Entre el humor y la humillación
Un poderoso y diverso reparto hace brillar Mare de sucre, la nueva obra de Clàudia Cedó
En 2015, la joven Clàudia Cedó debutó como dramaturga (facción ficción fantástica) con la inesperada Tortugues: la desacceleració de les partícules, aunque su verdadera campanada la dio con la agridulce (más agria que dulce) Una gossa en un descampat (su áspero tema: la muerte perinatal), que Sergi Belbel dirigió en 2018 en el Grec y luego aterrizó con cambios de reparto en la Beckett. Los intérpretes eran todavía mejores que los precedentes, y personalmente me llegó al corazón Maria Rodríguez en el valiente papel de una maestra embarazada que acababa de caer en el peor de los abismos. Anna Barrachina, gran actriz de comedia, se arriesgaba multiplicada por seis: la abuela y la madre de la maestra, una ginecóloga, una actriz de fuste, una psicóloga y una enfermera. No enumero los muchos regalos actorales de Una gossa, pero sí recuerdo el descubrimiento (literal) de otra grande que daría que hablar: Vicky Luengo. Y la pieza misma, que triunfó dos veces en la Beckett, y en castellano en el madrileño Valle-Inclán, en 2020.
Nuevo triunfo de Clàudia Cedó ahora pisando el cuello de la pandemia: Mare de sucre (Madre de azúcar). Sigue el peligro anidando y creciendo en la entrega, aún más difícil de resumir. Vuelve la estupenda Maria Rodríguez, cada vez mejor, ahora en el papel de una trabajadora social. También corta el hipo Andrea Álvarez en el rol de Cloe (27 años, 65% de discapacidad intelectual), y la madre de Cloe es Teresa Urroz (el retorno de una formidable veterana, a la que desde hace tiempo no he tenido la suerte de aplaudir en un escenario). Otro trabajazo es el de Ivan Benet: sutil, profundamente ruso, difícil es verle dando un traspié como Albert, ginecólogo y director de la Fundació Roure, donde Cloe vive y trabaja. Otros personajes son Marc (de 24 años, lleva silla de ruedas, compañero de habitación de Cloe), Cristina (de 22 años, amiga de Cloe, diversidad psíquica) y Consuelo (de 56 años, diversidad psíquica, otra compañera de habitación de Cloe). Tendencia a dilatar un tanto innecesariamente: mejor, quizás, concentrar. Escenas que brotan y crecen: la intimidad de una chica y su joven compañero (en un lavabo, con cacaolat). En el extraño equilibrio entre el humor casi circense, el ansia, la humillación.
No hay que olvidar (es imposible) los trabajos de Especials de Teatre Inclusiu, que desde hace 15 años dirige Cedó. Buena parte del grupo pugna por hablar con fuerza y, de cuando en cuando, conseguir claridad verbal. La lucha de algunas muchachas de la Fundació Roure es conseguir anticonceptivos; de otras, todo lo contrario. Esencia de la obra: la humanidad de los personajes. Otros recuerdos: la escena del Día de la Discapacidad, que parece trazada por Alan Ayckbourn.
La función está hasta el 30 de mayo en el TNC de Barcelona, con posible gira por Cataluña. Mi compañero el crítico Juan Carlos Olivares cita con gran sutileza un deseo que dibuja las ansias de Cloe “con las manos llenas de tierra”. Aquí va un fragmento de su monólogo: “Parir. Plantar. Remover la tierra y ver nacer las raíces. Con los dedos llenos de fango. El dolor. El olor. Notar la vida que llega. Desde bajo tierra. Subir y sacar la cabeza hacia la luz. Como un topo ciego que busca el sol. El cordón umbilical, y el líquido, y los ojillos que te miran. El instinto. Remover la tierra y ver nacer las raíces. Con los dedos llenos de sangre. No pueden desterrar este deseo de mi cuerpo. Todos saben que una cosa así, una cosa que te enciende las venas y te despierta en mitad de la noche, no sucede tan a menudo en la vida. Si no me lo sacan me apagarán las ansias de amar, como cuando cubres una vena con un vaso. Tener un hijo o una hija que fuera hecha de mí. Ese es mi deseo”.
Mare de sucre
Texto y dirección: Clàudia Cedó. Reparto: Andrea Álvarez, Ivan Benet, Marc Buxaderas, Mercè Méndez, Judit Pardàs, María Rodríguez y Teresa Urroz. Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona. Hasta el 30 de mayo.
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