Este gato nunca estuvo allí: la Bienal de Estambul clama por Gaza con un resultado irregular
Entre metáforas felinas y hallazgos puntuales, la nueva edición de esta cita artística trata de conectar con la situación en Palestina, pero sin llegar a articular un discurso sólido y coherente

El arte posee formas y espacios para hacer visible lo que aún no se ha dicho, lo que no se podrá decir: las pinturas de Chardin y Morandi; las esculturas de Giacometti y Serra. Su producción, como la del lenguaje, procede mediante combinaciones. Ayer fueron pigmentos y materiales prístinos sobre paredes que representaban símbolos, individuos, paisajes. Hoy son objetos de la vida misma, acciones, imágenes y documentos colocados en entornos más o menos convencionales: una galería, una bienal, la calle. Cuando se impone el silencio de la irracionalidad, esta ars combinatoria puede cobrar un nuevo brío. Más durante los últimos meses, cuando la censura inunda universidades y museos. Su presión es tal que curva los espacios, la luz. Es esa oscuridad la que prepara al artista para el trabajo de representar algo demasiado doloroso de contemplar.
Conocemos la gramática de las bienales: una ciudad con un atractivo peculiar que acoge obras de artistas internacionales en espacios en transición, a veces medio en ruinas. La de Estambul, al contrario que la mayoría, se financia con dinero privado gestionado por la Fundación para la Cultura y las Artes (IKSV) y donaciones de magnates como Mehmet Ömer Koç. Más allá de unas cuantas obras significativas que irrumpen como relámpagos entre los archisabidos formatos, lo más sobresaliente de esta 18ª Bienal de Estambul es que proporciona el contexto internacional para visibilizar un determinado evento colateral: la Bienal de Gaza, cuyas ramificaciones siguen propagándose por la geografía mundial en forma de pabellones nacionales.

El pasado 19 de septiembre, el mismo día que se inauguraba esta bienal, a cuyo mando está la comisaria libanesa Christine Tohmé, decenas de artistas, especialistas y críticos de arte internacionales se concentraron en el DEPO, un antiguo almacén de tabaco reconvertido en espacio cultural, donde los miembros del Instituto imaginario House of Tawir, con sede en Berlín, presentaban el Pabellón de Estambul de la bienal diaspórica de Gaza. No formaba parte del programa de la bienal, pero lo parecía. Desde su primer enclave en una playa de la franja, esta bienal de resistencia ha ido ocupando espacios artísticos en Valencia, Edimburgo, Canadá, Washington o Nueva York, encadenando muestras de obras de autores gazatíes —dibujos, películas, escrituras fantasmas, teleconversaciones, escritos murales, veladas poéticas— y de artistas internacionales como Alfredo Jaar, Walid Raad o Shirin Neshat. En esas mismas salas del DEPO, las autoridades turcas prohibieron el año pasado una exposición sobre la revolución trans en Turquía, alegando que “incitaba al odio público”.
Era inevitable que, para la presentación de su trabajo en la Bienal de Estambul, Tohmé quisiera captar la benevolencia de la prensa internacional con unas emocionadas palabras que difícilmente escucharemos en eventos artísticos futuros como Venecia y Kassel: “Palestina padece un genocidio. Esta bienal es un homenaje a quienes perdieron allí sus vidas. Son tiempos oscuros”.
La artista palestina Mona Benyamin traduce a una enloquecida sátira televisiva la traumática ocupación de su país
En ningún momento quiso aludir al intríngulis creado entre el comité de selección del comisario y el poco transparente IKSV, que propició su nombramiento como curadora en sustitución de la primera elegida, Dafnes Ayas, y que hizo que el evento retrasara un año su apertura. La razón del rechazo a Ayas era que había dado cobertura a un artículo crítico con el “genocidio armenio” (que Turquía continúa negando) en el catálogo del pabellón turco de la bienal de Venecia de 2015, del que fue comisaria.
Así, el título de la bienal The Three-Legged Cat (Gato de tres patas) suena a arrogante paradoja. El animal por excelencia de las calles turcas es, para Tohmé, una alegoría analógica de la resistencia humana frente a los abusos de la autoridad. En castellano actual se dice que son cinco los pies del gato —con permiso de Cervantes, que siempre vio tres— para describir situaciones en las que se quiere justificar lo injustificable porque, en efecto, el minino solo tiene cuatro patas, y la quinta no es el rabo. No hay duda de que Tohmé es ese micho de tres pies que sobrevive y abraza el principio de realidad del arte, si no es el que aparece y desaparece a voluntad, como el gatito sonriente de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas: “Es posible que hayas notado que no estoy del todo ahí”.

Su empeño en esta bienal ha sido exhibir una combinatoria de obras de energía radiante y comprensible, necesarias en estos “momentos de oscuridad”. El recorrido se puede hacer en pocas horas, entre ocho espacios cercanos ente sí con un número nada abrumador de trabajos de medio centenar de artistas, la mayoría llegados de la geografía árabe. Los mejores son de autoras que rondan la treintena y están repartidos entre el antiguo teatro de Elhamra Han, el Zihni-Han, habilitado para servir de kuntshalle ocasional en el frente marítimo, y la Escuela Griega de Galata, un bello edificio de estilo neoclásico en el barrio más novedoso de la capital.
La brasileña Ana Vaz presenta la trilogía poética-fílmica, Meteoro: Paris, St. Lazare, que describe su alucinación nocturna de la capital francesa basada en la realidad extractiva de occidente. Con el mismo espíritu de impugnar la historia colonial, la artista libanesa Lara Saab despliega sus dibujos mezclados con ilustraciones botánicas antiguas de las diferentes variedades del agave mexicano y su introducción en el Líbano.

El resultado recuerda la creatividad vehemente de los libros de poemas de Emily Dickinson decorados con pétalos y tallos de su jardín. El gazatí Sohail Salem logró sacar del país sus diarios, un tremendo relato visual sobre la dificultad de existir bajo el asedio israelí. El iraquí Ali Eyal recrea su desesperante infancia durante la invasión de Estados Unidos y sus aliados, con una imaginería pictórica que parece salida de un cuadro de El Bosco.
En la performance Motherboards, la bosnioestadounidense de origen romaní Selma Selman destruye componentes electrónicas y los reduce a una cuchara bañada en oro. La palestina Mona Benyamin traduce a una enloquecida sátira televisiva la traumática ocupación de su país, en una cita que también incluye la participación de dos artistas catalanas, Eva Fàbregas y Claudia Pagès. La observación mimética nutre a toda esta generación de artistas. En una bienal, esto es arte; en la televisión de nuestras casas, un exterminio más.
‘The Three-Legged Cat’. Bienal de Estambul. Hasta el 23 de noviembre.
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