La lección de Eduardo de Filippo
Antonio Simón dirige con buen oficio ‘¡Nápoles millonaria!’, fabulosa tragicomedia para tiempos oscuros
Eduardo de Filippo estrenó ¡Nápoles millonaria! en 1945, el mismo año que Roberto Rossellini dirigió Roma, ciudad abierta, película inaugural del neorrealismo italiano, que se manifestó tanto en el cine como en la literatura y el teatro. Esta obra, junto con Filomena Marturano, del mismo autor (ambas fueron llevadas al cine por el propio De Filippo), es una de las cimas de la ética ligada al movimiento: la superación del sufrimiento y la degradación moral causados por la Segunda Guerra Mundial a través de la bondad, la honradez y la solidaridad. Una llamada a la catarsis colectiva.
De Filippo vuelca todos esos valores en su protagonista, Gennaro, un hombre esencialmente bueno, que mantiene su integridad a pesar de las penurias de la guerra. En contraste aparece la esposa, Amalia, que arrastra a su familia al contrabando, el robo y la usura. Pero no crean que esto es un cuentecillo con moraleja final. Es una fabulosa tragicomedia que absorbe lo mejor de la rica tradición teatral italiana, desde la comedia del arte hasta la farsa, como esa magistral escena del primer acto en la que la familia simula la muerte de Gennaro para librarse de la policía. Ese es también uno de los mejores momentos del montaje que se representa en el Teatro Español de Madrid, con puesta en escena de Antonio Simón, que ha dirigido la obra con mucho oficio, sin pretender destacar por encima de un texto que vuela sin necesidad de aditivos. Lo conduce con buen ritmo y sin caer en la tentación de italianizar el gesto de sus actores: eso habría sido como cantar en falsete. Y lo trae al presente —este presente oscuro como aquella posguerra— con detalles como el hecho de que los personajes lleven mascarilla cuando la hija pequeña cae enferma. Cuando al final llega la frase más famosa de la obra, convertida en muletilla en Italia, resuena con más fuerza que nunca: “La noche pasará”.
Muy destacable es la escenografía de Paco Azorín. Al principio parece simple, mera recreación de una casa napolitana deteriorada. Pero en el segundo acto, cuando Amalia se ha entregado completamente a la usura, las paredes se inclinan —reflejo de la torcedura moral— y a medida que avanza la función se van elevando hasta desaparecer: el hogar roto, la sociedad rota.
El reparto es eficaz, pero no puede pasar por alto la interpretación de Roberto Enríquez en el papel de Gennaro, que convence tanto en su dolor como en su integridad. Elisabet Gelabert ofrece una Amalia correctísima, aunque tal vez demasiado contenida y elegante: le falta quizá un poco de desesperación al personaje.
¡Nápoles millonaria! Texto: Eduardo de Filippo. Dirección: Antonio Simón. Teatro Español. Madrid. Hasta el 28 de marzo.
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