‘Demos’, ‘previews’, ‘teasers’ y tráilers: bienvenidos al mercado del ‘hype’
El del videojuego es el sector que más explota las expectativas. A veces, con resultados nefastos
El pasado día 25 Final Fantasy XVI lanzó un nuevo tráiler centrado en Valisthea, el gigantesco mundo que nuestro equipo recorrerá durante su aventura, con sus ciudades medievales, sus coruscantes estructuras cristalinas, sus montañas de fuego. El día 28 Nintendo contratacó con un vídeo de juego de más de 10 minutos del inminente The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, en el que podíamos ver algunas de las nuevas habilidades de Link, nuevos enemigos y parte de las islas voladoras que ahora cubren el cielo de Hyrule.
No son los únicos que, desde el banquillo, han empezado a calentar antes de salir al campo. Diablo IV lanzó hace un par de semanas su versión beta en dos fases: primero una beta cerrada y, unos días después, una versión abierta (que podían descargar y jugar todos los jugadores que quisieran). A pesar de los problemas de conexión (largos tiempos de espera para entrar en los servidores), más de un millón de usuarios alcanzó el nivel 20 que el prototipo del juego permitía. Es decir, la expectación (y el enganche, la devoción) que ha generado el juego es enorme. Huelga decir que es tan excelente como excelentes lucen los otros dos.
Es curioso. Lo que todos estos movimientos demuestran es que el mercadeo de las expectativas es crucial en un sector, el de los videojuegos, que aprovecha como nadie la hiperconexión en la que vive la comunidad gamer y que sabe que el público reaccionará con emoción casi acrítica a las noticias de los juegos más esperados. No se trata solo de un tráiler o una beta. Es todo el eco digital que genera cada noticia, con ejércitos de fans y jugadores dispuestos a crear contenido alrededor de ese goteo informativo. Bien pensado, no es algo tan alejado de los titulares deportivos y el estado de ánimo que generan alrededor de la compraventa de jugadores. Como ya adelantó Meristation, Mario renueva con Nintendo.
El paroxismo de este estiramiento expectante lo logró a finales de febrero Bandai, que con una sola imagen de la expansión del aclamadísimo Elden Ring logró monopolizar la conversación durante una semana. Una mujer a caballo, un fantasmal campo de trigo, un colosal árbol en sombras al fondo, unas entristecidas ruinas. No hizo falta más para generar cientos (si no miles) de horas de contenido digital de jugadores analizando y teorizando qué significaba esto o aquello. En esa imagen no hubo un detalle, por microscópico que fuera, que no fuera objeto de un implacable CSI.
Este furor por las expectativas no siempre sale bien. No Man´s Sky (2016) y Cyberpunk 2077 (2020) son los ejemplos más recientes y clamorosos de una cadena que nos puede remontar a 2008 y a Spore: la de los juegos que no dan lo que prometen. No porque fueran malos juegos en sí, sino porque, sencillamente, era imposible que contuvieran todo lo que la gente había proyectado (y los desarrolladores habían anunciado) sobre ellos. Spore, de hecho, fue tan mal recibido que en las reseñas negativas de los jugadores podemos datar el nacimiento del review bombing.
Es la señal de los tiempos que vivimos. No hace tanto que las demos, aquellas pequeñas píldoras jugables que incluían los prólogos o las primeras fases de algunos juegos y que muchas veces llegaban junto a las revistas del sector, eran la única forma de catar los juegos que iban a llegar al mercado. Claro que todo eso era antes de Youtube, en otra era geológica. El chiste es malo, pero casi que necesario: las demos han quedado demodés.
Lo hemos visto con Marvel y, en general con la explotación de las adaptaciones de cómics. También, con la excesiva oferta de series. No conviene inflar más de la cuenta el mercado de las expectativas porque, si te descuidas, te puede estallar en las manos. Si lo que se pretende es enganchar a los jugadores, sembrar las semillas del hype es sin duda uno de los mejores procesos, siempre y cuando se cuente con un juego sólido y bien hecho detrás. Si no, al otro lado del espejo de la ilusión encontraremos su reverso más amargo: la decepción. Y esa ya no se cura.
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