‘Abel’, de Alessandro Baricco: una novela sobre la libertad en el salvaje Oeste
El autor italiano apuesta en su última novela por uno de los subgéneros literarios menos prestigiosos, el western, para demostrar que es posible hacer literatura desde las ruinas de una modalidad depreciada
Si algo se puede asegurar de la literatura de Alessandro Baricco es que nunca deja de inquietarnos. La densidad de sus historias, los escenarios de sus relatos, las estrategias narrativas del prolífico novelista, ensayista y crítico italiano siempre dan una vuelta de tuerca a las formas y a los contenidos y le confieren ese carácter irreverente y desafiante a su literatura. Una creación que asume riesgos y que es como un soplo de aire fresco en unpanorama literario cada vez más poblado por el espectáculo fácil para la venta y la evasiónde la literatura a la medida para premios, cargadas de clichés.
Desde que alcanzara una notable visibilidad editorial con su novela Seda (1996), aquella historia en tono minimalista (oriental, podría decirse) del comerciante francés que importa huevos de gusanos de seda de Japón y tiene allí oscuras experiencias, Baricco ha insistido en una narrativa concisa, sin alharacas, culterana que, sin embargo, en ocasiones recurre a modelos genéricos conocidos para entregarnos productos novedosos. Y justo ese efecto es el que logra en su más reciente novela, Abel, ahora publicada en España por su sello tradicional, Anagrama: porque esta vez el italiano se atreve con uno de los subgénero literarios menos prestigiosos, más adictos a las convenciones: el western.
Narrada en primera persona por el personaje de Abel Crow, el más rápido de los pistoleros del Far West, sheriff de pueblo en un tiempo, el relato se apropia sin recato de tópicos propios de esta tipología narrativa: los escenarios agrestes, los despojos brutales de territorios indígenas, la invasiva violencia de la época y hasta de episodios puntuales como del asalto al banco o el aparatoso rescate de un condenado a muerte, nada más y nada menos que la madre del protagonista, una ladrona de caballos.
La maestría de Baricco interviene entonces para transformar lo trillado y conocido en relevador y palpitante cuando le da carácter a sus personajes, comenzando por el propio narrador-protagonista y enfoca con precisión los mecanismos que mueven sus actitudes, acciones y pensamientos. Que el personaje de Abel sea el pistolero más veloz se integra así a una entidad psicológica que es capaz de citar a Aristóteles y Platón, de filosofar en medio de la novela sobre su percepción de la relación de la causa con el efecto (“sería igualmente plausible que los efectos generaran las causas”), en una controversia con David Hume que casi le cuesta la vida, o le costó, según el propio Abel.
De su habilidad como hombre de armas tomar, indispensable en una novela del género, Baricco hace gran literatura con momentos como en el que el padre de Abel le dispara a uno de sus hijos y, sobre todo, cuando describe El Místico, el disparo simultáneo a dos blancos, con dos revólveres, cruzando las manos y, por tanto, el destino de sus disparos.
La violencia que permea las acciones y a la cual no renuncia el escritor, es sin embargo combinada (o en ocasiones potenciada) con el primitivismo de las relaciones entre los personajes, en especial entre Abel y la esquiva Hallelujah Wood, su amante, de quien se dice (nunca se sabe) que de niña vivió varios años entre los indios dakotas, experiencia a la que debe ese indomable carácter que matiza la relación sentimental de la pareja.
La estructura que Baricco le da a su relato es otro de sus hallazgos y atractivos, pues descoyunta la linealidad del argumento para moverse por cuanto meandro o aparente digresión se le antoje, pues en ellos está la esencia misma del texto, más que en la historia de un pistolero que deja de serlo a partir de una revelación (la de su muerte, que no lo mata).
Cada capítulo — como en Seda— puede funcionar como un relato más o menos independiente en su contenido argumental, en un movimiento funcionaría como un flujo de conciencia o memoria para ir tejiendo la malla de una trama que se va haciendo poliédrica y, a la vez, compacta, y que obliga a la lectura atenta. Y, para tocar extremos, están los dos capítulos finales de la novela, un verdadero desafío a todas las convenciones narrativas.
Cada uno de estos elementos del texto y las implicaciones que aportan a la lectura, llevan por supuesto a la pregunta que pende de la misma existencia de Abel. ¿Para qué un western? ¿Pura pose literaria, desafío de un provocador? ¿Indagación filosófica sobre el valor de la vida y la muerte desde un formato narrativo tan devaluado? Sin que deje de ser pose y desafío, creo que en el propósito del novelista italiano estaba la voluntad de demostrar que es posible hacer literatura desde las ruinas de una modalidad depreciada, y mostrar con ello la capacidad del arte para, por encima de los modelos, entrar en profundidades analíticas sin el empaque tradicional de una agotadora reflexión filosófica o psicológica. Para exhibir, además, una capacidad artística que ilumine los clichés y los tópicos con la aguda capacidad de percepción del creador para el cual los medios sirven para llegar a otros fines.
La vida en violencia de Abel, de sus varios hermanos (esa joven Lilith capaz de ver el futuro de los otros, nunca el propio) y de sus contemporáneos, nos revela esos comportamientos primarios que, a la vez, son universales, como emanaciones de la también universal condición humana y abren el entendimiento a revelaciones sobre los más diversos comportamientos de los individuos. Pero si la lectura Abel nos dejara alguna duda de las intenciones de Alessandro Baricco, en los párrafos de introducción esta novela ya todo había quedado dicho: “La libertad más absoluta es el privilegio, la condición y el destino de toda escritura literaria”. Y este western es un atrevido ejercicio de albedrío que se agradece, pues con elegancia y astucia Barrico nos remite a nuestros más viejos recuerdos lectores a la vez que nos conduce a un disfrute estético y filosófico que solo se consigue con los recursos del gran arte.
Abel
Traducción de Xavier González Rovira
Anagrama, 2024
176 páginas. 18,90 euros
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