‘Feriantes’: atracciones para después de una guerra
El Patio Teatro se mete en harina festiva en esta espléndida miniatura donde pasa revista a los carruseles, tómbolas, trenes de la bruja y teatros de carpa que animaron el imaginario colectivo desde la posguerra hasta hoy
Quien conoce su aldea conoce el universo”. Esta frase atribuida a Tolstói le viene al pelo a la compañía riojana El Patio Teatro, que habitualmente pasa revista al estado de ánimo del mundo rural, a las inquietudes de la gente sencilla de las ciudades pequeñas, a las vicisitudes de la migración interna, a la desazón de los antiguos pobladores de lugares sumergidos por los pantanos…
Izaskun Fernández y Julián Sáenz- López, artífices de El Patio, abordan estos temas con rigor documental, mimo y un diestro y minucioso despliegue escénico de objetos encontrados, a los que insuflan aliento poético. Feriantes, su primera coproducción con el Centro Dramático Nacional, mantiene el tono, el estilo y el vigor intimista de sus espectáculos anteriores, pero cobra un relieve escénico algo mayor al tener a su disposición mayores medios: esta fábula evocadora, alegre y didáctica no deja de ser una miniatura preciosa, como lo son Hubo o Conservando memoria, pero la presencia de tres intérpretes en escena, en lugar del dúo o del bululú (un actor solo) hasta ahora habituales, abre el abanico del juego escénico a un número de variaciones más amplio.
Feriantes rinde homenaje a la labor abnegada de un gremio trashumante. Los propietarios de las barracas de tiro al blanco, de los trenes de la bruja, de los laberintos de cristal, de los espejos de la risa y de las mil y una tómbolas que en España existen y hacen la ruta de las ferias siguiendo un calendario festivo preciso. Algunos de ellos nacieron en ruta. Son naturales de Buñol o de Alhama de Aragón por puro azar. Otros fueron alumbrados en el mostrador de la caseta de sus padres: la barquilla de las manzanas caramelizadas les sirvió de cuna. Lo cuentan con gracia el propio Sáenz-López, Diego Solloa y Alejandro López tras el mostrador de una barraca que parece un retablillo de títeres pero en donde los tres actores manipuladores, en lugar de muñecos, van sacando cajitas de madera que parecen casetas, ruedas de bici que al girar hacen las veces de noria, carruseles minúsculos…, para que el público vea la parte y el todo a la vez.
‘Feriantes’ rinde homenaje a la labor abnegada de un gremio transhumante, que vio nacer a sus hijos en ruta
El relato en primera persona de esta trinidad masculina se alterna con grabaciones en las que feriantes de raigambre cuentan su experiencia y con pasajes en los que los intérpretes prestan su figura a los Ducal, los Zizines y otras familias que hicieron las Españas durante décadas. En el escenario se desgranan datos, episodios y proezas protagonizadas por creadores de teatros portátiles de nombres tan evocadores como el Teatro Júpiter, Palacio de las Maravillas del Arte, donde a diario se ejecutaba en la cámara de gas al violador estadounidense Caryl Chessman, que aparecía y desaparecía de escena mediante un ingenioso juego de luces y de espejos.
El hambre de la posguerra lanzó a muchas familias a la carretera: la feria fue una oportunidad de subsistencia en la España excluida de la ONU y del Plan Marshall. En Madrid hubo familias de feriantes acampadas en la orilla del Manzanares, que en los años cincuenta fueron alojadas en las humildísimas viviendas de la Colonia de los Olivos, construida con dinero donado por Evita Perón.
En Feriantes se entremezclan el bullicio de las tómbolas, el chirrido de los engranajes de los carruseles, el recuerdo de las tardes de verbena y el aroma de teatros de carpa hoy extintos como el de Manolita Chen, el Argentino, el Capri, el Rex Condal, el Cirujeda o el Lido, que tuvieron sus décadas de apogeo y de decadencia a lo largo del siglo XX (y en algún caso se adentraron en el XXI con cierto garbo). No cabe ser displicentes con este tipo de atracciones de origen inmemorial: ferias hubo siempre y habrá. En el espectáculo de El Patio, las citas de la Tómbola Antojitos, cuyos vídeos suman 300 millones de reproducciones en Tik Tok, vienen a demostrar que cada uno cuenta la feria según le va en ella.
Por vez primera, Izaskun Fernández sigue un espectáculo suyo desde la mesa técnica, batuta en mano. Diego Solloa, su técnico habitual, ocupa el lugar de Fernández en el escenario, con mucho oficio: es perfecta su interpretación de Mi caravana, la canción de Roberto Berki y Fernado Sedano que a partir de los años cuarenta popularizaron sucesivamente Raúl Abril, Jorge Sepúlveda y Los Stop.
También tienen brillo el martinete y el fandango de Enrique Morente que canta Alejandro López: sin estas intervenciones musicales quedaría coja la evocación festiva, radiante y melancólica que anima este espectáculo tan acogedor. El público del estreno lo aplaudió larga, intensa y cálidamente, feliz de estar en la hora y el lugar oportunos.
‘Feriantes’. Texto y dirección: Julián Sáenz-López e Izaskun Fernández. Madrid. Teatro María Guerrero, hasta el 28 de enero.
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