el estómago subido a la terraza de la casa (El tiempo presente y el tiempo pasado/ están quizá presentes los dos en el tiempo futuro). Parafraseando a María Zambrano (“la Poesía es la palabra conjugada con el número”) Campo Baeza cree que la arquitectura es “la conjugación de la materia con el número”.
Para él la arquitectura es poesía y luz y música y filosofía y Halle Berry. Para que sus alumnos entiendan la importancia de la estructura les habla de Platón y luego usa de ejemplo a Halle Berry, “que está estupenda gracias a un esqueleto estupendo”.
Lo primero que les pregunta al conocerlos es si tocan algún instrumento. “¡Tengo uno que toca el trompa!”, dice entusiasmado. Él fue “el mejor alumno” de Alejandro de la Sota. “Me dio la nota más alta de la clase por un proyecto para un restaurante en la bahía Santander...”. “Le hice una caja de cristal con ruedas bajo del agua, ¡qué inocencia la mía!”, dice el arquitecto. Y acto seguido: “Aunque, pensándolo bien, se parece bastante a un edificio que estoy haciendo ahora...”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.