‘Los nadadores diurnos’: un exceso teatral de ideas y referencias
La secuela del montaje de José Manuel Mora y Carlota Ferrer que se llevó en 2015 el Max al mejor espectáculo revelación abruma en su empeño por abarcar todas las taras del mundo contemporáneo
El autor José Manuel Mora y la directora Carlota Ferrer se aliaron en 2014 para llevar a escena Los nadadores nocturnos y dieron un pelotazo. Corrió el boca a boca, el montaje consiguió más funciones en la siguiente temporada y ganó el Max al mejor espectáculo revelación en la edición de 2015. Todo un logro para una propuesta de corte no convencional, estructura fragmentaria y con largas parrafadas discursivas. Un grupo de personajes extremos se reúnen para nadar por las noches —con buenas dosis de sexo— y fundan una orden secreta que acaba perpetrando un atentado terrorista. Todo ello contado no como una sucesión de peripecias sino a base de monólogos y encuentros en los que los protagonistas van desvelando sus vivencias, muy bien hilvanados por Carlota Ferrer y aliñados con danza y música en directo.
La experiencia consolidó el tándem Mora-Ferrer, que han seguido trabajando juntos y acaban de lanzarse al más difícil todavía: Los nadadores diurnos, secuela de Los nadadores nocturnos, recién estrenada en Madrid. De nuevo una estructura fragmentaria, personajes llenos de taras emocionales que se van cruzando, una secta, parrafadas discursivas, danza, música en directo y proyecciones. Pero ahora los protagonistas no buscan desahogo en la natación ni el terrorismo ni el sexo, sino en un metafórico “salón de belleza”: un espacio donde lavar sus traumas y prepararse para la muerte —en escena hay siempre un umbral sin puerta— guiados por un gurú que es un trasunto del líder de la secta que murió en el atentado con el que terminaba la primera parte, solo que este ahora ya no les habla de violencia ni terrorismo sino de Dios, la Cábala, la Creación. Y les invita a emprender un camino espiritual. A cuidarse mutuamente en el “salón de belleza”. A liberarse del sufrimiento, el sexo, la soledad, el miedo, la ansiedad, las herencias del pasado, lo políticamente correcto, el capitalismo y la modernidad.
Demasiados temas. En la primera parte había ya bastante divagación, pero en la secuela el autor parece haberse dejado llevar por la ambición de abarcar todas las taras del mundo contemporáneo y cuesta seguirle el paso. Hay una Mujer Rota que no puede dejar de enamorarse. El Hijo del gurú que se inmolaba en Los nadadores nocturnos. Un Chico Paloma que come desechos. El Joven Performer que se autolesiona en sus actuaciones para olvidar que un cura abusó de él cuando era niño. La Taquillera de un cine porno. El Hombre Solitario que ha dedicado su juventud a cuidar de su madre. El Mendigo con el que todos se cruzan. Y el nuevo gurú: reencarnación del anterior y especie de demiurgo.
Hay tantas referencias literarias, filosóficas, espirituales, musicales, cinematográficas y estéticas que la función casi se convierte en un desafío: a ver si las pillas todas. Y entre una y otra, la esperanza de que en algún momento haya algo no escuchado o visto o leído antes. O que al menos por acumulación se produzca la revelación. Algún chispazo. Más que el texto, lo da la puesta en escena. La atmósfera, el movimiento de los actores, el vestuario, las danzas, la música en directo interpretada por los propios intérpretes. Sin duda, ellos son lo mejor del espectáculo. Mención especial para el poderoso gurú de Juan Codina y la magnética presencia de Julia de Castro.
Los nadadores diurnos
Texto: José Manuel Mora. Dirección: Carlota Ferrer. Reparto: Enrico Bárbaro JR, Carlos Beluga, Julia de Castro, Juan Codina, Carlota Ferrer, Tagore González, Manuel Tejera y Alberto Velasco. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 5 de marzo.
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