El nuevo disco de St. Vincent despierta un rabioso y bellísimo yo sónico
Con ‘All Born Screaming’, la estadounidense Annie Clark ofrece un álbum experimental majestuoso, repleto de texturas y caminos inexplorados
Dice Annie Clark, es decir, dice St. Vincent, que sabía que tarde o temprano publicaría un álbum titulado como éste: All Born Screaming. Que lo sabía desde los 23. Pero que quería estar preparada. Ese algo primigenio, el grito de protesta que contiene el título —”puede tomarse el grito que damos al nacer como un tipo de protesta, y la protesta como una señal de que estás vivo”, ha afirmado—, está en el centro de un álbum majestuoso, soberbio, repleto de texturas y caminos inexplorados, de raíces profundas y una experimentación sabia y gustosa, deseosa, encantada de autoexplorarse. Se trata del séptimo álbum de esta multiinstrumentista que, para muchos, reinventa hasta la propia idea de Annie Clark, en un sentido bowiesco: la de Dallas va allá hacia donde decía Bowie que debía ir todo aquel que pretenda aportar algo al universo, esto es, allá donde no tocas pie pero sabes que es tu lugar.
La propia Clark define All Born Screaming —atentos al corte homónimo y su condición de liberador himno introspectivo— como un paseo a solas por el bosque, pero uno en el que quien lo da va en busca de sí mismo, frontal, bellísima y brutalmente. Lo que Clark ha encontrado aquí es “un vocabulario sónico propio”, y de ahí lo mutante del asalto, que sobre todo se interna en un yo irredento. Ahí está ‘Reckless’ y su paso de la calma a la ferocidad —de un pop de cámara a una suerte de preciosista noise rock—, o ‘Flea’, el corte que invoca —repitiéndose que podría deshacerse de sí misma, rid of me— a la reina del abismo existencial: PJ Harvey. Pero también y sobre todo la revuelta y musculosa ‘Broken Man’, un corte de, en palabras de Clark, “rock industrial amenazante”, que insiste en esa confrontación. “¿A quién estás mirando? ¿Quién demonios te crees que soy?”, repite.
Su genialidad no descansa, por lo que diría que estamos ante uno de los discos del año, y quién sabe si de la década
‘Big Time Nothing’ explora un tipo único —el suyo propio— de funky dance-pop de inspiración y color noventeros, que rinde homenaje a The Prodigy —es ella quien lo dice, y dice también que el spoken word del corte es puramente confesional, y que proviene de su “constante monólogo interior de depresión y ansiedad”—, mientras que ‘Violent Times’ se lanza a la conquista de una electrónica elegantísima, mayestática, en la que su voz suena más aterciopelada y misteriosa que nunca: casi parece un clásico tema Bond. La infinidad de detalles, aquí y en todas partes, añaden un barroquismo tan justamente bien entendido que ni siquiera lo parece, pero que coloca en cada rincón de cada corte aquello que exactamente necesita sin que podamos sospechar que lo hace, y eso no solo eleva el álbum, sino que inventa universos dentro de su propio universo.
Lo que ocurre, por ejemplo, en ‘The Power’s Out’ con esas guitarras en modo dream que simplemente se apagan, jugando a la vez con el fondo y la forma, en un disco que, recordemos, es el primero que produce Clark y que, si suena predominantemente percutivo es porque, cuando acabó de grabar el anterior, Daddy’s Home (2021), se obsesionó con las cajas de ritmos y los sintetizadores modulares, y compuso toneladas de lo que ella misma ha dado en llamar un dance esotérico postindustrial y que, en All Born Screaming representa, en su lado luminoso, ‘Sweetest Fruit’, y puede que también la excéntrica y vaporosa y deliciosamente funky y psicodélica ‘So Many Planets’. Sí, su genialidad, ya lo verán, es apabullante y no descansa, por lo que diría que estamos ante uno de los discos del año, y quién sabe si de la década.
St. Vincent
Total Pleasure / Virgin
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