‘Frozen’ y la visibilidad del pueblo sami
A través del cine y la literatura, la denuncia de los abusos cometidos contra este pueblo escandinavo ha penetrado la cultura de masas
Para gran sorpresa y aún mayor satisfacción de su autora, Netflix anunciaba recientemente que realizará una película basada en la novela Stöld (Robo) de la escritora sueca de origen sami Ann-Helen Laestadius. En este thriller, premiado con el August Priset, el más prestigioso premio literario sueco, y traducido a 22 idiomas, Laestadius denuncia, a través de Elsa, su joven protagonista, la discriminación que sufre la población sami aún en la actualidad y las dificultades en su convivencia con la población sueca no sami en el norte del país. La escritora expone, asimismo, las tensiones intergeneracionales y el conflicto entre tradición y emancipación que viven muchos jóvenes en el seno de esta comunidad, cuyo principal modo de vida ha sido tradicionalmente la ganadería del reno.
Conviene recordar que Escandinavia nunca ha sido el territorio étnica y culturalmente homogéneo que suele imaginarse. Mientras el sur de la península escandinava fue poblado por pueblos de origen germánico, a las zonas septentrionales llegaron pueblos de tradición seminómada desde la actual Rusia. Su relación con las instituciones que poco a poco fueron conformando los Estados-nación escandinavos fue históricamente compleja y la experiencia guarda similitud con la que vivieron los pueblos colonizados por los europeos en otras regiones del mundo. Desde el siglo XIV, la Corona sueca envió colonos cristianos para asegurar el control de estas grandes extensiones de territorio y explotar sus recursos naturales. La relación con las autoridades y los colonos suecos se volvió progresivamente más asimétrica y violenta a medida que los samis y sus rebaños de renos eran percibidos como un obstáculo a la creciente explotación de los recursos mineros, hidráulicos y madereros de la zona. Tras la independencia de Noruega en 1905, ambos países llegaron a un acuerdo para restringir el ganado de los samis y su acceso a los pastos a uno y otro lado de la frontera, lo que resultó en el desplazamiento forzoso de varias comunidades samis. En su poema épico Aednan, la escritora sueca de raíces sami Linnea Axelsson, también galardonada en 2018 con el August Priset, narra con gran belleza y sobriedad la historia de desarraigo que viven tres generaciones de samis a partir de esta migración forzosa hacia el sur.
Conviene recordar que Escandinavia nunca ha sido el territorio étnica y culturalmente homogéneo que suele imaginarse
Inspirado en el racismo científico imperante, desde mediados del siglo XIX, surge un discurso explícitamente racista que considera a los samis una raza inferior. En Suecia, esta corriente alcanza su cénit en 1922 con la fundación en Uppsala del Instituto Estatal de Biología Racial liderado por Herman Lundborg. El Instituto busca clasificar las particularidades genéticas de los diferentes grupos —no sólo étnicos, sino también sociales— que componen la población sueca con vistas a prevenir su degeneración. La película Sameblod (Sangre sami), estrenada en 2016 y dirigida por Amanda Kernell, incluye una escena en la que científicos del Instituto visitan la escuela-internado de menores samis en la que reside la protagonista, Elle-Marja, una adolescente en los años 1930, para examinar las presuntas características físicas de los alumnos. Después de realizársele mediciones de la cabeza y la nariz, Elle-Marja debe quitarse la ropa frente a sus compañeros que esperan en silencio su turno. Ante la resistencia inicial de la joven, su maestra le pide que dé ejemplo.
A través del cine y la literatura la denuncia de los abusos cometidos contra los samis y sus ramificaciones actuales, pero también su cultura y sus tradiciones, han ganado visibilidad al tiempo que su lucha adquiere una dimensión global. El mismo año que Sameblod se estrenó la serie de televisión Jour polaire (Sol de medianoche), una producción sueco-francesa que arranca con el misterioso y brutal asesinato de un ciudadano francés en Kiruna. Kahina Zadi, una policía francesa de origen bereber (Leïla Bekhti) acude para tratar de resolver el caso junto a Rutger Burlin, un policía sueco de origen sami (Peter Stormare). La exclusión y los prejuicios que sufren los samis evocan en Zadi su experiencia como mujer de raíces bereberes en Francia. La conexión entre los dos pueblos parece evidente: nómadas, colonizados, hostigados e incomprendidos como otros tantos miles de naciones indígenas en todo el mundo que luchan por ser reconocidas y respetadas en igualdad de condiciones. Mas no a cualquier precio, consideran sus representantes. La visibilidad no debe implicar una pérdida de autenticidad o resultar en la apropiación cultural del legado propio por parte de las culturas dominantes.
El caso de Frozen, la célebre producción de animación que Disney lanzó en 2013, ilustra cómo puede resolverse esta tensión entre visibilidad y autenticidad de manera más constructiva. Tras el éxito de la primera entrega, el Consejo Sami consiguió que la productora colaborara directamente con las comunidades samis en la elaboración de la segunda cinta para recabar información de primera mano sobre sus hábitos y tradiciones. Frozen, de hecho, es posiblemente el mejor ejemplo de cómo el imaginario sami ha penetrado la cultura de masas.
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