‘4.48 Psicosis’ y ‘Harakiri’: dos miradas al suicidio desde el teatro
Coinciden en la cartelera madrileña dos espectáculos que abordan la enfermedad mental sin tapujos
Sarah Kane nunca muere
Por Raquel Vidales
Hablando de suicidio en el teatro la referencia es Sarah Kane. No solo porque abordó el tema en su obra 4.48 Psicosis, sino porque ella misma se suicidó poco después de escribirla. Se quiera o no, ese hecho marca la recepción de la pieza y la disposición del público: no vamos para ver una obra sobre el suicidio, sino la obra de una suicida. Es una atracción fatal. ¿Qué le pasa por la cabeza a una persona cuando decide quitarse la vida? ¿Nos puede ocurrir a nosotros? ¿A nuestros hijos, nuestros amantes, nuestros amigos? Ahí estamos nosotros, acomodados espectadores, observando con espanto pero también con cierto morbo el proceso de autodestrucción de una mujer. No nos enfrentamos solo a ella, sino a nuestros propios terrores. Pero la autora nos da en las narices: su escritura no es exhibicionista, no explica, no pretende explicar ni justificarse ni emocionarnos ni epatarnos, sino conjurar su locura con palabras. Aparte de su desgarradora poética, eso es lo que hace de 4.48 Psicosis un texto de culto.
El miércoles se estrenó en Madrid un nuevo montaje de 4.48 Psicosis (con el título invertido: Psicosis 4.48) que supone el debut de la coreógrafa y bailarina Luz Arcas como directora de teatro de texto. Arcas aborda el trabajo sin pretender tampoco explicar ni mucho menos que comprendamos a la suicida. Entre otras cosas, porque eso es imposible. Se acerca a ella como Kane: convirtiéndola en verbo puro. Y también —como es lógico por su trayectoria dedicada a la danza— en puro cuerpo. Sin clichés asociados a la locura. De manera muy sobria, por momentos quizá demasiado, pero a la vez subrayando determinados momentos con poderosos recursos visuales. La luz es un personaje más y el uso de la megafonía es hipnótico, sobre todo en la primera escena: el susurro de la suicida nos llega como cuando te pones tapones y escuchas tu respiración y los sonidos internos de tu cuerpo. Nos mete dentro de ella. Es una experiencia estética y sensorial, más que emocional. Los espectadores que esperen esto último saldrán decepcionados.
Arcas cuenta con una estupenda cómplice en el escenario: Natalia Huarte. Una actriz cada vez más sólida, valiente y desnuda en todos los sentidos sobre el escenario. Es muy difícil lo que hace en este espectáculo: no cae en la sobreactuación, lo que es un gran mérito tratándose de esta obra.
Psicosis 4.48
Texto: Sarah Kane. Dirección: Luz Arcas / La Phármaco. Intérprete: Natalia Huarte. Teatro Español. Madrid. Hasta el 2 de julio.
Prohibido hablar del suicidio en primavera
Por Javier Vallejo
A Lang Lang, el pianista más publicitado del mundo, su padre le tendió un bote de somníferos, con diez añitos, por haber quebrantado la férrea disciplina musical que le había impuesto. O se lo tomaba entero, o se tiraba por la ventana, para lavar la deshonra que supondría no entrar en el conservatorio de Pekín. El chico estuvo varios meses sin hablarle. A Clara Peya esta clase de exigencias le suenan de algo. Hace algún tiempo, la pianista catalana salió del armario del trastorno obsesivo compulsivo (TOC), que le fue diagnosticado cuando tenía 21 años. Su hermana Ariadna, bailarina y coreógrafa, y ella, que es música vocacional pero pianista por la presión de la tradición familiar, estrenaron en 2019 su vibrante Suite TOC nº 6, en la que abordan la angustia de quienes sufren este trastorno caracterizado por la necesidad imperiosa de repetir una acción recién ejecutada.
Ariadna y Clara Penya, Les Impuxibles, se caracterizan por abordar siempre temas psicosociales orillados. Harakiri, pieza multidisciplinar que representan en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, sube al escenario a una madre suicida y a su superviviente, que es como se denomina en el argot psicológico a los seres queridos de quienes deciden quitarse la vida. María Velasco, autora del texto, pareciera haberse inspirado en la historia cierta de Isabel y de Román Reyes, su hijo, que, tras el suicidio materno en 2019, emprendió una campaña mediática para divulgar que existe una pandemia no declarada de ansiedad y depresión, que el suicidio es la primera causa de muerte no natural en España (y la primera causa absoluta de muerte entre los jóvenes) y que la única manera de ponerle algún remedio es tomando conciencia colectiva.
Harakiri es una suite impresionista en la que se entrelazan la música programática de Clara Peya, la danza briosa de cuatro bailarines singulares comandados cálidamente por Ariadna Peya, las ascensiones y descensos en picado de Sílvia Capell por la vertical del mástil chino (también la cuerda floja hubiera servido como metáfora de ese estar al borde del abismo que es la depresión) y las reflexiones líricas y aleccionadoras de la Velasco, que se hacen eco estilístico de otras de Sylvia Plath y de Anne Sexton, poetas muertas por mano propia. Antònia Jaume y Pau Vinyals son ambos muy felices intérpretes de la identidad frágil pero amorosa de la madre y del hijo separados por una decisión tajante.
Harakiri
Texto: María Velasco. Dirección: Les Impuxibles. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 18 de junio.
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