Barack Obama y Bruce Springsteen, ante el mito del crisol de razas
El expresidente de EE UU y el cantante comparten en ‘Renegados’, que este viernes llega a las librerías españolas, historias y reflexiones sobre la vida, el matrimonio, la paternidad y su amor por la música. ‘Babelia’ adelanta un fragmento del libro, en el que ambos recuerdan sus infancias
Bruce Springsteen: La costa estaba llena de irlandeses e italianos, y luego estaban los afroestadounidenses del sur, que los llevaban todos los veranos en autobuses para trabajar en los campos de patatas en las afueras del pueblo. Así que crecí en un barrio bastante integrado. Tuve amigos negros cuando era muy joven. Pero había muchas reglas…
Barack Obama: A qué casas podías ir…
B. S.: Exacto, y a quién no podías tener en tu casa.
B. O.: Eso es.
B. S.: Y en qué casas no debías estar.
B. O.: Eso fue incluso antes de que comenzaras a salir con chicas o…
B. S.: Así es. Eres un chaval en tu bicicleta. Y eres consciente de todas esas reglas tácitas. Freehold era el típico pueblo pequeño estadounidense de los años cincuenta, provinciano, cateto y racista. Fue un pueblo que sufrió mucho la lucha racial a finales de los sesenta. El día de los disturbios de Newark hubo revueltas en Freehold, una población de unas diez mil personas. Llevaron a los policías estatales y hubo un estado de emergencia.
B. O.: ¿Qué edad tenías cuando eso sucedió?
B. S.: Tenía diecisiete, estaba en el instituto.
B. O.: Mencionas la palabra “cateto”. Ese término tiene una serie de connotaciones específicas, ¿sabes?, de la misma manera en que dentro de la comunidad afroestadounidense podemos decir ciertas cosas sobre nosotros mismos; tienes que sentir cierta comodidad y amor por una comunidad para poder describirla con ese tipo de términos. Si uno de afuera dice eso, podrías meterte en una pelea.
B. S.: ¡Por supuesto!
B. O.: ¿Qué piensas sobre eso?
B. S.: Bueno, esa era la gente que yo quería, con todas sus limitaciones, todas sus bendiciones, todas sus maldiciones, todos sus sueños y pesadillas. Y era igual que muchos otros pueblos pequeños estadounidenses de la década de los cincuenta, y fue donde crecí. Escribí ‘My Hometown’ en 1984. Fue una evocación de mi niñez. El pueblo en el que crecí estaba atravesando tiempos muy duros. Cuando era niño había tres fábricas: 3M, Brockway Glass y la fábrica de alfombras de Karagheusian. En el pueblo todo el mundo trabajaba en alguna de ellas. Y por entonces se estaban marchando. Cuando caminabas por la pequeña calle principal veías los negocios tapiados. El suceso que dio inicio a los disturbios raciales que tuvimos en el pueblo fue un tiroteo en un semáforo. Un coche lleno de chicos blancos con una escopeta disparó a un coche lleno de chicos negros. Un amigo mío perdió un ojo. Y luego el pueblo comenzó a apagarse. La canción fue algo que simplemente salió, ya sabes. A finales de los setenta y en los ochenta supe que ese era el tema sobre el que quería cantar; esa era la persona que sería y aquello sobre lo que escribiría. Eso era lo que tenía sentido para mí. Quería quedarme en casa. Quería vivir aquí. Quería estar de alguna manera rodeado de la gente que conocía y contar mi historia y la de ellos. ‘My Hometown’ tiene un elemento generacional porque hay un niño sentado en las piernas de su padre y este le dice: “Este es tu pueblo natal, y todo lo que hay en él”.
B. O.: Lo bueno y lo malo.
B. S.: Así es. Eres parte del flujo general de la historia y, como tal, lo que sucede en el presente y lo que ha sucedido es en parte tu responsabilidad. Estás atado, históricamente, a lo bueno y a lo malo que ha acontecido, no solo en nuestra pequeña ciudad, sino en el país, y, como jugador activo de este momento, tienes algo de poder para reconocer estas cosas y tal vez hacer algo al respecto, de alguna manera. Todavía hoy me encanta interpretar esa canción. Es más que un acto de nostalgia. Todo el mundo en el público la reconoce. Y la gente siempre canta ese verso conmigo: “Mmmmyyyyyy hooommme-town”. Y la ciudad de la que hablan no es Freehold, ni Matawan, no es Marlboro ni Washington, ni el puñetero Seattle. Es todo. Es todo Estados Unidos, ¿sabes?
B. O.: Sí.
B. S.: Es una buena canción.
B. O.: Es una gran canción. Entonces, ¿qué pasó inmediatamente después de esos disturbios en Freehold? Porque lugares como Newark, Detroit… esos nunca se recuperaron, ¿no?
B. S.: Asbury Park sufrió a causa de los disturbios. Hacía tiempo que se les veía venir y estaban justificados. La población negra de esa ciudad estaba completamente subrepresentada en el Gobierno local. Asbury no se recuperó en mucho mucho tiempo. Es evidente que ha resurgido en los últimos diez años, pero la mayoría de esos problemas siguen sin resolverse en el oeste de la ciudad. Así que uno se preguntaría: "¿Cuánto cambió de verdad aquello?". No estoy tan seguro. ¿Qué vi que mejoró en Freehold? No mucho. Eso sí, fue un suceso a menor escala. La calle principal de Freehold no pasa de tres manzanas.
B. O.: Se destruyen algunas tiendas, se producen algunas detenciones, pero las entrañas de la ciudad no sienten el impacto. ¿Tu familia hablaba sobre eso? ¿Lo comentabas con tus amigos?
B. S.: No era tanto que lo hablara, sino que lo estaba experimentando. En el instituto hubo un momento en que mis amigos negros no me hablaban. Le decía a alguno: “Oye” y me contestaba: “No puedo hablar contigo ahora mismo”.
B. O.: Es interesante que haya dicho "ahora mismo". Te estaba dando una señal: "Ahora mismo, tienes que… Debemos dejarlo estar".
B. S.: Así es.
B. O.: No significa que no podamos tener una conversación después.
B. S.: Pero hoy no. Aquellas tensiones se habían vuelto muy reales en 1967 y 1968. El instituto de secundaria de Freehold era un centro sin segregación racial, y estaba mayoritariamente lleno de chicos de clase obrera, quizá había algunos a los que les iba mejor, pero no tanto. Y había muchas peleas entre los estudiantes negros y los blancos. Después de primaria, si la gente no quería enviar a sus hijos a las escuelas integradas, iban a los institutos católicos.
B. O.: Y así era en casi todas las ciudades del país.
B. S.: Mis padres querían que fuera a una escuela católica, creo que era Trenton cuando aquello. Les dije: "¿Trenton? ¿Voy a pasarme una maldita hora en autobús todos los días?".
B. O.: Total, ¡no ibas a ir a clase de todas formas, así que no importaba!
B. S.: ¡Exacto!
B. O.: ¡Porque ibas a ser una estrella de rock and roll! Lo que plantea una pregunta interesante. Justo por entonces empiezas a tomarte la música en serio, y poco después comienzas a montar tu grupo.
B. S.: Cogí la guitarra en 1964 y no la solté en todo el bachillerato. Entonces estaban los Rolling Stones y los Beatles, pero poco después también apareció Sam & Dave y la Motown, y aprendías a componer de los grandes compositores de la Motown.
B. O.: O sea que, aunque no había artistas afroestadounidenses que te ayudaran a descubrir el rock and roll, sí que hubo artistas "influenciados" por los afroestadounidenses que te abrieron esa puerta.
B. S.: Absolutamente. Tuvimos un grupo que solía tocar en lo que se llamaba la Ruta 9, que quedaba en el sur de Freehold. Había que saber algo de soul porque a aquello le decían "el territorio de los greasers". Los greasers eran unos tipos con chaquetas de cuero tres cuartos, trajes de piel de tiburón, corbatas, pelo engominado hacia atrás, zapatos negros de punta fina y calcetines de nailon. Todo copiado de la comunidad negra. Cuando ibas al sur, a la Ruta 9, tenías que saber tocar música soul y doo wop o, de lo contrario, no sobrevivías una noche de viernes ni de sábado. Como músico joven, estabas inmerso en la cultura afroestadounidense que inspiraba la música que amabas. Era muy extraño porque los chicos negros de mi instituto eran envidiados y a la vez sufrían tremendos prejuicios.
B. O.: ¿Por qué eran envidiados?
B. S.: Los jóvenes, por la manera de vestir…
B. O.: Tenían estilo.
B. S.: Solíamos ir a un lugar que quedaba en Springwood Avenue que se llamaba Fisch’s. Allí era donde estaba esa ropa. Era un extraño desequilibrio entre la envidia y el prejuicio que era difícil de dilucidar.
B. O.: Eso me hace recordar la película de Spike Lee, Haz lo que debas.
B. S.: Gran película.
B. O.: Gran película. Uno de los protagonistas, un tipo llamado Mookie, trabaja para un italiano y sus hijos que están tratando de llevar un pequeño negocio, una pizzería. Y uno de los hijos, Vito, es un chico dulce que aprecia a la comunidad afroestadounidense a la que sirven. Y el mayor, Pino, es cínico y más abiertamente racista. Y, en algún momento, Mookie, que aunque no trabaja muy duro es perspicaz sobre el barrio en el que vive, comienza a hacerle algunas preguntas al hermano mayor:
- Mookie: ¿Cuál es tu jugador de baloncesto favorito?
- Pino: Magic Johnson.
- Mookie: ¿Y tu actor de cine?
- Pino: Eddie Murphy.
- Mookie: ¿Y tu cantante de rock? Prince.
- Pino: No. Bruce.
- Mookie: Prince.
- Pino: BRUUUUCE.
Y luego le dice algo como: "¿Entonces por qué siempre usas la palabra negrata? Cuando resulta que todos ellos son negros y siempre estás diciendo lo mucho que los quieres". Y siempre pensé que fue una manera tan sencilla y tan brillante de captar algo que siempre ha sido cierto y complicado sobre Estados Unidos, que es la noción de que "los negros son los otros". Son degradados, son discriminados, y, sin embargo, la cultura constantemente se apropia y reproduce y procesa el estilo que surge de ser un outsider y conocer el blues, de haber sufrido esas cicatrices, y haber tenido que vivir del ingenio de tu madre e inventar cosas de la nada. Y el rock and roll es parte de ese proceso. Me pregunto si de adolescente es algo que procesabas o si simplemente pensabas: "¿Sabes qué? Esta música está guay y me gusta y me conmueve de algún modo".
B. S.: Creo que si eras un adolescente en los sesenta estabas procesando todo eso intensamente. No podías ser un adolescente en los sesenta sin ser consciente de que la raza era el problema fundamental del momento. En Estados Unidos hemos querido a los negros y a los latinos cuando nos entretienen, pero cuando quieren vivir en la puerta de al lado seguimos siendo una sociedad tribal. Es parte de una tragedia que evidentemente persiste hasta el día de hoy. Y… no creo que haya sido nunca un tema tan esencial como lo es en este preciso instante… Pienso: “¿Por qué es tan difícil hablar de la raza? ¿Por qué… por qué hago esta pausa?”. Para hablar de raza hay que hablar de las diferencias. Para hablar de raza hay que hablar, en cierta medida, de deconstruir el mito del crisol de razas que, en esencia, nunca ha sido verdadero. Hay que admitir que una gran parte de nuestra historia ha sido de rapiña y violencia y manipulación contra la gente de color. Estamos avergonzados de nuestra culpa colectiva. Tendríamos que admitir y sufrir por lo que se ha hecho. Tendríamos que reconocer nuestra complicidad diaria, y reconocer que estamos ligados a la historia del racismo.
B. O.: De un gran mal.
B. S.: Sí. Todas esas cosas son difíciles de hacer.
B. O.: Lo interesante para mí ha sido cómo, en parte porque mi infancia fue tan inusual, tuve que llegar a comprender esas cosas; pero no era algo a lo que me enfrentaba cotidianamente. En Hawái no hubo disturbios. No había otra parte de la ciudad donde tenían que vivir los negros. O sea, asimilaba aquello y experimentaba mi cuota de ignorancia y desprecio. Yo jugaba al tenis. Tenía unos once o doce años y, todavía me acuerdo, ponían esas listas con los cabezas de serie en los torneos en los que jugabas. Yo no era un gran jugador, pero era lo bastante bueno como para participar en algunos torneos, y recuerdo estar pasando el dedo para encontrar mi nombre en la lista y el jugador profesional de tenis, que básicamente era el entrenador de aquella escuela, me dijo: “Es mejor que tengas cuidado, no vaya a ser que te destiñas y ensucies el papel”. Me volví hacia él y le dije: “¿Qué fue lo que dijo?”. Fue un momento interesante, hablarle con once años a un adulto y verlo procesar y calcular lo que debía hacer. Y luego me contestó: “Era broma”.
B. S.: ¿Quiénes eran tus amigos en aquel tiempo?
B. O.: Mis mejores amigos terminaron siendo un montón de inadaptados y outsiders. Chicos como… tú, que se sentían tal vez un poco desajustados emocionalmente. Me doy cuenta de que mis mejores amigos del instituto, y algunos lo siguen siendo hasta el día de hoy, todos venían de hogares rotos. Todos ellos, desde el punto de vista económico, estaban en lo más bajo de la pirámide en comparación con los demás chicos de la escuela. Y una de las cosas que nos unían era el baloncesto. Todos nos hicimos grandes fanáticos del baloncesto, y el deporte se convirtió en el lugar donde un chico negro y uno blanco podían encontrarse en igualdad de condiciones y ser parte de una comunidad que no estaba exenta de la raza, pero que era una pista en la que las cuestiones de quién está arriba y quién está abajo, el estatus…, al final todo se reducía a quién podía jugar.
Renegados: Born in the USA
Traducción de Carmen M. Cáceres, Majel Reyes, Martha C. Reyes y Juan Luis Trejo.
Debate, 2021. 336 páginas. 27,90 euros (e-book, 10,99 euros).
Renegats: Born in the USA (catalán)
Traducción de Eduardo Hojman
Libros del Kultrum, 2021
336 páginas, 29,90 euros
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