‘La guerra que perdimos’, contar la violencia para refundar Colombia
El cronista Juan Miguel Álvarez impugna los mitos y las trampas del lenguaje en una guerra de bandos para ceder su voz a las víctimas del conflicto
“Un cronista es, por definición, alguien que llega tarde, que se toma tiempo para ver y más tiempo para contar eso que vio”. Definición de Leila Guerriero en la caja de herramientas Zona de obras, encaja a la perfección con Juan Miguel Álvarez. Consciente de la tradición del género que practica, Álvarez ha venido demostrando la potencia de su periodismo. Así ha sido desde su primer libro, Balas por encargo, investigación sobre el sicariato, sobre el asesinato como forma de ganarse la vida. Después Verde tierra calcinada, donde reunía sus viajes a la geografía de la violencia. Hace pocos meses Lugar de tránsito, más crónicas en este caso de ambientación urbana. Su prestigio se expande por el continente y lo ha reafirmado el Premio de Crónica Sergio González. La guerra que perdimos cuenta el trauma sufrido con un puñal dolido y está escrito para que una sociedad sature el desgarro que la funda. Su tema es Colombia.
“El libro de [Martín] Caparrós incendia esos datos hasta volverlos una zarza ardiente, incómoda, insoportable”. Guerriero se refiere a El hambre, una de las crónicas de cabecera también para Álvarez. También en su libro hay datos… Pero lo que hiere no son esos números, porque son tantos que ya no importa uno más o uno menos, sino la encarnación individual de la amenaza y la tragedia que puede esquivarse o quiere superarse a través de la lucha por la supervivencia o por el afán de recordar tanta injusticia. Ese afán está desde el primer capítulo, con la madre que consigue que el dispensario de un pueblo lleve el nombre de su hija asesinada, y llega hasta el último capítulo, el perfil de la activista Chava fundida con la descripción de un viaje fluvial.
“Para ser periodista hay que tener el ascetismo de quien se olvida de sí para ponerse al servicio de la historia de otro”. Una variante de la afirmación de Guerriero podría ser que el cronista literario construye un estilo con su ética para poder ceder su voz. Así trasciende el testimonio y este es el objetivo de un libro sobre la violencia en Colombia. Dar voz a las víctimas. No es un libro sobre bandos. Es un libro que desentierra las raíces del conflicto e impugna sus mitos y las trampas del lenguaje con que ha sido contado para aislarlo de la dinámica guerrillas y paramilitares y contemplarlo desde la perspectiva de las víctimas, sus familias y sus comunidades. ¿Para qué? Para dar respuesta a preguntas formuladas en un discurso por un líder indígena que se transcribe en el libro contrapunteado con el dietario del periodista. “Cuando conozcamos la verdad, ¿cómo vamos a manejarla? ¿Cómo superamos ese dolor?”.
El impacto más duro es la constatación del daño provocado por el poder. Puede ser la guerrilla organizada, pueden ser los restos del crimen en disputa, puede ser alguna parcela del Estado. Pocos capítulos tan salvajes como el caso kafkiano del cabo Mora, en constante peligro por denunciar las tramas criminales de ciertas élites militares. Poder asesino ejercido contra quien tiene como horizonte vital la construcción de ciudadanía desde la escuela, reclamar los derechos de la población negra o impulsar la transición del cultivo de coca a otros productos. Ceder la voz para dar a conocer su testimonio forma parte del combate por refundar una sociedad.
La guerra que perdimos
Autor: Juan Miguel Álvarez.
Editorial: Anagrama, 2022.
Formato: tapa blanda (272 páginas. 21,90 euros) y e-book (11,99 euros).
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