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ChatGPT tiene todas las respuestas, menos una

La peligrosidad de la inteligencia artificial radica, sobre todo, en su potencial de inducirnos a creer que estamos entendiendo algo

Clement MAHOUDEAU / AFP (Getty Images)
La sombra de una programadora digital se proyecta sobre una pantalla con un texto generado por inteligencia artificial, en Avignon en julio de 2022.CLEMENT MAHOUDEAU (AFP via Getty Images)
Patricio Pron

ChatGPT, la inteligencia artificial (IA) de moda, también sabe reírse de sí misma, aunque sus chistes no son buenos; si le pides que te cuente uno, propone el que sigue: “¿Por qué ChatGPT siempre está sonriendo? Porque sabe todas las respuestas a todas las preguntas”. Si le pides otro, pero esta vez “de gallegos”, su respuesta es: “Un gallego le pregunta a ChatGPT: ‘¿Qué es lo que hace un ordenador tan inteligente como tú en su tiempo libre?’. ChatGPT responde: ‘Leo, aprendo y me entreno para mejorar mis respuestas’. Y el gallego contesta: ‘Pues yo, en mi tiempo libre, bebo, bailo y canto para mejorar mi alegría”.

ChatGPT es un procesador de lenguaje natural desarrollado para tareas como la conversación virtual, la traducción y el resumen y generación de texto; como está “entrenado” utilizando grandes cantidades de texto disponible en internet, puede generar respuestas rápidas y coherentes a una amplia gama de preguntas y tareas de lenguaje, lo que significa que —potencialmente— está en condiciones de relevar a redactores, periodistas, creativos publicitarios, empleados de la atención al público y traductores. (Y si no lo está aún, lo estará en un futuro próximo: como dice Jeanette Winterson en su libro 12 bytes. Cómo vivir y amar en el futuro, el próximo salto cuantitativo de la IA se producirá en el momento en que ésta programe otras IA, que la autora llama “súper IA”, liberándose así de las limitaciones propias de la programación realizada por humanos). Pero no es tanto esto lo que hizo saltar las alarmas, sino el modo en que el uso de ChatGPT puede permitir a los alumnos trampear a sus profesores en exámenes y en trabajos escritos; las autoridades educativas australianas, por ejemplo, ya han anunciado que regresan a los exámenes escritos a mano para evitar que los alumnos se hagan escribir los suyos por la IA, pero la solución no parece óptima, y tarde o temprano escuelas secundarias y universidades tendrán que establecer protocolos razonablemente eficaces para minimizar los efectos disruptivos en la educación que tienen unas herramientas electrónicas más y más inteligentes.

Pero quizás el problema esté en otro lugar; en el hecho, por ejemplo, de que, como escribe Robert Zaretsky en un artículo en The American Scholar, “la generación actual de estudiantes ha dejado de escribir. Literalmente. La mayoría no ve la importancia de la escritura en un mundo —su mundo— en gran medida posalfabetizado”. No es sólo el mundo de los estudiantes, sin embargo, sino también el de quienes consumen reality shows, quienes afirman haber “investigado” por su cuenta y saber que “no es como te la cuentan”, comparten las “soluciones” propuestas por los políticos más infatuados y simplistas, están atrapados en la nueva economía de la atención, con sus redes sociales vociferantes y adictivas y su influencia sin autoridad. Un mundo posalfabetizado es, esencialmente, un mundo posdemocrático en el que los ciudadanos no están en condiciones de comprender discursos de una complejidad proporcional a la de los problemas existentes ni de abordar racionalmente los asuntos comunes; un mundo que sólo conserva de las sociedades democráticas el hábito de permitir que las personas voten.

Paradójicamente, una sociedad que desprecia las palabras hasta el punto de permitir que las máquinas las monopolicen sigue otorgando una importancia quizás excesiva a las que se utilizan con propósitos estéticos

La tecnología hace las cosas más fáciles de medir, pero más difíciles de comprender, dijo alguien; la peligrosidad de ChatGPT no radica sólo en su potencial de reemplazar a los seres humanos en trabajos que dependen de habilidades lingüísticas repetitivas y predecibles, sino también, sobre todo, en su potencial de inducirnos a creer que estamos entendiendo algo. Paradójicamente, una sociedad que desprecia las palabras hasta el punto de permitir que las máquinas las monopolicen sigue otorgando una importancia quizás excesiva a las que se utilizan con propósitos estéticos. Pero ni siquiera ese ámbito está a salvo de la interferencia tecnológica, y hace unos meses la poeta alemana Ulla Hahn —conocida por su poesía introspectiva y por su compromiso político— se decía “en shock” cuando descubrió que un poema finalista del prestigioso premio de la Brentano-Gesellschaft que a ella le había gustado especialmente había sido, en realidad, generado por una IA.

El poema se titula Sonnenblicke auf der Flucht —en la traducción de la ChatGPT comienza así: “En la huida de la oscuridad y el frío, / con la esperanza de un nuevo destino, / buscamos los instantes de sol, / que nos dan fuerza para seguir adelante”— y, si se le pide a esa IA que lo analice, el resultado es el que sigue: “El poema trata sobre la búsqueda de la felicidad y la esperanza en tiempos difíciles. El autor utiliza la metáfora de la huida hacia la luz y el calor del sol para describir la búsqueda de momentos de alegría en medio de la oscuridad y la adversidad [y] anima a las personas a no perder la esperanza y a buscar siempre los momentos de felicidad, incluso en los momentos más oscuros. En general, Sonnenblicke auf der Flucht es un poema motivador y positivo que nos recuerda la importancia de buscar la luz y la esperanza en los momentos más oscuros de nuestra vida”.

¿Pero de qué vida habla ChatGPT? ¿Y qué oculta esa primera persona del plural sino el hecho de que, como escribió el dramaturgo británico John Osborne, la máquina es una evolución lógica del ser humano, una inteligencia sin moral que no sabe contar chistes, pero tiene el potencial de acabar con el vínculo entre las palabras y las cosas y lo que éste significa para nosotros?

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